De pocas palabras. Así se autodefine Franco Oro, un sanjuanino de 32 años que corre fuerte en la montaña y allí dice que dibuja e imagina cada paso que da. Su 1,70 metros de estatura y los 61 kilos de peso que acusa son una fórmula perfecta para su desarrollo, es que en este arte del buen correr ser chiquito es toda una ventaja. “Es como cuando jugás al fútbol de pibe y sos rápido y hábil, sacás ventaja contra los grandotes, los que son más pesados y no te pueden agarrar”, ensaya una explicación. Es que la pelota aún lo llama, lo tienta, pero Franco prefiere eludirla. “Apenas voy algunas veces a ver a San Martín de San Juan como para sacarme las ganas”, confiesa. Pero jugar, patear una pelota, ya no lo hace. Mejor dicho, sabe que no debe por más que la tentación sea mayúscula. “Ya no voy a ver a mis amigos cómo juegan para no pasarla mal. Prefiero quedarme en casa y después me junto con ellos”, cuenta. “Hoy debo priorizar el cuidado de las piernas y jugar al fútbol puede ser peligroso. Un roce o una patada me pueden dejar sin entrenar varios días y eso no lo puedo hacer ahora”.
Hace una semana, Franco (junto con otros 11 corredores argentinos) participó en el Mundial de UltraTrail de Penyagolosa, España, sobre una distancia de 85,3 kilómetros con 4900 metros de desnivel positivo y 3690 metros de desnivel negativo. Fue su segunda participación mundialista. Esta vez no lo tomó por sorpresa. La anterior, en 2017 en Italia, fue toda una novedad: “No me imaginaba nunca con representar al país. Para mí, que siempre me gustó correr, fue un regalo, una bendición. Veía las carreras y no me decía, ni me preguntaba, si estaría bueno estar ahí… y cuando me tocó me pareció raro porque a muchos atletas los veía en videos por YouTube o por las redes sociales. Fue muy lindo cruzarme con los mejores y que ellos me saludaran”.
Sus sueños de chico no chocaron con una realidad dura; sin embargo, él mismo se encargó de tallar su destino con la sutileza de un artesano. La idea primaria de convertirse en médico para ayudar a la gente se fue diluyendo a medida que, en los veranos, recolectaba tomates, entregaba folletos en las calles de la capital o, ya más grande, cuando mezclaba “algunas horitas” como mozo con su gran pasión: correr. “Mis viejos no querían que laburara. Ellos, por suerte, podían darme lo necesario para que sólo estudiara pero yo quería tener mi propia plata. No era una cuestión de orgullo, sino que viéndolos a ellos me di cuenta que el laburo te ordena, te da disciplina y, en definitiva, te da cierta independencia”, explica. Y continúa: “Lo hacía medio a escondidas porque ellos no querían que lo hiciera. Por eso, les decía que sólo lo hacía de vez en cuando y en realidad, en una época, la de recolector, era casi fijo. Me encantaba porque iba con mis amigos, era en los veranos. Además fui recepcionista en un locutorio y atendí un kiosko”. Sin embargo, de todos, el trabajo que más le gustó fue el de mozo porque, cuando la noche ya estaba en su pico más alto, aprovechaba para bailar y divertirse con sus amigos.
–¿Por qué dejaste pasar el sueño de ser médico, ¿no te arrepentís?
–No, para nada. A veces pienso qué hubiera sido de mi vida si hubiese estudiado Medicina y no me imagino con un ambo blanco. Hoy sólo me veo corriendo en la libertad que regala la naturaleza. Creo que el paso por una escuela técnica hizo crecer el deseo de ser arquitecto. Pero como me gustaba la docencia busqué una salida laboral rápida y estudié educación física.
–¿Cuándo te diste cuenta que tenías condiciones para correr?
–Siempre, mis amigos, me preguntaban por qué no me animaba a correr y entrenar más seriamente porque con un poco de entrenamiento me iba bien. Yo disfruto correr y la paso bien. De a poco me lo fui tomando más seriamente: los entrenamientos, las comidas y el descanso. Y, de a poco, fui mejorando. Pero no hubo una carrera, creo que se dio naturalmente y hoy no me veo sin correr.
–¿Te sentís atleta de elite?
–Me siento docente, tengo mi grupo de alumnos y les digo que todos somos iguales, que por correr más rápido que otras personas no somos más importantes. Creo que los corredores, todos, merecen el mismo trato. Decir que uno es de elite no lo eleva. Sentirse elite es hacerlo, es estar dispuesto a dar un poco más de lo habitual, es resignar. Y eso también lo hace, a su modo, un amateur. El tema es saber y darse cuenta de las condiciones para llegar a correr con los de adelante. Pero al llegar, al cruzar la meta, somos todos iguales.
–De chico soñabas con ser médico, después con ser arquitecto y terminaste como profesor de educación física, ¿hoy con qué sueña Franco Oro?
–Con ser papá, pero vamos lento porque no estoy en pareja. Sueño con esa etapa a la que creo que le dedicaré más tiempo que a correr. No sé cuándo va a llegar, pero estoy seguro que lo voy a conseguir.
–¿Hay algo de masoquismo en esto de correr tantos kilómetros? ¿Cuál fue la carrera en la que más sufriste?
–Sí, los corredores tenemos algo de masoquistas porque si no cómo se explica que hagamos algo que nos hace sufrir. Es un sufrimiento que agrada. Es raro responder así pero eso me pasa. A veces, veo que se quejan del calor y a mí me encanta, estoy acostumbrado, dame calor para correr que yo puedo ir mejor. Mientras más calor, mejor. Disfruto el sufrimiento y para sufrir tenés que estar entrenado, seas del nivel que seas. Es un goce raro que se siente placentero. En los 100km de Machu Pichu había mucha altura y la pasé realmente mal pero no quería abandonar. Fue en marzo de 2017, me apuné, la altura me pasó factura, no le di bola a los que me decían que mascara hojas de coca y reventé. La probé previamente y no me gustaba. Cuando llegué arriba me obligaron a mascarla me recompuse y pude remontar la carrera hasta el sexto puesto.
–¿Qué le falta a la disciplina del trail para dar un salto en la Argentina?
–Se está dando una renovación de nombres, pero sin dudas los que hicieron que acá se corra son importantes. Creo que la falta de apoyo no es sólo en este deporte, pero a mí me importa que se ayude en esta disciplina porque es lo que amo hacer. Se hace muy complicado costear un viaje, incluso a correr dentro del país. La Confederación Argentina de Atletismo (CADA) se involucró hace poco en un deporte que es un boom, mucha gente corre y participa de una disciplina que convoca muchas personas. El apoyo que falta es el económico.
–¿Cuál es la parte que les toca a los atletas como responsables desde adentro?
–Creo que tratamos de hacer lo mejor posible, pero tenemos que empujar y empujar unidos. Tenemos que tirar todos para el mismo lado. No se trata de pechear que tal o cual es mejor, no me gusta meterme ni involucrarme mucho pero esto es real.
–Tiene que ver que es un deporte individual y entonces ustedes, los corredores, miran mucho su propio ombligo, su propio ego en vez del conjunto.
–Puede ser, pero el cambio ahí está en nosotros.
–¿A qué le temés cuando corrés?
–A nada, siempre depende de mí. Creo que las carreras te ponen en tu propio lugar, en donde estás parado y cuál es tu realidad. Podés haber subido a redes sociales los mejores entrenamientos, o que corriste a un ritmo demencial, pero después la carrera te indica dónde estás. Me pasó en Machu Pichu y asumo que me equivoqué. Cuando te ganan es porque son mejores, no pasa porque te caíste o te perdiste. Si te perdiste, ya está. Me pasó hace poco en ADN Trail y me retiré en el kilómetro 50, la culpa fue mía. Les fue bien a otros corredores y ellos no son responsables si me perdí. Si está bien marcado o no, es igual para todos. Las excusas deben quedar de lado y, a veces, eso no pasa sino todo lo contrario.
–Contás que cuando corrés no le tenés miedo a nada porque todo depende de vos. Además de profe de educación física trabajás en el equipo de guardavidas de tu provincia, ¿no tenés miedo cuando te tirás al agua?
–No, pero cada vez me cuesta más porque es un trabajo de riesgo y de mucho respeto. Quiero cambiar de trabajo porque no pretendo estar con 40 ó 45 años entrando al agua y poniendo en peligro mi propia vida. Ahora soy joven pero en unos años ya no voy a tener la misma vitalidad. Hace dos años saqué a un conocido muerto y eso no me lo puedo sacar de la cabeza. Era un chofer nuestro que quiso sacar al hijo y terminó ahogándose él. Se desesperó y se ahogó. Salvó al hijo. Estaba en San Juan y tuve que ir al operativo de búsqueda, estaba hundido y lo sacamos con ganchos de arrastre. Cuando salió a flote el cuerpo y lo reconocí me quedé impactado, estaba con los ojos abiertos. Ese día me dije que no quería eso para toda la vida.
–¿Por qué te hiciste guardavidas?
–Porque es un trabajo muy bien pago en San Juan y me gustaba mucho el agua. Ahí, además, tengo todo para poder entrenar. Los compañeros me ayudan mucho. A veces puedo salir a correr y ellos me cubren. Me voy con el celular si estoy de guardia, sino salgo sin nada. Son dos horas mínimo que salgo por día a correr. Si son dobles turnos es más para tratar de llegar a los 100km por semana y me entreno solo.