Un día después del “encuentro extraordinario” celebrado en el Vaticano al que fueron convocados los obispos chilenos por Francisco entre el 14 y el 17 de este mes, la totalidad de la jerarquía católica de Chile puso a disposición del Papa las renuncias a sus cargos, un hecho sin precedentes en la historia de la Iglesia Católica y que fue provocado por el propio Jorge Bergoglio. En un comunicado leído ayer por los obispos Fernando Ramón Pérez, Secretario de la Conferencia Episcopal, y Juan Ignacio González Errázuriz, obispo de San Bernardo, manifestaron que “todos los obispos presentes en Roma, por escrito, hemos puesto nuestros cargos en manos del Santo Padre para que libremente decida con respecto a cada uno de nosotros”. Momentáneamente los obispos renunciantes –34 en total– continuarán ejerciendo sus responsabilidades hasta tanto el Papa tome una determinación final sobre cada uno de ellos, pero se presume que un número importante de integrantes de la jerarquía serán efectivamente removidos de sus cargos.
La renuncia masiva de todos los miembros de una conferencia episcopal es un hecho inédito en la Iglesia Católica y estuvo motivado por las denuncias de complicidad del obispo de Osorno, Juan Barros, con los abusos sexuales del sacerdote Fernando Karadima –condenado y suspendido de por vida por el Vaticano en 2011– y todo su grupo. Durante su reciente visita a Chile el Papa defendió públicamente a Barros aduciendo que no existían pruebas para condenarlo y desestimando las denuncias públicas de muchas de las víctimas. Con posterioridad Bergoglio revisó su posición, designó como investigador al arzobispo maltés Charles Sciculina y lo envió a Chile para dialogar con las víctimas y recoger información sobre el caso. Con el informe del arzobispo en las manos, resultado de más de medio centenar de reuniones, el Papa asumió haber cometido “graves equivocaciones” en su apreciación sobre el caso y así lo manifestó a los obispos chilenos en una carta en la que también los convocó a Roma para la reunión especial que culminó ayer y que tuvo como consecuencia la renuncia anunciada esta mañana en Roma. El mismo Papa había recibido antes en Roma a varias de las víctimas de los abusos de Karadima.
En la declaración leída ayer los obispos chilenos admiten que la determinación ha sido adoptada “después de tres días de encuentros con el Santo Padre y de muchas horas dedicadas a la meditación y a la oración”.
“En primer lugar –dice el comunicado– agradecemos al Papa Francisco por su escucha de padre y corrección fraterna. Pero especialmente, queremos pedir perdón por el dolor causado a las víctimas, al Papa, al Pueblo de Dios y al país por nuestros graves errores y omisiones”. En otro pasaje del texto leído ante la prensa, los obispos chilenos agradecieron las gestiones del enviado papal, el arzobispo Scicluna. Dijeron también “gracias a las víctimas, por su perseverancia y su valentía, a pesar de las enormes dificultades personales, espirituales, sociales y familiares que han debido afrontar, tantas veces en medio de la incomprensión y los ataques de la propia comunidad eclesial”. En virtud de ellos los obispos chilenos “una vez más imploramos su perdón y su ayuda para seguir avanzando en el camino de la curación y cicatrización de las heridas”.
El episcopado chileno sostuvo también que, “en comunión” con el Papa, “queremos restablecer la justicia y contribuir a la reparación del daño causado, para reimpulsar la misión profética de la Iglesia en Chile”.
Uno de los voceros, el obispo González, agradeció además a la prensa por el “servicio a la verdad”. También en Roma se admite que ha sido la insistencia de los medios de comunicación y la perseverancia en mantener la cuestión en agenda uno de los factores que contribuyó para canalizar soluciones al tema de los abusos en la Iglesia chilena. Días pasados, durante las reuniones que Francisco mantuvo con los obispos chilenos en el Vaticano, el Papa hizo entrega de un documento reservado que, sin embargo, trascendió a la prensa. Allí Francisco reconoció que lo vivido en la Iglesia chilena es atribuible “al sistema” institucional y, por lo tanto, pretender resolverlo con algunas renuncias resultaría insuficiente.
En esa carta el Papa agradeció a los obispos chilenos su “plena disponibilidad” y descontó la colaboración para proceder “en todos aquellos cambios y resoluciones que tendremos que implementar en el corto y mediano plazo, necesarias para restablecer la justicia y la comunión eclesial”. En la ocasión Francisco criticó la manera como el episcopado chileno procedió en el “caso Karadima” y en todo lo relacionado con el obispo Juan Barros, señalando también que las denuncias “en no pocos casos han sido calificados muy superficialmente como inverosímiles lo que eran graves indicios de un efectivo delito”.
La renuncia de la totalidad de los obispos chilenos sienta un precedente de enorme importancia en la Iglesia Católica no solo para Chile sino para el mundo respecto de los casos de abusos sexuales, reafirma tanto la decisión de Francisco de desterrar esas conductas en la institución eclesiástica, confirma la autoridad del Papa y, probablemente, sea el inicio de una nueva etapa en la reestructuración de lo que el mismo Bergoglio denomina como “el sistema”. Es decir, el funcionamiento institucional de la Iglesia Católica, los mecanismos para la designación de los obispos y la estructura jerárquica piramidal con alta concentración del poder en manos de pocos, quizás el frente en el que Francisco ha tenido más resistencia interna en sus intentos de introducir cambios.