El Mayo Francés de 1968 es la coordenada precisa y singular de un movimiento que de por sí, fue mucho más extenso. No fue sólo en mayo, no fue solo francés y no fue solo en 1968. Se cumplen 50 años de una revuelta que más allá de las mil interpretaciones posibles fue sin duda el mayor movimiento estudiantil en la historia de Francia, y conjugó sus fuerzas con la más poderosa ola huelguística que los trabajadores franceses hayan protagonizado.
La historia a veces es sólo una mirada con un poco más de perspectiva. Los jóvenes que se apoderaron del Barrio Latino llenándolo de barricadas, enfrentaron a la brava policía de Charles De Gaulle, con piedras, bombas Molotov, canciones y grafittis que se convirtieron en legendarios, las paredes se transformaron en hojas de un libro colectivo. La sociedad francesa miró con simpatía esta aparición de la juventud como sujeto social, portadora de múltiples novedades. El rock estaba en su apogeo, y todavía tenía ese aura transgresor que fue perdiendo de la mano de su éxito; la revolución sexual explotó en medio de una sociedad, que aún pacata, hacía una sonrisa de Gioconda a los hervores juveniles que le hacían decir a las paredes “Cuando pienso en la revolución, me dan ganas de hacer el amor”. Los cafés eran puntos de reuniones y debates, circulaban lecturas de Louis Althusser, Herbert Marcuse, Guy Debord, Jean- Paul Sartre, Simone de Beauvoir y tantos otros, que contrastaban con los programas conservadores y caducos del mundo académico predominante.
Pero ninguna revolución nace desde los claustros universitarios. O tal vez sería más correcto preguntar ¿Qué tipo de revolución puede surgir desde allí? Los acontecimientos se precipitaron a partir del 13 de mayo, cuando la CGT lanza una huelga general con movilizaciones y tomas de fábricas que implican a nueve millones de trabajadores franceses. El largo bienestar económico de la posguerra estaba llegando a su fin y desde los sectores dominantes quieren ponerle fin al Estado de Bienestar. La conflictividad venía creciendo desde inicios de los sesenta. La Francia industrial estuvo paralizada por las huelgas, y aquí, tal vez, se logró la mayor conquista inmediata de todas estas jornadas, el gobierno accedió a otorgar un aumento salarial del 35 por ciento para los dos millones de trabajadores que cobraban el salario mínimo, y un 12 por ciento a todos los demás. Números inéditos para Francia. Los lugares públicos viven la teatralidad de la unión de obreros y estudiantes, y el principal dirigente opositor, François Miterrand, pide la renuncia del presidente. La calle parece mandar por sobre el palacio. Las paredes festejan “La barricada corta la calle, pero abre el futuro”.
Pero este climax es solo un espejismo. De Gaulle sabe manejarse en la adversidad, los gaullistas convocan para el 30 de mayo una manifestación “En defensa de la República” en los Campos Elíseos, a la que acuden más de 300.000 personas mostrando su apoyo al Presidente. Esa noche el presidente anuncia por cadena nacional que no renunciará y convoca a elecciones anticipadas. Nadie parece estar dispuesto a tomar el poder en forma revolucionaria. La sociedad acompañó los reclamos, pero no estaba dispuesta a hacer saltar por los aires a la Quinta República, que apenas estaba cumpliendo diez años. El impulso pareció detenerse. El gran NO al gobierno había unido fuerzas multitudinarias que empezaron a disgregarse ni bien quedó claro que había que ponerse de acuerdo en definir propuestas y alianzas electorales. Las turbulencias no se calmaron del todo y el gobierno acudió, sin disimulo, a una batería de medidas represivas que dejaron visiblemente aislados a los grupos de propuestas más radicalizadas. Las manifestaciones callejeras quedaron prohibidas por dieciocho meses.
Con solo cuarenta días de campaña, los días 23 y 30 de junio se hicieron las elecciones legislativas, en las que la gaullista Unión de Demócratas por la República salió fortalecida con un 38 por ciento de los votos y 293 diputados, contando con sus aliados. El Partido Comunista, por su parte, sufrió un fuerte descenso. François Mitterrand, perdió la mitad de sus diputados.
La revolución no tuvo lugar, pero se aproximan grandes cambios. Tras las elecciones, el gobierno reconoció la necesidad de emprender una política de reformas profundas para hacer frente al malestar social existente en el país. En abril de 1969 se celebró un referéndum sobre el proyecto de regionalización, una de las principales reivindicaciones políticas de aquellos momentos era una mayor descentralización del Estado y la reforma del Senado, que De Gaulle planteó como un plebiscito sobre su gestión al anunciar que abandonaría la presidencia si no triunfaba el SÍ. Sin embargo, los franceses votaron mayoritariamente por el no, provocando la retirada de De Gaulle de la escena política. Estos resultados mostraron que De Gaulle y su generación no eran, para la población francesa, los que podían llevar a cabo la reforma social y política que necesitaba el país. Esta derrota marca el inicio del fin de la generación de líderes políticos que habían dirigido Europa Occidental desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Los protagonistas más visibles del Mayo Francés, esos jóvenes estudiantes y también los jóvenes obreros marcaron con tinta indeleble un cambio de rumbo muy nítido en la cultura y la política de aquella época, sin duda no fue la revolución que imaginaron protagonizar, pero la palabra revolución es ampliamente polisémica.