PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
What a circus, what a show. Con esta letra del musical “Evita” los británicos se mofaron de los procesos políticos y sociales tercermundistas: Argentina y el peronismo eran el ejemplo.
Como un boomerang, ahora la misma lírica se le puede aplicar a la boda del príncipe Harry, “l’enfant terrible” de la monarquia, con la actriz estadounidense Meghan Markle, que tiene embelesada a la sociedad británica en vísperas del gran evento este sábado 19 de mayo.
Mientras la estricta etiqueta monárquica trata de regular esta unión que acentúa la tendencia de casamientos reales con “commoners” (meros mortales sin sangre azul), en paralelo se desarrolla la saga de una familia común, la de Meghan (padres divorciados, medios hermanos celosos, un padre que a ultima hora no puede asistir y consecuentes dudas sobre quién llevará a la novia al altar), que debe estar desesperando a los encargados del protocolo.
Desde ya, el príncipe Harry ha dado más de un disgusto a la Reina. Recordemos el episodio de su desnudo en Las Vegas, su paso en falso al ir disfrazado de nazi a una fiesta de disfraces, y sin ir más lejos sus desmadres en la localidad de Lobos, provincia de Buenos Aires, en 2004, que informara en exclusiva Raúl Kollmann para PáginaI12, hecho que casi provoca un conflicto diplomático (un incontrolable Harry de 20 años que se escapaba de la custodia de Scotland Yard y se emborrachaba hasta perder el sentido en los boliches bonaerenses obligó a que la policía provincial pidiera la intercesión de la Cancillería y que la embajada británica se hiciera cargo de él).
Ahora, al casarse con Meghan agrega una de cal y otra de arena. Meghan añade a su prosapia de commoner un toque multicultural, ya que es norteamericana afrodescendiente, algo que “democratiza” a la monarquía en estos tiempos de las sociedades del espectáculo. Pero hizo fruncir más de un ceño entre los más acerbos devotos de una monarquía que creen que debería mantenerse ajena a los cambios sociales.
La Inglaterra profunda ama todo lo que sea tradiciones. Compromisos, bodas, bautismos y funerales son tratados como eventos ritualizados por costumbres muy enraizadas en el imaginario colectivo (recuerden aquella divertidísima película, Cuatro bodas y un funeral). Y salvo para una minoría republicana, la vida de la familia real es un tema entrañable para los súbditos de este reino.
Aunque Meghan ha hablado abiertamente de descender de esclavos, hay bienintencionados genealogistas que dicen haber descubierto que su duodécima abuela era prima segunda de Jane Seymour, una de las esposas de Enrique VIII. Sus no tan bienintencionados medios hermanos la están despellejando viva. Sam, su hermana, la llama “trepadora” y Thomas se atrevió a escribirle a Henry una carta abierta pidiéndole que desistiera del terrible error de casarse con su hermana.
Todo suma al “what a circus, what a show”.
Windsor, la localidad donde tiene lugar la boda, está engalanada con banderas y fotos de la pareja real, y se espera que acudan 100.000 personas a este pequeño pueblo de 32 mil habitantes. De hecho, ya muchos han acampado con sus bolsas de dormir en los lugares que les ofrecerán una mejor visión del paso de la carroza real. Y Londres no se queda atrás en cuanto al clima de fiesta que se respira en las calles, ayudado por unos días misericordiosamente primaverales y soleados.
La pareja es tapa de cientos de revistas y de periódicos, y se aprovecha el evento para recordarnos reglas de protocolo (¡como si todos fuéramos invitados!), y se hacen apuestas sobre el secreto bien guardado de la casa diseñadora del vestido de la novia. El negocio de la boda no se queda atrás y hay “merchandise” en venta para todos los gustos y bolsillos.
La llorosa Meghan que aparecía ayer en las tapas de algunos periódicos angustiada por la ausencia de su padre y el no saber quién la acompañaría al altar ya puede sonreír otra vez: el príncipe Carlos acaba de salir a su rescate, encantado de hacerse cargo de ese papel.