Dos chicos relataron con precisión y detalle en el juicio oral contra seis agentes de la Prefectura Naval Argentina (PNA) cómo en la noche del 24 de septiembre de 2016 los imputados los detuvieron en forma ilegal, los esposaron, los golpearon y amenazaron con matarlos a tiros u obligándolos a arrojarse a las aguas del Riachuelo. El testimonio inicial –el segundo no pudo ser presenciado por la prensa porque la víctima es menor de edad– fue el de Iván Matías Navarro, de 19 años, quien mencionó una a una las torturas físicas y psíquicas recibidas. El joven contó primero cómo “perdió” su celular durante un “operativo de control” a cargo de la Policía Federal, que luego los dejó en manos de los seis prefectos, que además de golpearlos, los insultaron llamándolos “negros de mierda”, le hicieron creer a uno de ellos que el otro había sido asesinado de un disparo que realizaron en una especie de simulacro de fusilamiento y los llevaron hasta la orilla del curso de agua más contaminado de la Argentina. Una vez allí les ordenaron sin que ellos obedecieran, a que se tiraran al río, en un siniestro déjà vu de lo ocurrido, en septiembre de 2002, con Ezequiel Demonty, asesinado con esa misma metodología por policías de la Federal.
Iván recordó que la noche de terror comenzó a las 23 en la Villa 21-24 de Barracas, donde viven tanto él como Ezequiel, la segunda víctima, con quien además forma parte de la agrupación de reivindicación villera que edita la revista La Garganta Poderosa. El joven, que tuvo que soportar chicanas y presiones de parte de los abogados defensores de los prefectos, dijo que el sábado en cuestión había jugado un partido de fútbol de salón, luego del cual se acostó a descansar hasta las 23, cuando tenía previsto encontrarse con su novia. Cuando salió de su casa caminó unas cuadras acompañado por Ezequiel, hasta que fueron interceptados por un grupo de agentes de la Policía Federal, que luego de golpearlos “como es habitual en el barrio” –recalcó el testigo– retuvo el celular de Iván, que nunca pudo recuperarlo.
Luego de una severa requisa, los federales hicieron una suerte de posta represiva con la Prefectura, que los mantuvo detenidos hasta las siete de la mañana del día siguiente, sin motivo alguno. En el juicio oral, que comenzó la semana pasada, están imputados los prefectos Leandro Antúnez, Osvaldo Ertel, Ramón Falcón, Yamil Marsilli, Orlando Benítez y Eduardo Sandoval, mientras que sigue procesado, pero sin estar sentado todavía en el banquillo, Félix de Miranda, cuya defensa interpuso recursos judiciales que han demorado su juzgamiento. Todos fueron subordinados de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que nunca salió a cuestionar el operativo.
La segunda audiencia, en la sala de los Derechos Humanos, en la planta baja del Palacio de Justicia, escenario del histórico juicio a los excomandantes de la dictadura militar en 1985, tuvo una apertura poco amable. Mientras los familiares y amigos de las víctimas, muchos de ellos con remeras de La Garganta Poderosa, estaban en la puerta de acceso a la sala, acompañando a los dos jóvenes, por el mismo lugar ingresaron en forma inesperada los acusados, esposados y con custodia del Servicio Penitenciario Federal. Hubo sorpresa y miedo, visible en el caso de una de las madres de los dos chicos, que se alejó de la puerta.
En el recinto, los abogados querellantes, en nombre de los dos testigos, solicitaron que durante sus declaraciones no estuvieran presentes los seis imputados, que siguieron las alternativas por televisión, en una sala contigua. En ese clima, con gran temple, Iván Matías Navarro dio su testimonio ante los integrantes del Tribunal Oral 9. Iván dijo que cuando le preguntó a los agentes de la Federal por qué los interceptaron, les dijeron que era “sólo un operativo de control y que pronto nos largaban”. Aunque ya desde el vamos fueron golpeados, no hay imputados entre los federales, y el “control” se convirtió en odisea. De esa primera represión participó una mujer policía, a la que Iván identificó.
Los prefectos, que iban en los móviles 656 y 657 de la fuerza, los llevaron a los golpes a un refugio de la fuerza de seguridad ubicado en Iguazú y Osvaldo Cruz, a poca distancia del Riachuelo. Iván, que es querellante en la causa, relató que lo esposaron con las manos en la espalda, que le pusieron en la cabeza la capucha del camperón que llevaba puesto porque era una noche muy fría y que desde el vamos lo golpearon en la espalda, en la cara, le dieron puntapiés cuando estaba tirado en el piso, uno de los prefectos al que no pudo identificar le puso un cuchillo en la garganta, mientras que otro lo amenazó con su arma reglamentaria. “Me dijo metete mi pistola en la boca y me la puso en la boca”.
Mientras soportaba lo suyo, aunque habían sido separados, escuchaba el martirio de Ezequiel que, según subrayó, “fue mucho peor que el mío”. Precisó que a su amigo “lo golpearon en el baño”, del que dijo que está ubicado a pocos metros de la garita en la que estaba él. En algún momento, recordó que lo había escuchado llorar y que minutos después escuchó “un disparo y como dejé de escucharlo, pensé que lo habían matado”. Fue en ese momento en que se paró frente a él uno de los prefectos, que arma en mano le apuntaba a las rodillas. “Incluso me preguntó en cuál de las dos quería que me disparara”. Poco después, en un móvil de la fuerza de seguridad, rodeado por prefectos y con su amigo sobre sus rodillas, los dos fueron llevados hasta la orilla del Riachuelo.
Los hicieron desnudar, en esa noche fría, al punto que cuando pudieron regresar a sus casas, Iván estaba descalzo, al igual que su amigo, él con pantalones cortos y Ezequiel en boxer, los dos en remera, sin sus abrigos. Cuando llegaron a la valla que separa tierra firme-Riachuelo infecto, les ordenaron que se tiraran al agua, cosa que por supuesto no hicieron. Luego de vivir esa horrible experiencia, parecida a la que terminó con la vida de Ezequiel Demonty, a los dos les quitaron las esposas y los hicieron “participar” de una carrera por la vida. “Al que pierda esta carrera lo matamos”, fue el anuncio de los “organizadores” del nefasto torneo. Y ellos corrieron, pero siempre “uno al lado del otro”, sin adelantarse, porque estaban convencidos de que ganar era contribuir a la muerte del amigo. Durante toda la noche, al margen de las trompadas, las patadas y la amenazas de muerte, varias veces sufrieron el rigor de los bastones de los prefectos. Uno de los abogados defensores quiso saber, de boca del testigo, detalles de los bastones, como si no los conociera. Ezequiel declaró después, sin público ni periodistas, y la querella aportó fotos tomadas horas después de ocurridos los hechos, donde se observa con claridad el castigo recibido por los dos jóvenes.