El economista y docente Alejandro Fiorito, uno de los principales referentes del pensamiento heterodoxo local, suele repetir a sus alumnos que “no hay nada más práctico que una buena teoría”. La afirmación simple tiene múltiples lecturas. La primera, la más inmediata y que se seguirá aquí, es que en momentos de confusión y abundante información cruzada siempre resulta ordenador remitirse a los principios de la teoría “correcta”. En un segundo plano, la frase también encierra una ilusión, inevitable para quién se dedica a la ciencia: la confianza en que el debate sobre los problemas económicos es de teoría económica, cuando en realidad la teoría funciona como una de las formas de la ideología, es decir, expresa las relaciones de poder en cada momento histórico. Dicho de otra manera, la economía es una ciencia, pero también funciona como discurso. Y ello ocurre hasta el punto que su corriente principal devino pseudociencia, sus leyes carecen de poder explicativo.
Pero empecemos por la teoría. Es absolutamente falso que el problema principal de la economía local sea el déficit fiscal y, en consecuencia, que el objetivo central de la política económica sea abocarse a su reducción o eliminación. La discusión por la velocidad, gradual o no, a la que esto ocurre es apenas una derivación del error.
Frente a la existencia de un Estado soberano, que emite su propia moneda, tal déficit sólo es una medida de cómo el sector público incide en el superávit privado y el nivel de actividad y, al mismo tiempo, un indicador de cuál es la incidencia del sector público en la economía. Si el déficit es en moneda propia, el Estado siempre podrá financiarlo, los mecanismos para hacerlo son infinitos y nunca neutros. El debate por el financiamiento del déficit interno es, en última instancia, el debate por cuáles son los sectores sociales, las clases, que lo financian. La contabilidad del sector público no puede nunca asimilarse a la del sector privado, a la de una empresa o una familia, por la sencilla razón de que el Estado puede emitir dinero, potestad que surge del dato esencial de que es un aparato de poder. Su gasto, entonces, es la manifestación de su capacidad para movilizar recursos sociales. El Estado no necesita recaudar previamente lo que va a gastar. Más concreto aun: privar al Estado de su propia moneda es privarlo de su poder, el sueño húmedo de los dolarizadores. El déficit fiscal es un efecto de otros fenómenos que ocurren en la economía y no al revés.
La situación económica actual ejemplifica lo afirmado. El gobierno que dice centrar su política económica en la reducción del déficit fiscal no hace más que aumentarlo. Para ocultar esta tendencia recurre al artilugio de la separación entre déficit primario, la diferencia entre ingresos y gastos antes del pago de los servicios de la deuda, y el déficit total, que incluye el pago de deuda. Desde su asunción el nuevo gobierno contrajo levemente el déficit primario, pero el total no paró de crecer y su proyección es literalmente explosiva. Además la baja del déficit primario se produjo en paralelo con la reducción de cargas tributarias, lo que obligó a bajar todavía más el gasto, algo que experimentaron en carne propia, por ejemplo, quienes tienen ingresos directa o indirectamente ligados al sector público. La proyección cae por su propio peso. Al final del camino no existe una reducción del déficit primario capaz de equilibrar el déficit total. El único final posible parece ser la cesación de pagos externos.
Nótese que sólo observando las tendencias de los agregados macroeconómicos, sin detallar los números, es posible advertir que el problema está en otra parte. No en las restricciones que el poder del Estado puede manejar a voluntad, sino en aquellas en las que no puede hacerlo, en concreto: en la restricción externa o escasez relativa de divisas. El fenómeno fue largamente estudiado por los buenos macroeconomistas argentinos desde hace más de medio siglo. La estructura económica interna no genera los dólares necesarios para hacer frente a sus obligaciones de pagos internacionales, incluido la dolarización de sus excedentes (ahorro en dólares, local o no, de particulares y empresas). No es un descubrimiento. En este espacio se escribió muchas veces. Repetirlo no es una compulsión a la repetición. Es una necesitad impuesta por la reiteración oficial de explicaciones erróneas sobre los presuntos problemas principales de la economía.
Como la economía no genera los dólares que necesita debe recurrir entonces al endeudamiento con el exterior o a la atracción de capitales. Dado que aquí no influye el poder del Estado nacional en tanto no puede imprimir dólares, la lógica del endeudamiento en divisas es similar a la que impera en el sector privado. Al igual que en una empresa, el endeudamiento debería destinarse a crear o ampliar las condiciones para su repago. Para la economía en su conjunto esto se llama desarrollo: transformar la estructura productiva para aumentar las exportaciones y/o sustituir importaciones, algo que en ningún país del mundo ocurrió solamente porque se crearan “condiciones favorables a la inversión”. Cómo lograrlo era la discusión económica antes de las elecciones de octubre de 2015. Luego Cambiemos desdeño el problema y optó por aprovechar la herencia de desendeudamiento para iniciar un proceso acelerado e irresponsable de toma de deuda.
El diagnóstico falso, la “zoncera derivada” diría Arturo Jauretche, fue que el crédito externo servía para financiar el déficit interno. Como también se repitió en este espacio, el déficit interno es en pesos, no necesita financiarse en dólares. Luego, tomar dólares no evita que se deban emitir pesos equivalentes para uso interno. La relación entre deuda en dólares y gastos en pesos no es más que una “regla autoimpuesta”, un justificativo ideológico.
El dato real es que la deuda sirvió para el ingreso de los dólares que, junto con los del carry trade o bicicleta, sostuvieron el tipo de cambio (dado que los dólares son una mercancía no reproducible, su precio depende de la oferta y a demanda). En este contexto se generaron las políticas públicas que agravaron el déficit de la Cuenta Corriente del Balance de Pagos. Antes que reducir la demanda de dólares, se la aumentó en sus tres rubros principales, bienes, es decir importaciones, servicios, básicamente turismo, y transferencias, principalmente remisión de utilidades de las multinacionales. Mientras tanto, la bola de pesos equivalente a estos dólares fue reciclada y potenciada con supertasas de interés.
La bomba quedó activada. Frente a un cambio leve del escenario externo las condiciones internas provocaron que se reduzca violentamente el margen para tomar nueva deuda en divisas, lo que llevó al gobierno a los brazos del FMI mucho antes de lo esperado. Luego, para salir de la corrida que en pocas semanas provocó una nueva devaluación del 20 por ciento y una innecesaria pérdida de 8000 millones de dólares de reservas, se le insufló más aire al gigantesco globo de pesos de las Lebac. El resultado es que la necesidad de pesos del Presupuesto para comprar los dólares adeudados se mantendrá creciente, para las dos monedas, lo que construye una inflexibilidad a la baja del déficit fiscal total. Reducir el déficit primario, “como pide el FMI” y desea el gobierno por la vía de contraer el gasto interno, reducirá el nivel de actividad y la legitimidad política del oficialismo, pero será perfectamente inútil para resolver el problema principal de la economía: la falta crónica de dólares que, en cambio, se agravará junto con… el déficit fiscal.