Recuerdos de Hollywood se llamó en traducción Postales del infierno, la película en la que Meryl Streep es Carrie Fisher. Una Streep disfrazada de mujer policía simulando una escena de riesgo es lo más cercano a la ficción sin ciencia con la que el cine expone algunas veces -muchas- a sus heroínas. Humor y dolor privado podría resumir con rigor fugaz el copete de una crítica cinematográfica con derroche biográfico teniendo en cuenta que el guión es de Carrie y que está basado en su propio libro. La escena vale el recuerdo en una película que se olvida fácil y combina sin contraste con la frase que repiten lxs que saben que Carrie era la hija de Debbie Reynold: “¡con esa madre!”. En la película, las piernas desnudas y cruzadas de Shirley MacLaine haciendo de madre y cantando en el borde de un piano completan el lazo y hacen el moño. Hay una cuestión que relaciona a la teoría de la evolución con la simetría y que resuelve, de malas a últimas, un uso artero y feudal del psicoanálisis. De acuerdo con el mismo (y de acuerdo, de paso, con el karma), es lógico y lícito que Carrie Fisher sea la hija de Debbie Reynolds.
Carrie era actriz y escritora pero casi todxs desconocen su nombre y solo la llaman Leia, o princesa Organa. Su nombre perdió la batalla frente a la cara de su personaje cuando Star Wars se convirtió en leyenda y entonces Carrie dejó de ser Carrie. Después tampoco hubo protagónicos y sus apariciones secundarias en Hanna y sus hermanas o Cuando Harry conoció a Sally la volvieron invisible de nombre y pasado incluso cuando una mirada atenta con recuerdos galácticos reconocía sus grandes ojos marrones y sus fosas nasales abocinadas y le avisaba al resto que esa actriz de pelo corto era parecida a la princesa Leia.
Tenía diecinueve años cuando se convirtió en la heroína del mundo estelar y casi sesenta cuando reveló en otro de sus libros autobiográficos su romance secreto con Harrison Ford, su compañero en la “ópera espacial épica” como le gusta llamarla a George Lucas. Después del escándalo vintage nuevas escenas entre los dos se verán en el cine el año próximo cuando Carrie ya se ha ido. En ausencia su vuelta será otra vez una máscara, un disfraz, un peinado -sobre todo un peinado-, un traje blanco y también un bikini dorado pero ahora el ícono celestial también será un fervor de voces que la recupera y se harta de los comentarios sobre “si envejeció bien o mal” y la recuerda rechazando el sexismo insidioso, hablando de adicciones y salud mental sin pizarrón ni puntero y recordando que por aquel corpiño que se tuvo que sacar a pedido de Lucas “no podés llevar corpiño con ese vestido (...) porque en el espacio no hay ropa interior, vas al espacio y te haces ingrávido, entonces tu cuerpo se expande pero tu corpiño no”, encontró la frase que escribió hace unos años y que todxs recuerdan hoy: “Independientemente de cómo muera, quiero que informen de que me ahogué en la luz de la luna, estrangulada por mi propio corpiño”.
Oportunamente, Debbie bailó con Gene Kelly bajo la lluvia y Carrie se envenenó toda una vida anterior con drogas, eligió para quedarse el peinado entre victoriano, virginal y zapatista de la Princesa Leia y envió (¿queriendo cambiar de oficio?) postales desde el infierno sin ningún propósito de aleccionar con alguna solapada intención de aquiescencia o repudio generacional. No le quedaba más remedio pero solo se vive dos veces, y Carrie tuvo tiempo también de tomar revancha. Precuelas y secuelas le exigen, a eso que se llama ficción, un ejercicio preclaro y definitivo de eso que antes se llamaba physique du rol. Y