Quizá lloró. O se quedó muda. No lo sabe y nunca lo sabrá. El casero, el único testigo, quien le podría haber contado cómo reaccionó, murió hace varios años. Dafne Casoy tenía nueve meses cuando secuestraron a sus padres, militantes Montoneros, Claudio Casoy y Eva Ullman, de una quinta en La Reja, el 17 de abril de 1977. A Dafne, que estaba en esa casa, la dejaron a upa del casero, a quien lo ataron a una silla. “Mis papás habían entrado en la clandestinidad un año antes. Rotaron por casas de amigos y en una de esas casas donde estaban escondidos, justo en diagonal al Hospital de Niños, nací yo. Papá había combinado con un médico de antemano, salió a buscarlo y no lo encontró. En el colectivo, a la vuelta, se cruzó con un estudiante de primer año de medicina al que conocía, que también militaba. Ese chico me ayudó a nacer. Me hizo un nudo en el ombligo que quedó más salido que el habitual. Una de las cosas que cuando me miro al espejo me recuerdan de dónde vengo”, cuenta Casoy en su primera novela autobiográfica Tal vez mañana (Cienvolando), una excepcional reconstrucción de la vida cotidiana de sus padres, desaparecidos durante la dictadura cívico-militar.
“¿Cómo hacer que los padres nazcan en la vida de los hijos huérfanos y se queden allí para siempre? ¿Cómo rescatar sus voces si los hijos nunca las oyeron? ¿Es posible que la porosidad del relato no devore los recuerdos a menudo tan débiles, tan fugaces?”, se pregunta Ángela Pradelli en la contratapa de la novela de Casoy. Pradelli conoce los intersticios del libro porque todo empezó en su taller literario. Casoy –que nació en la clandestinidad, el 10 de junio de 1976– sabe que toda reconstrucción parte de un estado de preguntas previas. Hasta las preguntas más insignificantes o las que todavía no se les ocurrió continuarán trenzando el hilo de la memoria y la identidad: “¿A mamá le gustaba el café? ¿Qué música tocaba papá en la guitarra? ¿Mamá se sentía judía? ¿Por qué se decidieron por esas carreras si nadie en la familia eligió algo parecido? ¿Cómo era la voz de papá? ¿Mamá se llevaba bien con mis tíos? ¿Se besaban en público?”.
“Yo no me propuse escribir este libro –cuenta Casoy a PáginaI12–. Venía escribiendo, hace muchos años, otras cosas de ficción. Estudié publicidad y guión de cine. Hice una maestría de cine un año en Londres y cuando volví empecé a trabajar en una productora de documentales y también en una productora de publicidad haciendo asistencia de producción. Con el nacimiento de mi primera hija me animé a volver a escribir. Un día empecé a escribir algo que está en el libro y Ángela Pradelli me dijo: ‘mirá que acá hay tema para tirar’… Y tiré. Y no pude parar de escribir. Yo soy muy reservada con mi vida y nunca pensé que iba a escribir un libro tan personal. La búsqueda nunca es tan lineal y el libro intenta reflejar eso. Yo podría haber empezado el libro desde el nacimiento de mi hija, desde mi nacimiento, desde el día que conocí al hombre que me ayudó a nacer, desde mil lugares. Buscar el orden del libro me llevó muchísimo tiempo. Ahí usé cosas del cine, me armé una escaleta, que es lo que se hace previo al guión de cine; la tenía en mi cuarto todo el tiempo como un puzzle que iba cambiando. Me parece que el libro tiene un recorrido bastante visual”.
–Más allá de que “Tal vez mañana” son las últimas palabras de la novela y sin ánimo de espoilearla, hay cierto escepticismo respecto a la posibilidad de conocer demasiado el pasado...
–Está bueno que digas eso porque la mayoría de los que leyeron el libro me habla del título con la sensación de esperanza, de algo bueno por venir, y yo elegí el título precisamente por lo opuesto. Para mí ese “tal vez mañana” es la imposibilidad de un tema que hay momentos en que puedo abarcarlo y otros en que no. El libro propone la idea de que la reconstrucción es constante y que va a ser así hasta el último día de mi vida. Que no se termina ni en el libro ni en la vida. Ese “tal vez mañana” es lo que queda pendiente, lo que haré en algún momento, cuando pueda. Ese “tal vez mañana” refleja un poco el cómo ir dosificando, cómo llevar el tema de ser hija de desaparecidos al costado, ni muy adelante ni muy atrás. En el libro muestro que a veces la vida cotidiana se hace demasiado pesada. Hace algunos años me acerqué a Abuelas, colaboré siempre desde afuera, algo que me hizo muy bien porque era la primera vez que tenía una relación más cotidiana. Hasta ese entonces, era algo que en mi casa no se hablaba libremente. Acercarme a Abuelas y ver cómo ellas llevaban el tema, el respeto hacia los nietos, me hizo muy bien. Además, tenía que ver con encausar la impotencia y ponerla en algún lugar de búsqueda, ¿no? Buscar a los nietos que tenemos que encontrar.
–El libro empieza con algo que se quiere contar y que no se termina de decir: “el casero contó que…” ¿Por qué eligió ese comienzo?
–Esa interrupción tiene que ver con la cantidad de información que recibía y que puede abrumar, aunque venga por los lugares más interesantes. Alguna de esa información me llegó cuando no salí a buscarla. Siempre tuve gente muy respetuosa al lado y los amigos de mi papá se acercaron con mucha cautela, pero de pronto tenía tres personas para poder conocer al mismo tiempo y en ese momento no tenía ganas.
–La mayor cantidad de esas informaciones no vienen de la familia, parece que es una familia en la que mucho no se habla del tema, ¿no?
–Tuve la suerte que siempre me contaron la verdad desde el día uno. Yo viví un tiempo con la familia de mi papá y terminé viviendo con la familia de mi mamá. Es una familia medio ensamblada la que se me armó. Mi abuelo materno Apu, que se murió cuando yo tenía ocho años, se volvió a casar con Vicky, que tenía dos hijos más. Y estaba el hermano de mi mamá. Vicky es la que no hablaba, pero más allá de ella, los otros tres sí hablan. Siempre que yo pregunté, me contaban y había mucho cuidado en contestar con la verdad. Yo nací el 10 de junio, pero me anotaron el 23 de junio. Vicky decía: “para qué la vas a marear, decile que nació el 23 y listo”. Se hablaba, cuando yo preguntaba. En el libro muestro la incomodidad de los demás, pero mi incomodidad también. No era una familia en la que se hablara todos los días del tema, pero se hicieron las denuncias por la desaparición de mi papá y de mi mamá. Y lo que se pudo hacer se hizo. Me fui a sacar sangre con unos de mis tíos para el reconocimiento de los cuerpos. No es que no se hizo nada en mi familia, pero hay toda una búsqueda que yo hago aparte.
–¿Esa es la búsqueda más importante?
–No sé si es la más importante, pero es la que cuento en el libro. Es la búsqueda que me aporta datos más duros, más concretos. Y ahora soy la que más se termina de enterar de la militancia de mis papás, mientras ellos estaban escondidos.
–En Tal vez mañana parece una especie de investigadora privada sobre la vida más íntima de sus padres. ¿Esto fue deliberado?
–Yo tengo la sensación de que no es casual que muchos hijos de desaparecidos hayan elegido escribir o estudiar cine, trabajar en cuestiones que tienen que ver con la reconstrucción. Yo tenía nueve meses cuando secuestraron a mis papás. Si yo quiero saber qué pasó con ellos, eso me convierte en una investigadora de base, pero con el tema extra de que yo hice casi toda la escuela primaria en dictadura y todavía no se hablaba tanto. Los primeros amigos de mis papás que se acercaron ya en democracia lo hicieron muy cautelosos primero porque no sabían qué me había contado mi familia; pensaban que quizá me habían dicho que yo era adoptada. No sabían…porque era un momento en que no se hablaban de estas cosas. Hay muchos silencios en estas historias. Antes de que los secuestren a mis papás, rotaron por la casa de un montón de amigos. La reconstrucción será hasta el último día y aun así no me voy a enterar de todo. El libro puso muy blanco sobre negro qué averigüé y qué no y qué es lo que pateé para adelante.
–¿Qué pateó para adelante?
–No me encontré con la mujer que se bajó del auto y vio el operativo en el que se los llevaron a mis papás. Cuando vieron el operativo, ella siguió de largo y dio una vuelta manzana. Me costó mucho conseguir el número de ella, casi ningún amigo de militancia sabía quién era… La llamé al trabajo y la agarré muy de sorpresa y me pidió que la llamara después del verano y perdí el número de ella, así que tengo que hacer esa reconstrucción de nuevo. Eso es lo más importante. A veces no es tanto lo que no salí a hacer, sino que depende de la edad la gente te cuenta otras cosas. Lo que yo quería mostrar con el libro es que siempre va a haber huecos. El que lee el libro no puede redondear la historia y eso es a propósito porque la desaparición genera huecos y yo quería que esos huecos estuvieran en el libro.
–No recuperó todavía los cuerpos. Sabe que hay más chances de que pueda recuperar a su padre que a su madre. ¿Cómo vive esta situación?
–Se supone que los dos fueron al Atlético, pero como nadie lo vio a mi papá en el Atlético, se supone que lo mataron antes de llegar. Por el testimonio de alguien que estuvo en el Atlético y en varios campos más hay una fecha de traslado de mi mamá… Te voy a ser muy sincera: nunca tuve una pulsión por encontrar los cuerpos. Me importa mucho más recuperar otras cosas sobre cómo eran mis papás, los testimonios, los objetos… Pero quiero recuperar sus cuerpos, aunque no me importe. Me pertenecen a mí, a mi familia, porque no es algo que pasó en el pasado, sino que pasa en el presente. Todavía hay bebés que fueron robados hace más de 40 años y hoy siguen sin saber quiénes son. Con los cuerpos de mis papás me pasa que quiero tenerlos porque me pertenecen, pero no tengo una pulsión especial por recuperarlos. Seguramente si apareciera el cuerpo de mi papá, me pasarían un montón de cosas. No me resbalaría.
–Hay un momento en que se encuentra con un compañero de militancia de su padre y él le dice que su padre hacía trabajos de prensa y “guardias, un poco de todo”... Usted no le preguntó nada más, como si tuviera temor a saber algo “incómodo”, ¿Cómo se relaciona con la militancia de sus padres?
–Esa parte que mencionás me puso blanco sobre negro de lo poco que sé de la militancia de mis papás. Sé que militaron en Montoneros, que militaron a través del centro de estudiantes de la Facultad de Agronomía, sé también que hacían mucho trabajo solidario, que iban a las villas, pero el libro me mostró que conozco pocos detalles, así como sé un montón de otras cosas familiares. Hoy es muy difícil imaginarse que tus padres hayan entrado a una organización armada. Sí siento algo muy fuerte con el trabajo en las villas, con un proyecto muy solidario. Por más que el país era un caos y había mucha violencia, yo personalmente no me puedo imaginar agarrando un arma para salir a hacer guardias. Es difícil extrapolar y no me animo a juzgarlos. Pero saber las intenciones que tenían, con eso me alcanza.
–¿Pudo reconstruir de la manera más acabada posible cómo fue el día en que secuestraron a sus padres?
–Ellos estaban en la Reja, en una quinta de mi abuelo materno; el fin de semana anterior habíamos ido toda la familia de visita. Lo pensás hoy y era una locura. Ellos se sentían perseguidos, pero por alguna razón fue toda mi familia materna y paterna a esa quinta. Me enteré que una pareja de militantes se bajó y vio tres Falcon, vieron el momento del operativo. Yo quiero hablar con ella para ver qué más vio. Como había muy pocas casas, volver hacia atrás al auto hubiera sido muy llamativo, entonces pasaron por al lado de los Falcon. Y cuando pasó por el Falcon dice que vio a un compañero que fingió no reconocerlos, con lo cual ese compañero fue el que marcó la quinta… Es muy difícil juzgar a alguien que ha sido torturado. Ahí me di cuenta de que hay cosas que no quiero saber. No quiero saber quién fue ese compañero porque yo no sé qué haría en esa situación. Uno suele decir “yo jamás delataría”… pero qué se yo por lo que pasó ese tipo. Quizá prefiero no saber quién es.
–Si alguien le dijera el nombre de ese compañero de sus padres que los delató, ¿intentaría contactarse con él?
–Imagino que en algún momento sí… porque es una persona que puede tener más información… Algunos amigos de mi papá me dijeron que él siempre decía que no lo iban a agarrar vivo y por eso creen que se tomó la pastilla… Lo que sé es que cuando la hicieron llamar a mi mamá tres veces, durante el año que estuvo secuestrada en el Atlético, cuando le preguntaban por mi papá decía: “no me pregunten eso, no me pregunten eso”… transmitiendo la sensación de que a mi papá lo habían matado. Eso es lo que sintió mi familia en ese momento. En el libro mi mamá está muy abarcada desde su lugar maternal, que no es casual porque fueron mis primeros años de maternidad. Si este libro lo hubiera escrito en otro momento, probablemente hubiera hecho foco en otras cosas. ¿Está bueno haberla dejado a mi mamá con ese lugar tan maternal en esta historia cuando mi mamá tenía su militancia en el Colegio Nacional Buenos Aires y ya la habían detenido por pintar?