Desde Rosario
Quedó inaugurada en esta ciudad una triple exposición muy ambiciosa, en los Museos Castagnino y Macro, en donde se despliega una parte importante de sus colecciones, las que en conjunto representan uno de los grandes patrimonios culturales y artísticos de la Argentina. Se trata de la exhibición Cien años en la Colección Castagnino+Macro, que incluye más de 400 obras de 240 artistas, y es la primera muestra de la nueva gestión del museo a cargo del arquitecto y artista plástico Raúl D’Amelio, que ganó el cargo por concurso y, si bien comenzó a mediados del año pasado, primero respetó el calendario ya programado, para estrenarse plenamente en su función con este panorama muy abarcador, que excede con creces el arte de esta ciudad y de esta provincia, para extenderse a todo el país.
De la gran cantidad de obra expuesta hay muchas piezas que han sido restauradas para la oportunidad, porque hacía mucho tiempo que no se exhibían.
La fijación del punto de partida en 1917 es porque aquel año se crea la Comisión Municipal de Bellas Artes de Rosario en 1917, que marca el origen de la colección del Museo. El centenario recorrido incluye experiencias como Tucumán Arde o el Ciclo de Arte Experimental y llega hasta el presente.
Para la selección y el guión de esta triple exhibición D’Amelio convocó a seis curadores. En la planta baja del Castagnino, Adriana Armando y Guillermo Fantoni presentan Un pasado expuesto: caminos del arte entre 1918 y 1968. En la planta alta se expone Derrames temporales de una colección. Itinerarios para volver a pensar la génesis del arte contemporáneo argentino, al cuidado de Nancy Rojas y Roberto Echen, con una selección que va desde el 68 hasta fin de siglo. Mientras que en las salas del Macro, Clarisa Appendino y Carlos Herrera proponen El fin del mundo comenzó en 2001. Exageración poética o determinismo histórico.
El primer capítulo (1918-1968) se abre con la bellísima serie de óleos de Fernando Fader La vida en un día, donde, en un gesto típicamente impresionista, evoca un mismo paisaje a lo largo de una jornada. La luz, la atmósfera, las sombras, los colores se van modificando en cada uno de los cuadros (de 80 x 100 cm. Otra de las joyas de esa sala es el óleo La canción (1919), de Alfredo Gramajo Gutiérrez, en la que las formas y colores de la unidad compuesta por la pareja de paisanos a caballo, se adelanta en varias décadas por sus osados planteos pictóricos.
Entre los muchos puntos altos de esta muestra se encuentra también la célebre y bellísima escultura de bronce de Lucio Fontana, Muchacho del Paraná, de 1942. La frescura de esa obra maestra anticipa, por ejemplo, buena parte de la obra de los años noventa de Pablo Suárez (representado en el capítulo siguiente de la exposición).
En relación con el capítulo inicial, Armando y Fantoni explican que “una exposición sobre los pasados del arte invita a una serie de consideraciones que incluye el problema de los usos del pasado tanto como las cuestiones específicas de lo exhibido. Es una oportunidad para afirmar la memoria en términos propositivos, una cantera del hoy y de mañana; también, para revisar los modos del quehacer del arte y los artistas”. Por eso, según escriben, la primera parte de la triple exposición “se configura en torno a diez escenas que representan diferentes trayectos del arte argentino en el lapso 1918-1968 –con acentos en el de la ciudad de Rosario, dada las peculiaridades de la colección– y expresan algunas de sus variaciones estéticas, temáticas y de sentido; aspectos que a su vez posibilitan enlaces con otros contextos y problemas”.
En el capítulo siguiente, en la planta alta del Castagnino, Rojas y Echen enuncian que “partiendo de un cuerpo específico y expandido de obras, esta exposición propone la problematización de los paradigmas con los que, usualmente, se ha pensado la génesis de las prácticas artísticas desarrolladas en el siglo XXI”. Para argumentar luego que “lo que se conviene en denominar décadas no siempre coincide con las discontinuidades, los cambios o las rupturas en el campo del arte. Aquí se aspira a poner en foco esos casos bisagra que desarman los períodos del 70, del 80 y del 90 como espacios únicos, cerrados e indivisibles. Estos fomentan la visión de una suerte de anacronismo respecto de obras de artistas que resultan representativas de ciertos momentos y condiciones de esas décadas y, sin embargo, están fechadas con posterioridad”.
Para la tercera parte de la gran exposición, alojada en el Macro, Appendino y Herrera escriben: “Una colección de arte contemporáneo puede asemejarse más a lo que contiene una alacena, un bazar o un basural que a un conjunto de piezas artísticas socialmente identificables. Las confusiones materiales y objetuales pueden ser frecuentes sin el contexto. Los materiales de embalaje resguardan fragmentos de obras que se reconstruyen cada vez que se exponen. Son restos de una vida en la ciudad mostrados como vestigios estéticos o políticos que se cruzan con las imágenes de los estallidos que vimos en nuestras precarias pantallas entre septiembre y diciembre de 2001. Ante esta imagen, sobrevolando sus antecedentes y observando las consecuencias de la onda expansiva imparable pensamos las posibles articulaciones que la colección del Macro, construye con la generación artística post-2001, post-comienzo del fin del mundo. Esta es nuestra exageración poética o un determinismo histórico con el que leer un conjunto de obras pero, fundamentalmente, con el cual examinar las ideas que en una época concebimos como contemporáneas”.
Esta mirada sobre el 2001 con la que termina el abarcativo panorama de la triple exposición, también está advirtiendo desde el arte sobre cómo se reflexiona acerca de momentos abismales de gran violencia, exclusión y sensación de “fin del mundo”, hacia los cuales la política económica actual del Estado Nacional se empeña en despeñarnos con una inusitada y velocísima transferencia de recursos (desde la base de la pirámide social hacia arriba), a través de tarifazos siderales, ajustes y devaluaciones progresivos, endeudamiento monstruoso y fuga colosal de divisas.
* En el Museo Castagnino (Bulevar Oroño y Pellegrini) y en el Macro (Oroño y el río), de martes a domingos, de 11 a 19 (los lunes, cerrado, salvo feriados). Las muestras se extienden según el siguiente cronograma: en el Macro (obras de los años dos mil), hasta el 26 de agosto; en la planta alta del Castagnino (obras que van del 68 al 2000) hasta el 30 de septiembre, y en la planta baja del mismo museo (obras del 18 al 68), la muestra sigue hasta marzo de 2019.