Una epifanía vocacional signó su destino cuando tenía 8 años. Mientras sus primos jugaban al fútbol, en un pueblo en las afueras de Madrid, Enrique Redel se refugió debajo de una encina, donde se le ocurrió plagiar unos poemas de José de Espronceda. El niño le pidió 50 pesetas a su padre para fotocopiar diez ejemplares de los poemas plagiados y venderlos luego a 10 pesetas cada uno. Después de la venta, le devolvió las 50 pesetas y las 50 restantes las gastó a su antojo. Para ganarse la vida estudió derecho, pero editaba revistas para no hundirse en la rutina leguleya. Hasta que en 2001, cuando cumplió los 30 años, lo contrató el sello Ópera prima para hacer lo que siempre supo que quería hacer: editar libros. El camino continuó por Odisea, hasta que le picó el bicho del proyecto editorial propio cuando creó Funambulista en 2004, de la que se alejó por discrepancias con su socio, y luego Impedimenta, en 2007. En Impedimenta ha publicado 250 títulos, ganó el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural (2008) y fue el responsable del descubrimiento del escritor rumano Mircea Cartarescu, Premio Formentor y candidato al Nobel de Literatura.

Redel (Madrid, 1971) tiene las pruebas de galera de Cegador, la trilogía de Cartarescu que se publicará en septiembre por primera vez traducida directamente del rumano por Marian Ochoa de Eribe. Si el escritor rumano afirmó que “escribiría literatura aunque fuera el único hombre en la Tierra”, Redel también editaría libros aunque fuera el único hombre en la Tierra. “Yo estoy haciendo todo lo posible para que Cartarescu venga a Buenos Aires, al Filba del próximo año”, revela el editor de Impedimenta en la entrevista con PáginaI12. “El gran referente de Cartarescu es Ernesto Sabato. Él leyó Sobre héroes y tumbas en un momento en que se estaba formando como escritor y quedó fascinado con la obra de Sabato”, agrega Redel, admirador de tres editores españoles que son para él un modelo a seguir: Carlos Barral (1928-1989), Jaume Vallcorba (1949-2014) y Jorge Herralde.

–¿Cómo se fue dando la relación con Cartarescu?

–Apuntarse a las modas es lo más sencillo. Pero crear un autor y colocarlo en un lugar privilegiado del canon esa es la verdadera labor de un editor. En el caso de Cartarescu lo publiqué en Funambulista. Cuando empecé con Impedimenta en 2007, me lo quise traer. Yo tenía muy claro, desde el principio, que era el autor más brillante de mi catálogo. El primer libro de Cartarescu que publiqué en Impedimenta fue El ruletista, que funcionó muy bien, y luego me fui lanzando a otros títulos. Pero siempre de la mano de su traductora, Marian Ochoa de Eribe; me dejo aconsejar mucho por ella.

–¿La tarea principal de un editor es descubrir autores?

–Sin duda. Hay dos maneras de editar. Una es apuntarse a las modas, ir a lo que uno ya sabe que va a funcionar. La otra manera de editar es proponer constantemente autores. Hay tantos buenos libros en el mundo que prefiero enamorarme de los libros y lanzarme a por ellos y descubrir autores. Yo no voy a los éxitos puntuales, sino al recorrido. Yo había leído Por qué nos gustan las mujeres, una serie de artículos que Cartarescu publicó en Rumania, pero cuando leí El ruletista me fasciné; es como cuando te encuentras con algo que literalmente te golpea. Y fue una conmoción. De repente vi una carga literaria increíble, una voz irrepetible.

–¿Qué tipo de escritores le gusta descubrir? 

–Hay un adjetivo “pueril”, que se refiere a los niños y suele ser denigratorio. En mi caso es al revés: yo tengo una curiosidad pueril por las cosas, como los niños que van fascinados por el mundo. El primer libro que publiqué fue El país de la dama eléctrica de Marcelo Cohen, en Ópera prima. Cuando leí ese libro, me daban ganas de salir corriendo, me cargaba de energía. Es como cuando vas por la calle y ves a alguien que te gusta y se produce el flechazo. Con los libros me pasa igual. Yo publico libros que me expliquen a mí mismo. Si leo La librería, de Penelope Fitzgerald, y me descubre partes de mí que yo no conocía y me explica a mí como lector, me interesa. Me interesan los libros que trascienden y me forman como lector.

–¿Qué es lo que produce ese flechazo con el libro?

–Una complicidad. Cuando un autor es bueno y tiene una voz genuina, es porque te habla de tú a tú. Eso pasa con Cartarescu, con Iris Murdoch, con Penelope Fitzgerald, con Margaret Drabble, con Elizabeth Bowen, con John Fowles… tú los lees y ves a un hermano, a un semejante. No me gustan los autores con trucos. No me gustan los autores que me intentan vender algo, sino los escritores que escriben porque no tienen otra opción. Mi mujer, Pilar Adón, es novelista y es obsesiva con su obra. Y escribe sobre lo mismo, sobre familias encerradas en una casa. Y al leerla dices: “ahí de nuevo está Pilar”.

–¿Cómo definiría el catálogo de Impedimenta?

–El catálogo de Impedimenta aspira a proponer un canon. Me parece muy importante la palabra canon, porque es el listado de libros que irán contigo. Impedimenta se llama así por eso; son los libros que van contigo en la mochila, el bagaje que llevas. Yo no podría vivir sin editar. Los libros muchas veces te hacen daño, te fastidian, y son difíciles de llevar. Mi intención es hacer libros que a la gente le hagan algo. Que no sean de relleno. Cuando me dicen: “recomiéndame un libro de tu catálogo”, yo les recomendaría todos. No por pretensión, sino porque me gustan. Cuando salió las Cincuenta sombras de Grey, me llamó un periodista y me dijo: “oye, Enrique, ¿cuántos libros eróticos vas a publicar en esta primavera?”. Si Thomas Hardy a lo mejor es erótico, pues Thomas Hardy (risas). Un catálogo provoca y crea expectativas. A Cartarescu se le negó la voz durante un tiempo; Penelope Fitzgerald empezó a escribir a los 60 años porque estuvo casada durante muchos años con un tipo que no le hacía bien. Jiri Kratochvil es un autor checo que empezó a publicar cuando cayó el Muro de Berlín. Penelope Mortimer es una autora feminista que escribió sobre mujeres desesperadas que viven en suburbios y lo que quieren es liberarse. Este tipo de literatura me interesa mucho: autores que tienen algo que decir porque hay algo por dentro que los está quemando. 

–¿Qué rol cumplen las editoriales medianas o pequeñas como Impedimenta en el mundo de la edición?

–Tenemos que recoger el testigo de otras editoriales admiradas e impedir que los grandes grupos copen el mercado. Las grandes editoriales muchas veces van al producto mediático y comercial. Las pequeñas apostamos de una manera selectiva a los grandes nombres de la literatura, a los nuevos eslabones. Somos una parte fundamental porque suponemos la renovación en base a los mismos códigos, que son los códigos de la edición desde hace 500 años. No inventamos nada, no hacemos nada nuevo. Nosotros, que también somos sustentables, no miramos el beneficio en primer lugar, sino que el beneficio viene después. La filosofía de los grandes grupos no es la nuestra.