Al ganar su primer Oscar, seguramente todos los profesionales del cine que no son estadounidenses sintieron que se les abría la puerta de Hollywood de par en par. El caso del argentino Armando Bo, nieto del mítico realizador de las películas de Isabel Sarli, fue distinto: ya trabajaba en Hollywood antes de ganar –junto a su primo Nicolás Giacobone– el Oscar al Guión Original por Birdman, del mexicano Alejandro González Iñárritu. Bo y Giacobone ya habían sido guionistas de Biutiful –también de González Iñárritu–, que había protagonizado el español Javier Bardem. Pero Armando Bo no se había conformado con su trabajo de guionista estrella y en 2012 había iniciado su carrera como director con El último Elvis. El jueves estrenará su segundo largometraje, Animal, con dos figuras del cine argentino: Guillermo Francella y Carla Peterson.
La idea de Animal le surgió a Bo tras leer un artículo periodístico que informaba que una persona ofrecía una parte de su cuerpo a cambio de una casa. “Me pareció una metáfora del capitalismo, del hasta dónde llegamos. Fue tremendo”, reconoce el cineasta y guionista en diálogo con PáginaI12. Ese fue sólo el disparador. En la ficción de Bo, Francella es Antonio, un gerente de un frigorífico, de buena posición económica, que está casado con Susana (Peterson). Ambos formaron una familia y tuvieron tres hijos, y todos viven en Mar del Plata. Todo parece resultar en una vida común y corriente, pero cuando Antonio se ve enfrentado a una situación límite, la cosa se empieza a complicar. El padre se vuelve irreconocible para su familia y su vida se torna una pesadilla cuando se ve empujado a tomar decisiones para salvar su vida. En el film, Francella vuelve a demostrar que puede trabajar como actor cómico y dramático, que no le pesa la responsabilidad del cambio de registro. Animal es una película que habla sobre el individualismo y sobre el valor del dinero, tanto para quienes lo tienen como para quienes no. Y reflexiona sobre cuál es el verdadero ser que las personas llevan dentro: ¿el que se esconde social y familiarmente o el que termina emergiendo cuando se despoja de todas las máscaras?
–¿La idea fue mostrar que el ser humano parece tener todo “controladito” en su vida, pero que muchas veces no es así? ¿O que la irrupción de la desgracia puede desmoronar los cimientos de una vida en apariencia tranquila?
–Sin duda jugamos con esta premisa del hombre con la vida perfecta, de lo que nos dice la sociedad cómo tiene que ser, cómo están puestas las reglas y cómo somos educados. Esta educación que marca que si trabajás y ahorrás vas a ser feliz, vas a tener una casa y un auto. Esa cosa donde todo está direccionado hacia lo material. Muchas peleas de familias tienen que ver con la plata. Es un mundo donde todo se compra y se vende. La película está llevada a un extremo, no intenta ser realista. Sí quiere ser creíble, pero quise generar una suerte de realidad paralela.
–¿En las situaciones límite las personas se transforman o aflora lo más íntimo y lo que se guarda cada ser humano?
–Cada personaje tiene que tirar para su lado, tiene que buscar en su egoísmo. Cada uno tiene que defender lo propio. Siento que todos tenemos obviamente algo adentro, esta parte de egoísmo. Sin duda está, y a veces uno tiene que ir más allá y transformarse. Hay que utilizar esa energía y ese instinto de supervivencia. La película habla de una transformación del personaje, de sacarse las vestiduras, todas las caretas y tener que ir a pelear por lo más puro, que es la vida. Tiene la sensación: “¿Por qué esto vale más que mi vida? Yo entiendo que hay que hacer esto, pero si lo hago por ahí me muero y si hago esto otro por ahí no”. El transita un camino y después se abre la polémica: ¿está bien lo que hace? Lo interesante es que la película no tiene una respuesta. No hay respuestas sobre si está bien o si está mal, o quién tiene razón.
–Justamente, el film muestra que no hay ni buenos ni malos por naturaleza, que la vida es una sensación de tonalidades de grises, ¿no?
–Sí. Antonio, el personaje de Francella, entra en un viaje hacia la locura para pelear por lo que siente. Y nunca estuvo frente una situación de tener que tomar una decisión importante en su vida. Y en su pareja tampoco. Siempre se dejaron llevar y fueron avanzando, según cómo era lo más seguro. Cuando uno empieza a tomar decisiones importantes, la persona que está al lado hace treinta años no lo conoce a uno. Y, al mismo tiempo, en ese momento es cuando la otra persona empieza a sentirse avasallada y tiene que decir: “Pará, yo pienso diferente”. Y empieza una cosa donde no hay punto de unión. Los dos tienen razón.
–El egoísmo y el dinero son dos temas que están presentes en la historia. ¿En qué aspectos nota que Animal es una radiografía de la sociedad moderna?
–No creo que todo el mundo sea así. Creo en las relaciones, en las amistades, pero hay gente que en una situación particular elige por sí misma y otra que elige cuidar a los de alrededor. La película habla de algunos, no de todos, pero está llevado al extremo para que la ironía funcione.
–En Animal, Francella sigue con el cambio de registro actoral, que ya había demostrado en Rudo y cursi, El secreto de sus ojos y El clan. ¿A usted le interesaba la aptitud dramática que tiene sobre el personaje que le toca componer?
–En los últimos diez años de su carrera, Guillermo hizo un cambio increíble. Claramente demostró que como actor dramático tiene un talento impresionante. Paralelamente, me interesaba también otra faceta de Guillermo: tiene una cuota de humor, el timing del humorista que logra meter una capa más de la ironía que mencionaba anteriormente. Siento que en las situaciones más dramáticas hay un poco más de luz y Guillermo puede sumar un poco de humor. Hay como un manto de humor que alguna gente ve y otra no, porque cada uno ve su propia película. Pero para cambiar un poco, me parecía importante decirle a Guillermo: “No es sólo drama. Estamos jugando al extremo y en el extremo hay humor. No nos pongamos solamente serios. Busquemos el arma que tenés”. El tiene un arma y cuando la utiliza, funciona. Carla también tiene el ADN de entender lo que es hacer reír y la comedia. Obviamente, el de ella es un personaje dramático, es una situación dramática la que vive, pero con ciertos detalles ella puede jugar un poquito con maneras de mirar, de decir algunas cosas o con cómo interpretar. No es que ellos se estén riendo de estos personajes, pero tienen inteligencia para jugar con el extremo.
–¿Esta película es más cercana al universo Iñarritu que El último Elvis?
–Creo que no. Sin duda, crecí y sigo creciendo trabajando con él en su equipo. Distingo el drama de Iñarritu: por ejemplo, en Biutiful, de la que fuimos parte con Nicolás Giacobone, no había nada de ironía, todo era documental crudo realista sobre la vida de un tipo en Barcelona, muriéndose de cáncer y preguntándose con quién iba a dejar a sus hijos. Todo era de una oscuridad importante. Animal no es realista. No logro encontrarle muchos parecidos, pero el viaje del personaje tiene que ver un poco más con Birdman que con las películas anteriores de Alejandro.