Un histórico contrabajista de jazz, Jorge “Negro” González, abrió en 1978 con otros dos socios Jazz & Pop, una “cueva” única en Buenos Aires, por donde pasaron grandes músicos nacionales e internacionales. Este viejo club de jazz fue un icono de libertad artística, pero nacido en los tiempos oscuros de la dictadura. La historia de este espacio es contada en El jazz es como las bananas, de Cristina Marron Mantiñan y Salvador Savarese, que se estrenará este jueves en el Espacio Incaa Gaumont. Tras el cierre del lugar, los músicos, amantes del género y amigos cuentan cómo el Negro dejó la vida por Jazz & Pop. Además de comentarios del propio fundador del lugar, dan su testimonio artistas de gran relevancia en la historia musical argentina: Jorge Navarro, Mauricio Percán, Chico Novarro, Litto Nebbia, Emilio del Guercio, Eduardo Stupía, Néstor Astarita, Oscar Chilkowski, Juan “Pollo” Raffo, “Alambre” González, Hermeto Pascoal, Carlos Inzillo, Esteban Freytes, Andrés Pellican, Guillermo Marigliano, Susana Cagnoni y Federico Salgado.
Ambos cineastas participaron del concurso Barrios de Película, que consistía en filmar un documental que representara al barrio de cada uno, o bien algo del lugar que les llamara la atención. “A nosotros nos interesó Jazz & Pop. Empezamos a filmar. Tenía que ser un corto de diez minutos y nos dimos cuenta de que la historia era más abarcadora. Sentimos que esos siete minutos nos quedaban chicos porque habíamos filmado otras cosas. Terminamos el corto y profundizamos la investigación”, cuenta Marron Mantiñan en la entrevista con PáginaI12, de la que también participa Savarese. “Como en todo documental, a medida que íbamos filmando fueron pasando cosas que cambiaron la historia. Cuando hicimos el corto, Jazz & Pop estaba en pleno funcionamiento”, explica la documentalista. “El día que terminamos de editar el corto, falleció el Negro”, agrega Savarese.
–¿Eso redefinió la película?
Salvador Savarese: –Totalmente, porque había quedado mucho material. Eso, incluso, creó cierto compromiso de seguir adelante con el proyecto.
–¿Cómo fue la investigación histórica que realizaron?
Cristina Marron Mantiñan: –Primero, nos habíamos contactado con el Negro, que tenía un gran archivo fotográfico. Nosotros usamos esas fotos en blanco y negro del viejo Jazz & Pop, y en esas imágenes te encontrabas con Chick Corea, Hermeto Pascoal, Rubén Rada, todos los músicos que están en la película y también los que no están.
S.S.: –Músicos que comenzaron su carrera con el Negro y otros más jóvenes.
C.M.M.: –Entonces, las fotos eran muy cinematográficas. Las empezamos a trabajar en la película. Cuando comenzamos con la promoción del documental, apareció el fotógrafo que las había tomado, después de cuarenta años: Oscar René Cisneros. Nosotros no sabíamos porque eran como anónimas. No es fácil sacar fotos en un lugar oscuro, pequeño, y eran muy valiosas a nivel artístico.
S.S.: –Esas fotos funcionaron como disparador para reconstruir la historia del viejo Jazz & Pop. Cuando fuimos a ver el lugar, nos dimos cuenta de que era inseparable de la figura del Negro González. Antes que nada, decidimos contactar a la gente que veíamos en las fotos, la que era más amiga del Negro. Esas personas, aparte de ser músicos reconocidos, aparecían en imágenes de asados, reuniones previas a los shows, cenas. Buscábamos que fueran amigos. Rescatamos la parte humana.
–La película muestra que Jazz & Pop no fue sólo un lugar de creatividad musical sino de resistencia de la dictadura. ¿Esto estaba planteado desde el comienzo de la investigación?
C.M.M.: –Por un lado, estuvo desde el principio y, por otro, lo fue confirmando la investigación. Como se dice en la película, era un lugar de resistencia pasiva. Por un hecho policial que sucedió el día de la inauguración, no se lo molestó tanto como a otros lugares. Y más o menos perduró en la época en que todos los espacios como ese estaban cerrados.
S.S.: –Todo funcionaba puertas adentro; es decir, cerraban la puerta y ahí podían pasar los invitados extranjeros, el alcohol, la fiesta que implicaba ese ámbito. La libertad era puertas adentro.
–¿Qué pasó cuando cerró el lugar en el ‘82?
C.M.M.: –Lo que quedó fue un poco el recuerdo, la mística que tenía. Alguien habla en la película de “los hijos de Jazz & Pop”, los que habían empezado su carrera ahí. Era como la referencia.
S.S.: –Se empezó a crear una especie de mito del lugar. Entonces, la gente más joven escuchaba de Jazz & Pop, y tenía la idea de que era un lugar que había estado en el pasado, pero que era mítico.
–¿Por qué fue salvado por el Negro González en solitario la segunda vez? ¿Venía a llenar un vacío musical en la Argentina? Porque él decidió reabrirlo cuando tal vez no tenía la suficiente solvencia para sostenerlo...
S.S.:–El Negro siempre fue de abrir locales. Y los locales que a él le gustaba abrir, los armaba como para escuchar la música que amaba. El consideraba que así era como tenía que ser escuchada esa música.
–Eso se relaciona con la frase “El jazz es como las bananas: debe consumirse en el lugar en donde se produce”, que dijo el filósofo Jean Paul Sartre cuando este tipo de música inundó locales en todo el mundo.
S.S.: –Exactamente.
C.M.M.:–Al día siguiente que murió el Negro, cerró el lugar. Funcionó justo hasta el día que falleció.
–¿Cómo describirían las dos etapas en que Jazz & Pop estuvo abierto?
S.S.:–Lo que tenían en común es que en los dos casos fueron espacios de libertad y opuestos al “afuera”. En los años ’70, era opuesto a esa noche ominosa de la dictadura. En el segundo momento, fue opuesto a la cacofonía de imágenes y sonidos de la ciudad.