Ebel Barat está componiendo una saga. Este poeta, narrador y guionista nacido en 1957 en Rosario es autor de muchas novelas, entre ellas una que publicó hace dos años y que narra una historia de mestizaje y desencuentro en lo que hoy es la pampa gringa santafesina. Ingeniero agrónomo, viajero y practicante de artes marciales, Barat también publicó Rosario viaja con perros (cuentos, 2011) y Haber andado (poemas, 2011). Su reciente Diario de mediatarde (2018) se puede leer como la continuación de su novela La Montes (2016). Lucía Montes, una joven sevillana hija de un conquistador, queda "manca y preñada" luego de su encuentro con un indio. Ella protagonizaba aquella novelesca historia ambientada siglos atrás, cuyos misterios retornan en el nuevo libro, junto con otro misterio: el de un arma que la valerosa mujer empuña en la mano restante. Así la retrató un pintor de la época en un cuadro que posee el narrador.
Diario de mediatarde tiene en su escritura el encanto del texto intimista, confesional, autobiográfico. La figura ancestral de Lucía Montes es una de las muchas sombras que se ciernen sobre un narrador moroso, solitario, apellidado Balbuena y conocido como don Alberto, que va escribiendo despacio sus memorias en medio del tedio de las tardes pueblerinas que habita sin descendencia ni esperanza.
La escritura del Diario de mediatarde tiene el encanto del texto intimista, confesional, autobiográfico.
Por una de esas casualidades que abundan en las novelas y que también ocurren en la vida, existe en el mismo pueblo una mujer joven llamada Lucía Montes, no sólo descendiente de "la manca Montes" sino que porta el mismo nombre, el mismo carácter y hasta la misma arma.
Una historia no narrada pero cuyo relato se repone entre líneas es la del uso que Lucía hizo del arma de su antepasada. El narrador, un juez retirado que en su mediana edad parece estar reponiéndose del alcoholismo de su juventud, va entrelazando recuerdos familiares de un linaje de inmigrantes y mestizos con la escasa información sensible que ha obtenido de furtivos encuentros y de lo que alcanza a espiar.
Quizás no hacía falta inventar un segundo juez, que juzgó el crimen del que se trata el libro y que ha conservado en su poder los diarios de don Alberto durante cinco años antes de entregárselos al autor, personaje de su propia obra en un rulo metaficcional o ficción de prólogo. Allí presenta al intermediario como lector de La Montes que se permite aportarle al autor más información sobre su heroína y sus díscolos descendientes, perdidos aún en la intemperie pampeana.
Hay dos mujeres más en esta historia. Una es la abuela que parió a los tres "tíos" de los cuales ninguno llega a ser del todo un padre. Otra es nombrada como "la mujer del bioquímico" y obviamente adúltera, una adúltera provinciana llena de vanas ilusiones como Madame Bovary.
Lo seductor de este Diario, ficticio pero quizás no tanto, es cómo las historias de seducción que cuenta a media voz se traman en la urdimbre de un paisaje cotidiano al que Barat dirige una mirada plena de intención poética lograda. Digresiones y devaneos que en otro texto formarían el ripio a desbastar aquí configuran la materia de la prosa.
Las fechas van y vienen entre la casa en la llanura y la casa en la montaña. Ese vaivén abarca la memoria, abocada a registrar mínimos cambios que hacen al paso del tiempo, al cambio de las estaciones: "El día parece un brazo del invierno que sale de su tienda para retirar lo que ha olvidado en la intemperie de la primavera". "Estoy cansado de mi olor". Estas anotaciones sobre la vida misma le dan al texto un espesor existencial que se disfruta como el de un buen poema. Mezclado con ellas viene no sólo el hilo rojo de lo novelesco sino además una fragmentaria reflexión sobre las múltiples identidades que configuran la argentinidad: patricios e indios, tanos y turcos, y los negros como aquella raza mestiza que nadie quiere ser. Ensayo y novela se espejan uno en otro, la segunda como un caso de la ley general del primero. La paradoja del libro es que su cohesión se produce en la incoherencia deliberada de una prosa de calidad en cuyas aguas da gusto naufragar.