Tras ganar el Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia en el VIII Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA 2011), el director y dramaturgo Mariano Saba estrenó su obra Madrijo en Espacio Callejón. Bajo la dirección de Horacio Roca, la obra aborda el complejo vínculo madre–hijo, de amor, odio, maltrato y reconciliación.
Roca y Saba compartían la idea de llevar a cabo el proyecto hace algunos años, pero por distintos motivos fue recién en noviembre del año pasado que la idea se concretó y que comenzaron los ensayos. La obra cuenta la historia de una madre y de su hijo, que se debaten acorralados entre su vínculo enmarañado y el dramatismo de una noche que puede ser la última. Walter (Martín Urbaneja) custodia la entrada de una vieja cementera donde sus compañeros intentan resistir. En plena madrugada llega su madre, Marta (Ingrid Pelicori), que buscará sacarlo del peligro, aunque eso implique alejarlo de sus propias decisiones e ideales. Y en medio de ese laberinto, otras “presencias” los acompañarán: la memoria de un padre siempre ausente y hasta el espectro de Alfonsina que ronda a su madre.
Ingrid Pelicori y Martín Urbaneja componen unos personajes llenos de matices, con un vínculo simbiótico que los encarcela y los marca de por vida. “Es una historia de afecto extremo, desmedido, y tan profundo que en exceso llega a herir. Y hay algo de eso que se reproduce en el conflicto de lo social. Hay algo de ese arraigo que cuando se rompe porque hay ciertos proyectos vinculares de lo social que se caen, los lazos entre personas se resienten, se hieren y hasta se llegan a destruir”, según lo define Saba.
–A pesar de haber escrito la obra en 2010, el tema que aborda sigue vigente. ¿Por qué piensan que sucede eso?
Mariano Saba: –Para mí es notable que en el momento en que la escribí refería mucho a los noventa como un contexto trágico distante. Y la verdad es que la obra tiene una actualización, más allá de una fase que tiene que ver con el vínculo entre la madre y el hijo; la actualidad que cobra la coyuntura difícil que la obra plantea en relación a los 90 es sorprendente. Pareciera que se da una tragicomedia cíclica que tienen los argentinos volviendo a revisitar lugares políticamente tremendos de manera recurrente. Para mí eso potencia los alcances que tiene el texto.
Horacio Roca: –A mí me parece que la obra es muy sólida, y que los personajes y las situaciones son muy ricas. Aunque aparentemente es casi una misma situación que va volviendo en espiral, que tiene que ver con el tironeo entre Marta y su hijo, cada vez vuelve distinta. La obra tiene tres niveles de relato pero que están muy relacionados entre sí. Para mí está muy bien planteado cómo repercute de manera poco consciente el contexto y lo social en los vínculos más personales.
–¿Cómo surgió establecer esa relación entre el contexto social y la relación madre-hijo?
M. S.: –Surgió porque yo había ido a un pueblo de la provincia de Buenos Aires a pasar unos días y me habían impactado las huellas que había dejado, tanto en la gente como en la geografía del lugar, la caída de una fábrica que había alimentado al pueblo y a los sueños de la gente. Y al mismo tiempo, también, hacía un tiempo que yo quería trabajar las relaciones materno–filiales. Me parecía que había algo ahí que siempre se puede revisitar y volver a dimensionar de alguna manera. En ese cruce me parecía que las dos cosas se potenciaban porque el cruce aportaba otra luz a los ámbitos. Es una noche donde se dan cita un problema social y político, un problema del vínculo, y unos fantasmas. Entonces como espectro eso permite probar un lenguaje muy variado.
–¿Y el humor hace que ese aspecto de la coyuntura que suele ser más duro le pueda llegar al espectador?
M. S.: –Pareciera que la tragedia de lo real no deja hoy por hoy lugar para la risa, y es cierto. Uno se levanta todos los días y se sorprende que la coyuntura política sea aún peor. La obra de alguna manera se afirma en un territorio de conflicto que tiene que ver con eso y con la repercusión que eso tiene en el vínculo entre una madre y un hijo. Pero al mismo tiempo te reís. Y yo creo que en ese sentido la risa es muy necesaria porque es redentora. Porque, además, la risa que no se apoya en el chiste sino en la acción, para mí es una risa que favorece un gesto de resistencia. Tanto del que mira como del que narra.
H. R.: –Además, muchos se sienten identificados en algo. Todos los vínculos madre–hijo tienen algo de lo que plantea la obra en mayor o menor medida. Entonces también surge de ahí el humor. Estás viendo algo que conocés. Y poder reírse de eso, que muchas veces puede ser asfixiante, es saludable porque implica una toma de distancia que es casi terapéutica. Eso es lo que tiene el teatro.
* Madrijo puede verse los domingos a las 20.45 en Espacio Callejón, Humahuaca 3759.
Informe: Josefina Frega.