Drexler (Daniel) busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias. Empezó a dos años de terminar el siglo XX cuando, con un disco premonitorio desde el nombre (La llave de la puerta) intentó posicionarse en el mundo de la canción de autor, cerca de su hermano Jorge. Luego, con el nuevo siglo, llegaron Full Time, Vacío, Micromundo, Mar abierto y Tres tiempos, un DVD libro que revisa conceptualmente sus primeros tres trabajos. Esta es su microhistoria reciente, cuyo principal rasgo haya sido, tal vez, sobreponerse al peso del apellido. Ser más Daniel que Drexler, dicho de otra forma. El presente, en tanto, expresa la continuidad de ese camino ansioso y onírico a través de un disco cuyo nombre va de suyo con el fin: Uno. “La frase de Rubén Darío ‘la celeste unidad que presupones hará brotar en ti mundos diversos’ sintetiza muchas de las cosas que quiero decir en Uno”, despliega el cantautor, despegándose de la suposición a priori: el tango de Discépolo y Mores. “Otra razón es que, luego de vivir durante casi veinte años sintiendo que la encrucijada entre ciencia y arte en la que me encontraba (y encuentro) era una maldición divina, descubrí que mis mejores versiones en ambos campos surgieron gracias a esa encrucijada”, detalla Drexler, que presentará su disco este sábado 26 a las 21 en La Usina del Arte (Caffarena 1).
–¿Se puede concluir, por lo que dice, que hoy el científico está más “sensible”?
–Estoy por cumplir 50 años y este es un momento de la vida en el que uno mira hacia atrás y empieza a evaluar qué fue lo que realmente valió la pena. Sobre todo se pregunta qué es lo que le gustaría hacer con el tiempo que queda por delante, y yo tengo bien claro que me interesa cada vez menos estar en la ruedita del hámster. Voy a hacer lo que esté a mi alcance por pasar la mayor parte del tiempo que pueda en “dimensión poética”. Me interesan los vínculos humanos, la creatividad, el amor, la generosidad, la aventura. Ese tipo de cosas las veo ocurrir de una forma muy natural en los círculos de poetas, en las reuniones de lectura, aunque claramente se pueden dar en cualquier aspecto de la vida. Digo dimensión poética porque en el mundo quijotesco de la poesía, lo que me interesa queda más claramente en evidencia. Detesto los automatismos, las cosas que se hacen por inercia, la falta de pasión y de sueños, la alienación.
Para dar con semejantes fines, el oriental se vale de doce canciones compuestas por él; producidas por el brasileño Alexandre Kassin; grabadas, casi en su totalidad, en Río de Janeiro; y sumergidas en atmósferas afrouruguayas mixturadas, claro, con la impronta carioca del productor. “Kassin le aportó algo al disco que yo llamaría ‘liviandad profunda’”, define Drexler. “Me transmitió una mezcla maravillosa entre relax y eficiencia que creo que es producto de la seguridad con la que los cariocas se mueven en el mundo de la canción. Es una sensación parecida a la que se siente cuando el golero de tu cuadro es un tipo curtido, sólido, que sabe ordenar la defensa y que no se achica en ninguna cancha. Esa sensación se transmite inmediatamente a todo el grupo de trabajo y entonces las sesiones en el estudio pasan a ser increíblemente relajadas”, compara el cantautor, como si estuviese pensando en las diferencias abismales entre Armani y Rossi, y sus efectos en la práctica.
“Además, el estudio de Kassin queda en Botafogo y es lo más parecido que haya visto a una peluquería de barrio”, se ríe Drexler, que se encontró allí con Doménico Lacelloti, Marcos Suzano, Davi Moraes y Leo Reis, músicos brasileros que, al igual que los uruguayos Martín Ibarburu y Ana Prada, terminaron aportando algo en su disco. “La relación entre las músicas y los músicos brasileños y uruguayos se dio de una manera absolutamente fluida” dice él. “Yo tenía la sospecha de que el diálogo entre el pulso afro de Montevideo y Río se iba a dar fácilmente. Hay algo de la vertiente Atlántico Sur Iberoamericana que hace que los códigos de relacionamiento cariocas me sean fácilmente reconocibles. Además, soy montevideano y me crié en el país de habla hispana del subcontinente que más fluidamente se relaciona con el universo brasilero”.
–La percusión sería uno de los factores clave de tal alquimia y, de hecho, este disco es el más percusivo de todos los que grabó.
–A pesar de que Uno es el disco que más candombes tiene de los siete que grabé, lo primero que me salta al oído cuando lo escucho tiene más que ver con la exuberancia tropical carioca que con la intensidad dramática de Montevideo. En varias canciones grabamos mi guitarra en simultáneo con Suzano y Reis tocando percusiones. Eso pasa en “La Rambla de Montevideo”, “Amo”, “Uno” y “Vívida Vida”, entre otros temas. Creo que cuando vas a otra ciudad a grabar un disco lo que estás buscando es captar el humor particular de ese lugar. Donde más captamos a Río en Uno, precisamente, fue en la densidad percusiva.
–En el disco y también en el tema.
–Claro. Sobre el disco ya me expedí, y en cuanto a la canción pasa esto porque es la que mejor captó el espíritu de “Olho do Peixe” de Lenine y Suzano. Grabamos en simultáneo mi guitarra, el pandeiro de Suzano, las percusiones de Leo, Danilo en Hammond y Kassin tocando el bajo en un moog. Después, en Montevideo, sumamos una línea de bajo de mi queridísimo Gonzalo Gutiérrez, la batería de Ibarburu y los coros. Dany López escribió unos arreglos hermosos para cuerdas y vientos que grabamos entre Montevideo y Buenos Aires. Es la canción que mejor explica la razón por la que le puse Uno al disco. Me gusta tener las palabras “zen”, “serendipity” y “epifanía”, todas juntas en un mismo texto.