El presidente Mauricio Macri afirma en insiste en repetir una frase que podría reducirse a “nadie te regala nada”. Es decir, todo lo que tenés te lo ganaste con tu propio esfuerzo. Todo lo que sos y lo que serás depende de vos. Una exaltación del individualismo, del sálvese quien pueda, una frase desafortunada que se convierte siniestra en estos tiempos que vive nuestro país.
Cuando Cambiemos asumió el poder, mi mayor preocupación no fue la economía, en parte porque personalmente la tengo resuelta, en parte porque no entiendo mucho del tema. Desde ya que conozco sus efectos en la sociedad, especialmente en los sectores más vulnerables.
No entiendo mucho de economía pero algo conozco del imaginario popular de los argentinos, por lo menos de los porteños. Muchos incorporaron el lenguaje marketinero que diseñó Durán Barba o la tontería de que los empresarios no necesitan robar porque tienen mucha plata y son buenos ejecutivos.
Además, los argentinos tenemos una seducción especial con el “empezar”, porque “algún día mi vida va a cambiar”. La cultura del kiosco. Cambiemos caló bien en la seducción “del comienzo”. Cambiemos.
Desconozco cuál es la influencia que tiene el discurso de un gobierno, del presidente, en el imaginario popular. En principio, tiene que ver con la influencia del líder y con la credibilidad de quien lo recibe, lo convencido que está para que el mensaje lo penetre. En cualquier caso, el presidente es la voz mayor de un país y tiene más llegada que cualquier otro ciudadano.
Macri dice “nadie te regala nada”. Cristina dijo una vez “la Patria es el otro”. Sólo frases de políticos, es cierto. Pero durante el kirchnerismo 10.000 jóvenes acudieron a prestar ayuda voluntaria a los inundados de La Plata. Ese día me emocioné mucho. Ese era el país en que quería vivir. Sentí, por primera vez en mis largos años que la Argentina daba un paso adelante, hacia una sociedad más civilizada. La solidaridad.
No es cierto, señor presidente, que nadie regala nada. Le voy a contar una pequeña historia, muy pequeña, de la que fui protagonista.
Un grupo de dramaturgos somos los conductores del Teatro del Pueblo desde hace veinte años. Es probable que usted no lo sepa, pero el Teatro del Pueblo es un ícono de nuestra cultura. Es el primer teatro independiente (no comercial) de Argentina y de América latina. El teatro independiente argentino es un fenómeno único en el mundo que asombra y despierta la envidia de los teatristas extranjeros. No nos gusta decirlo, pero aquí no puedo obviarlo. Ninguno de nosotros cobró nunca un peso de los ingresos. Es más, algunos pusimos algunos dineros en momentos difíciles.
Pues bien, hace un año decidimos que había llegado el momento de tener nuestra propia sala, ya que el clásico reducto de Diagonal Norte no nos pertenece. Recurrimos a los entes teatrales de la Nación y de la Ciudad que aportaron lo suyo. Pero el dinero no alcanzó para adquirir el espacio que habíamos elegido. Decidimos recurrir a nuestra comunidad. Fue una gran sorpresa. Dos empresarios del llamado teatro comercial se pusieron la tarea al hombro y decenas de teatristas (algunos grupos de jóvenes desconocidos) aportaron lo suyo. Y hasta los espectadores. Una señora nos dejó 100 pesos; en el otro extremo, un célebre dramaturgo y director (que no es millonario ni mucho menos) 100.000. Y así fue que pudimos comprar el espacio donde el Teatro del Pueblo será eterno. La solidaridad, señor presidente, la solidaridad.
Mientras a sus ancestros les daban clase de meritrocracia en el Cardenal Newman (vivir a los codazos en la sociedad, vivir a los codazos en el trabajo, vivir a los codazos en la familia) en una modesta escuelita de Villa del Parque la entrañable señorita Nélida Pereyra, que me enseñó a leer y escribir, un día nos contó un cuento. En síntesis era la historia de dos compañeritas de grado, una rubiecita y la otra una negrita. La rubiecita despreciaba a la negrita por el color de su piel. Se burlaba, la humillaba. Pero hete aquí que, un día, la rubiecita se enfermó gravemente y había que donar sangre para salvarle la vida. Fue la sangre de la negrita que hizo el milagro. Todos lloramos esa mañana en la escuelita de Villa del Parque.
Es posible, señor presidente, que usted se pregunte cuánto le habrán pagado a la negrita por la entrega de su sangre. En definitiva, para usted, nadie regala nada.
Aquellos chiquitos y chiquitas de la escuela de Villa de Parque sentimos otra cosa.
Era un acto de solidaridad.