Real Pilar y Club Agropecuario Argentino parecen nombres de un cuento de Fontanarrosa. Son, sin embargo, equipos reales y recientes: Real fue fundado el año pasado, Agropecuario en 2011. El primero se salvó la semana pasada de quedar desafiliado de la D, en la última fecha del campeonato, y el otro llegó hasta las semis del Nacional B por un ascenso a Primera, donde fue eliminado este domingo. Dos realidades distintas pero analizadas como positivas: era su primera temporada en senda categoría.
Aunque no se trate de Boca, River o la Selección, resulta indispensable para determinados sectores resaltar estas performances y valorarlas en clave de éxito. El motivo es muy sencillo: ambos clubes representan un paradigma moderno que -no por casualidad- se contrapone a los mitos de origen de los cuadros más célebres de Argentina. Desde Independiente hasta El Porvenir, pasando por Newell’s y Chacarita, se repiten relatos fundantes de colectivos de personas (que lo mismo podían ser vecinos anónimos u obreros anarquistas) convencidos de que el deporte era, más que un juego, una experiencia social y cultural.
Claro que eran otros tiempos y el fútbol aún no había sido monetizado. Lo que ocurrió con este deporte durante el siglo posterior es curioso: a medida que se masificaban sus audiencias, los méritos se reducían a individualidades. Es decir que mientras la platea se agrandaba, la cancha se achicaba. El personalismo cundió en la forma de explicar al fútbol como cultura: todo se reduce a una sucesión de gestas personales. Jules Rimet inventando los Mundiales, Helenio Herrera descubriendo tácticas, Pelé o Maradona liderando rebaños hacia la gloria... La historia del fútbol parece un álbum de figuritas.
Este discurso no es nuevo pero se impone como nunca en una época donde sobrevuelan proyectos que pretenden introducir la figura de sociedades anónimas en la administración de clubes que históricamente persiguieron actividades sin fines de lucro.
A Real Pilar lo creó el año pasado César Mansilla, un consultor de marketing que trabajó en campañas de Macri, tiene importantes vínculos políticos y viene de gerenciar a Fénix, histórico equipo del barrio de Colegiales que fue desterrado por la última dictadura cívico-militar y jugó muchos años en el estadio municipal de Pilar, de donde ahora fue desplazado justamente para que lo ocupe el Real.
El Monarca -así llaman al flamante cuadro del norte conurbano- logró en tiempo récord lo que ningún club en 40 años: ser admitido para la Primera D, en abril de 2017. No tenía jugadores ni cuerpo técnico, pero en cuatro meses obtuvo mil socios y debutó en la última de la categorías de la AFA. Su actual entrenador es Rodolfo De Paoli, relator oficial de los partidos más importantes del fútbol argentino. En su estreno en la D, el Real Pilar Fútbol Club evitó el descenso de ella en detrimento del humilde y añejo Claypole, de la otra punta del Gran Buenos Aires.
Argentino Agropecuario es patrimonio de Bernardo Grobocopatel, uno de los miembros de la dinastía que inunda con soja los suelos de la pampa húmeda. Surgió en 2011 en la localidad bonaerense de Carlos Casares, desde donde inició a punta de billetera un meteórico ascenso por la liga local y los Federales C, B y A, hasta llegar a la B Nacional, del que incluso fue puntero varias fechas. Grobocopatel jura que Agropecuario es el sueño máximo de su vida, aunque el día que el equipo subió a la B, él estaba de vacaciones en Brasil.
¿Qué lugar ocuparán en la historia del fútbol local estos clubes modernos y mesiánicos que no estimulan la vida social ni la práctica de otros deportes? Por lo pronto, el objetivo no parece alejarse de la supervivencia y el éxito repentino. Dos buenas excusas para seguir incubando el proyecto de ley de sociedades anónimas que el gobierno nacional anhela tratar en el Congreso mientras estemos distraídos con lo que la Selección intente hacer en el inminente Mundial.