Mi mejor amigo narra la historia de una singular amistad: la de Lorenzo (Angelo Mutti Spinetta), un adolescente serio y responsable que vive en un pueblo solitario de La Patagonia y Caito (Lautaro Rodríguez), un chico rebelde y complicado, que está atravesando una dramática situación personal y es destinado –o confinado– a pasar una temporada en el sur argentino en la casa de un amigo de su padre, es decir la morada de Lorenzo. Pero más allá de la siempre vigente atracción de los polos opuestos, la relación entre los muchachos alcanza esas intensidades que dejan impronta. Una intensidad que si bien en el caso de Lorenzo es también deseo y apasionamiento, en ambos cobra tal dimensión que solo puede medirse en términos románticos y eróticos en sentido amplio (En este sentido ayuda que las escenas entre los muchachos bellamente filmadas en locaciones de Santa Cruz sean acompañadas con el delicado sentimentalismo de la música de Mariano Barrella). Como el ángel/demonio de Teorema (Pasolini, 1968), Caito –que tiene mucho de chongo pasolinesco– va a trastocar la vida de Lorenzo pero también verá afectada la suya. En este sentido, Mi mejor amigo –más allá de transitar diferentes géneros– es un clásico Bildungsroman: el encuentro en esta amistad juvenil toma la forma del viaje iniciático y primera salida al mundo.
Hay una larga tradición de ficciones que adquieren esta forma de Bildungsroman. ¿Qué fuentes literarias o cinematográficas reconoces como puntos de partida?
Martín Deus: Varias. Por un lado, el clásico de la adolescencia, El guardián entre el centeno de Salinger que aparece aludido porque se encuentra en la biblioteca de Lorenzo. Pero también Mala onda de Alberto Furet e incluso Confesiones de una máscara de Yukio Mishima. De Salinger y Mishima tiene ese aire melancólico, esa cosas fatalista de la adolescencia de pensar que las cosas que te pasan son tremendas y que uno nunca se va a poder recuperar o que está predestinado a un montón de cosas, a un sinfín de calamidades. Como si la vívida escena para cualquier gay que aparece al principio del film cuando Lorenzo no es elegido por ningún equipo de los que van a jugar al fútbol fuera un sino, determinara un lugar para siempre. Luego la vida es más larga y queda claro que las cosas pueden cambiar y que en un lugar hay un lugar para cada uno.
Hablás de la película y de los personajes como si se tratara de tu vida. ¿Tuviste una amistad como la que aparece en la ficción?
M. D.: No son vivencias personales en el sentido de los hechos. Aunque hay algunas cosas. Me identifico con Lorenzo, el protagonista: yo era como él un chico muy serio, estudioso, respetuoso, en mi casa y en las clases. La película es autobiográfica en lo emocional, en recoger sensaciones de mi pasado. Tuve muchos amigos que pueden ser modelos de Caito. Amigos con los que me mimetizaba. Me hacía hincha de un club porque quería ir con un amigo todos los domingos a la cancha. Pero la película es más la fantasía, un deseo de reparar mi adolescencia, de completarla con cosas que hubiese querido que pasen y no pasaron. El deseo de que hubiera aparecido alguien que hubiese cumplido en mi vida el rol que cumple Caito en la vida de Lorenzo.
¿Por qué decís la ficción repara tu adolescencia? ¿No te parece que la amistad no es completa en la medida en que hay un deseo sexual no concretado?
M.D.: Yo creo que la aparición de Caito es para Lorenzo una experiencia trascendental. En mi vida las situaciones de epifanía no pasaron por lo sexual. Yo creo que las experiencias trascendentales pasan por otro lado. Ese personaje vino a desordenar, a sacudir un poco y a enseñarle a Lorenzo que a veces hay que ser un poco irresponsable, ser un poco más impulsivo, hay que traspasar ciertos límites, hay que nadar en las aguas de lo prohibido. Dar un paso en la vida precisa muchas veces de coraje y arrojo, de perder el miedo. Quizás eso después puede servir en lo sexual.
¿Y qué te parece que aprendió Caito de Lorenzo?
M.D.: Caito vine de un ámbito humilde y violento. Es el clásico chico con malos comportamientos rechazado por su familia, que suele ser expulsado por la escuela, que es discriminado por la comunidad. Caito viene de un contexto en donde queda claro que hay que bancársela. De Lorenzo aprende que hay ámbitos más sensibles, momentos en que uno puede charlar las cosas, espacios donde ponerle palabras al sufrimiento. Creo que aprende el valor de que te quieran, de que se preocupen por vos. Se puede salvarle la vida a alguien demostrándole que su vida es importante Y por más que todo el tiempo esté generando controversias hay una transformación en Caito. Queda claro, que por momentos recapacita, valora la amistad y deja de tener actitudes egoístas.
¿Cuáles fueron las escenas que más te costó filmar?
M.D.: Hubo dos escenas: la primera fue la escena de Lorenzo con la madre en la que tienen esa charla en que la madre lo incita a salir del clóset, a confesar que está enamorado de Caíto. Yo sentí que al momento de filmar esa escena me la estaba jugando, que era una escena que si salía bien, la película iba a ser recordada por eso. Creo que es la escena más personal, más cercana y más autobiográfica. Y en ese sentido es un poco raro tener que pedirle a otro que represente algo que para uno es absolutamente personal y uno nunca sabe si puede resultarle personal a otras personas. Aunque, por supuesto, las experiencias nunca son solipsistas. Y la otra escena es de la fogata que me costó porque es una escena que no estaba en el guión original. Y fue proponerle a los actores una escena fuera de programa, fuera de lo convenido. Tuve que explicarles por qué valía la pena. Es una escena tierna entre hombres que implica mucha exposición. Eso sumado al hecho de que Angelo es menor de edad lo cual requiere especial cuidado.
La escena de Lorenzo con la madre me trajo reminiscencias de la escena del padre con el joven protagonista de Calling…¿Esas semejanzas tendrán que ver con cierto aire de los tiempos?
M.D.: Creo que está bueno que en Calling…, como en Love, Simon el foco ya no está puesto en el gay víctima de la homofobia familia sino que aparece una realidad quizás cada vez más común –aunque coexiste con situaciones de padres terribles– en donde los padres son comprensivos, hablan de amor con sus hijos. Y lo interesante es que inclusive en esos contextos aparentemente idílicos sigue siendo conflictivo, problemático y doloroso. Son padres que ven más allá de lo que sus hijos creen, aunque pensándolo bien eso ocurre también en las familias más homofóbicas.
Me pareció interesante la relación no explícita y fuera de campo del padre de Lorenzo con el padre de Caíto. La madre de Lorenzo no soporta al amigo de su esposo, de hecho huyeron a Santa Cruz en cierta forma para escapar de él. Lo que se dice está relacionado con el mundo de las drogas. Lo indecible puede leerse algo del orden de lo prohibido, en una relación que puede tener un contenido homosexual. Algo similar a lo que ocurre con la confesión del padre de Calling…
M.D.: Yo tengo una lectura diferente de esa escena de Calling…Algunos leen en ella que el padre le está confesando a su hijo que es un gay tapado, que no se atrevió. Yo siento que el padre le está diciendo que a su edad uno puede sentir afectos muy fuertes, le está diciendo: “yo tuve una de esas amistades profundas, esas relaciones que te atraviesan y te dan vuelta totalmente”. Le está diciendo que a esa edad uno puede tener afinidades muy intensas y no importa si están dirigidas a un hombre o a una mujer porque son sentimientos que trascienden la genitalidad. Pienso por ejemplo en la fascinación de Truman Capote por las mujeres. Por ejemplo por la mujer que describe en Desayuno en Tiffany’s. Es un enamoramiento absorbente de un gay por una mujer.
¿Pensaste de alguna otra manera la escena de ternura entre hombres frente a la fogata?
M.D.: En algún momento de la escritura había pensado una escena de sexo medio rara porque ellos tomaban una droga alucinógena y Lorenzo veía dos réplicas platónicas de ellos dos teniendo sexo a la vez que ellos dos reales seguían sentados frente a la fogata. Era una escena extravagante, cambiaba el tono pero era una escena donde uno veía consumada aquella tensión sexual que la película prometía. Pero en algún momento yo decidí que no iba a ser una típica película gay en donde la identidad sexual se revelaba en una praxis sexual, que lo único que iba a pasar entre ellos dos era emocional.
Extraña pareja
Ángelo Mutti Spinetta es hijo y nieto de artistas tan conocidos que ni siquiera necesitan ser explicitados. Su vocación casi es un sino familiar. Está cursando aún la secundaria en zona norte de la provincia de Buenos Aires. Lautaro Rodríguez es de zona sur, del límite entre Bernal y Avellaneda. No estaba en sus planes ser actor. Martín Deus lo convocó a partir de su imagen (vio su foto con un amigo en común en redes sociales) y a partir de allí ya le surgieron otras propuestas.
Ambos coinciden en que la escena que más les costó fue la escena final entre los amigos porque requería de estar muy conectados y muy involucrados sentimentalmente.
¿Les parece que Caito y Lorenzo podrían ser amigos en la vida real?
Angelo Mutti Spinetta: Es difícil porque uno está enamorado y el otro no puede corresponderlo. Mientras el amigo amado no se entera puede seguir siendo una amistad pero después si se entera del amor no pueden seguir siendo amigos.
Lautaro Rodríguez: Yo creo que esa amistad se puede dar básicamente porque están en un pueblo solitario, alejados de todos. No pueden tener allí vidas separadas o apartadas. Casi podría decirse que están obligados a ser amigos.
¿Cuál les parece que fue es el balance de esa amistad?
A.M.S.: Al ser tan distintos se complementan muy bien. Terminan aprendiendo uno del otro.
L.R.: Creo que Caito aprende a tener un poco de control. Aunque solo un poco. Y el otro aprende que en la vida a veces hay que descontrolar.