Quiero agradecer la oportunidad histórica de estar de pie en este lugar en el que se está decidiendo sobre la vida y la libertad de las mujeres y de todas las personas con capacidad de gestar. No estoy sola aquí, traigo conmigo el respaldo de mis compañeras del Colectivo Ni Una Menos y la memoria de quienes lucharon antes por abrir horizontes vitales y libertarios para todas. Quiero nombrar especialmente a Laura Bonaparte, madre de plaza de mayo y feminista, una de las primeras madres de la plaza en portar, además del blanco, el pañuelo verde que hoy nos hermana de manera transversal, en los barrios, en las villas, en las escuelas, las universidades y los lugares de trabajo; a Lohana Berkins, entrañable amiga travesti que también hizo suyo el feminismo y la demanda por el aborto legal y a Dora Coledesky, fundadora –entre otras– de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y gratuito y cuyas palabras voy ahora a citar: “No nos equivoquemos: nuestra reivindicación no es solamente una respuesta a la muerte de las mujeres por no tener la posibilidad de efectuarse un aborto en condiciones asépticas en un hospital público. Es algo mucho más profundo que toca a la igualdad, a la democracia, a la libertad. Nadie puede sustituirnos en las decisiones que nos implican, porque tienen relación con nuestra vida, con nuestros sentimientos, con nuestra responsabilidad como seres humanos y sin embargo nunca fuimos consultadas, como si no fuéramos ciudadanas…”
Nadie puede sustituirnos en nuestras decisiones y sin embargo estamos acá debatiendo sobre si tenemos derecho o no a decidir sobre nuestras vidas, porque no se trata sólo de nuestros cuerpos. Continuar o no con un embarazo inesperado no es una decisión biológica, es una decisión vital que tomamos aun en contra de la ley que se niega a nombrarnos, hasta ahora. La tomamos en la clandestinidad, a costa de poner en riesgo nuestras vidas, porque nuestra vida y nuestra libertad de todos modos están en juego y a la libertad se la persigue, aun a costa de la vida.
A lo largo de este debate que se extiende más allá de este recinto se ha hablado, por ejemplo, de detectar a adolescentes que pudieran estar en riesgo de quedar embarazadas para actuar sobre ellas y evitarlo. Más allá de que sea viable o no ¿Es posible pensar que tal vez alguna de estas adolescentes pueda desear quedar embarazada, asumir una maternidad joven? Sobre las mujeres, sobre todo sobre aquellas con menos recursos económicos, siempre hay un dedo levantado dispuesto a señalar lo que hay que hacer o no. O se embarazan para cobrar un plan, o son inconscientes porque paren como conejas, yeguas si eligen no parir, zorras si no son efectivas en la contraconcepción y buscan atrapar a un hombre. A nosotras siempre nos toca la animalidad, solo humanizada cuando encajamos en los planes ajenos. Cuando hace más de 25 años recibí la noticia de que vivía con vih y manifesté en el hospital donde me atendía que yo quería tener otro hijo me trataron prácticamente de perra desalmada. Supe que si quería tener sexo con varones ellos iban a tener que usar preservativo y de puro optimista pensé que había ahí la buena noticia de que en plena crisis del sida por lo menos la anticoncepción sería una responsabilidad compartida. Ilusa. Mal que nos pese, el forro sigue siendo una negociación complicada.
Ni perras, ni zorras, ni yeguas ni conejas. Alejen sus terrores de nuestros cuerpos, nosotras tenemos el poder de gestar y de no hacerlo. El aborto legal se trata de nuestra decisiones y nuestros deseos, se trata de nuestros proyectos vitales y también del reconocimiento de que todos y todas somos vulnerables, todos y todas necesitamos o necesitaremos cuidados y acompañamiento respetuoso y amoroso para realizar nuestros planes. Como una adolescente que quiere seguir adelante con su embarazo, como una que no lo desea; como una madre capaz de engendrar muchos hijos o hijas, como otra que ya no quiere tener más.
Cuando reclamamos por nuestra autonomía a la hora de decidir si continuar o no con un embarazo no estamos hablando de la propiedad privada de nuestros cuerpos, estamos reclamando también por ese entendimiento de que la autonomía es algo que se construye comunitariamente, que ninguna, ninguno, ningune puede en soledad y que el desarrollo de los planes vitales de cada quien merece el reconocimiento y el sostén de una comunidad, de la sociedad, de un Estado que no sea sólo burocracia y administración sino pactos comunes para el desenvolvimiento de todas las capacidades, de todos los deseos.
Abortar abortamos siempre, desde los comienzos de la historia de la humanidad, con la sabiduría del caldero de las brujas, entre nosotras, sosteniéndonos la mano en la oscuridad, abriendo espacios de libertad donde nuestras decisiones puedan ser nombradas. Pero ya no queremos más la vida en los márgenes. Ahora decimos aborto y lo decimos en todas partes y cada vez que lo nombramos, cada vez que esa palabra circula, abiertamente, legalmente como exigimos, habilitamos muchas otras conversaciones. Habilitamos también la posibilidad de pensar en cómo poner en práctica cuidados colectivos, habilitamos pensamientos para otras maternidades posibles, para otras paternidades posibles. Decimos aborto en voz alta y también decimos sexo, decimos placer, instalamos la chance de pensar en comunidad, de sentir y hacer hablar al deseo. Cuando se puede decir no, también se puede decir sí.
Detrás de la prohibición del aborto, de su ilegalidad, está la condena a la sexualidad como goce, sin fines utilitarios, como experimentación de lo que puede un cuerpo, de lo que merecemos, de lo que queremos; de la fragilidad a la que estamos expuestas y expuestos y de la necesidad de cobijo en ese momento de desposesión que significa aventurarse en otro cuerpo. Decir aborto en voz alta, sacarlo del closet, exigir su legalización, conjura la soledad de ese sistema de culpa y castigo que se traduce en el lapidario “ahora hacete cargo” sin siquiera preguntarnos, si el coito es la única práctica posible, tantas veces impuesta con violencia. “Hacete cargo”, como anticipación del parirás con dolor, que también nos hacen pagar, convirtiendo nuestros cuerpos en superficies a intervenir, desubjetivados, todas mamitas, todas llenas de puntillas, acostadas, obedientes, calladitas. Parir como dice el poder médico, ocultando nuestro propio poder de partirnos en dos, negándonos los saberes que nuestros cuerpos tienen. Si lo hacemos en cuclillas somos como monas, si queremos parir en casa, locas o asesinas, si gritamos, histéricas, si no queremos que nos toquen o preferimos estar a oscuras como ancestralmente se pare en las comunidades de nuestro norte, animalitos inconscientes. Pero como decimos en las calles, nosotras parimos, nosotras decidimos.
Estamos cansadas de que hablen por nosotras. Emanciparnos de la violencia machista y recuperar soberanía sobre nuestros cuerpos y nuestros vínculos es un mismo acto. Por eso también decimos que al closet no volvemos nunca más, nunca más la oscuridad del aborto clandestino, nunca más endeudarnos para conseguir los medicamentos que se necesitan para abortar de manera libre y segura cuando los puede fabricar el Estado como ya se está haciendo en Santa Fe. Nunca más nuestras vidas rehenes del Mercado y de los poderes que nos ven sólo como envases, incubadoras de proyectos ajenos. De ideas y juicios ajenos. Ya decimos aborto en voz alta, en todas partes, ahora queremos que lo diga la ley. El tiempo de la revolución es ahora, como dijo la querida Lohana Berkins, y legislar por el aborto legal es un deber de cada una de las personas que tienen la responsabilidad de hacerlo para no detener esta revolución en curso. No nos alcanza el aborto por causales, no queremos exponernos como víctimas, nos queremos vivas y nos queremos libres
En junio de 2015 salimos por primera vez a la calle a gritar Ni una menos para detener la sangría de una mujer o una travesti asesinada cada día en este país. Ese grito también es Ni Una menos por aborto clandestino, femicidio de Estado. La masividad de las movilizaciones feministas, engendrada en la experiencia de más de treinta años de Encuentros Nacionales de Mujeres, nutridas por los 13 años de existencia de la Campaña Nacional por el Aborto legal, seguro y gratuito, no han hecho más que crecer. Irreverentes, rebeldes, intergeneracionales, nos venimos levantando en todos los territorios, desde los más vulnerados hasta los más acomodados; hemos corrido juntas los umbrales de la tolerancia a la violencia machista, lo hicimos en muchas lenguas, le damos a nuestra fuerza los muchos colores que encarnamos y pronto, por cuarta vez vamos a decir en las calles otra vez Ni Una Menos. Esta es nuestra manera de decir ¡Basta ya! No menosprecien la fuerza de la calle, no sean indiferentes a las voces que llegan desde allí hasta este lugar cerrado. Porque al closet de la clandestinidad no volvemos nunca más, a la negación de nuestro deseo, a esa oscuridad no estamos dispuestas a volver. Queremos el aborto legal y queremos el fin de la violencia machista en todas sus formas. Nuestros cuerpos cuentan ¡Ni Una Menos! ¡Vivas, libres y deseantes nos queremos!