Las metas de inflación (MI) tuvieron un breve período de implementación en la Argentina entre 2003 y 2004 por pedido del Fondo Monetario Internacional (FMI), cuando el actual ministro de Hacienda y Finanzas presidió el BCRA. Luego, otro objetivo de política orientó el accionar de las autoridades políticas electas en la siguiente década. Entre otras decisiones del período, se optó por prescindir de la orientación económica recomendada por el FMI. En diciembre de 2015, el BCRA anunció que está transitando nuevamente hacia un régimen de metas de inflación, similar al que siguen otros 27 bancos centrales en el mundo, entre ellos algunos de la región como Brasil, Chile, Colombia, Perú y México. 

Los elementos que caracterizan al esquema de MI son el anuncio explícito de un objetivo cuantitativo de inflación (la meta), la adopción de medidas de política monetaria que reaccionen a una evaluación prospectiva de los precios (expectativas) y, un alto grado de autonomía operativa para perseguir esta meta por parte del Banco Central (independencia). 

La credibilidad del Banco Central, y por lo tanto la publicidad de su meta y respuesta de política, juega un rol fundamental. El principal instrumento de política es la tasa de interés, que puede ser una tasa del mercado o de alguna operatoria del propio Banco Central. 

La manera en que la tasa de interés afecta a la inflación es lo que se conoce como mecanismo de transmisión de la política monetaria y ha dado lugar a fuertes controversias en el plano teórico. Existe, sin embargo, cierto consenso en cuanto a que existen varios canales de transmisión, y cuestionamientos respecto de cuál prevalece en cada caso particular. 

Primero, la tasa de interés de la política monetaria incide directamente sobre las tasas de interés del mercado, la liquidez y el crédito. A su vez, estas variables inciden, a partir de un efecto riqueza sobre los activos, encareciendo el financiamiento de la inversión o difiriendo temporalmente el consumo, sobre el gasto agregado, y éste sobre la inflación. 

Segundo, la tasa de interés incide sobre el flujo de capitales externos y con flexibilidad cambiaria, influye sobre el tipo de cambio, y éste tiene cierto impacto sobre el gasto agregado, pero sobre todo incide directamente sobre los precios, en particular los de los bienes transables y este impacto es capturado por el índice de inflación. 

Tercero, la decisión de tasa, acompañada por la comunicación del Banco Central, incide sobre las expectativas de inflación futura y los agentes incorporan esta información en el proceso de formación de precios aun antes de que se vean efectos por los otros mecanismos mencionados. 

Según la visión oficial del BCRA, éste último mecanismo de transmisión es el preponderante y el que conlleva menor impacto sobre la economía real de los tres, ya que en un contexto en el que los agentes adoptan decisiones con racionalidad e información perfecta, la credibilidad en el cumplimiento de la meta se convierte por sí misma en ancla nominal de las expectativas de inflación, y dispositivo coordinador para que las variaciones de precios resulten las esperadas.

Es por ello que la credibilidad de la autoridad monetaria asume una importancia crucial. Si el público estima que el Banco Central actuará enérgicamente ante el menor desvío de la inflación observada respecto de la meta, o incluso preventivamente ante el mero riesgo de que ello ocurra, tenderá a internalizar la meta en su proceso de formación de expectativas y toma de decisiones. 

De allí la importancia que en el marco de este tipo de régimen monetario se le suele asignar a la “independencia” de las bancas centrales ya que el compromiso de la autoridad monetaria con la meta oficial resultará más verosímil si resiste a las presiones de las autoridades electas para perseguir otros objetivos como potenciar el Producto y el empleo. 

La búsqueda de credibilidad puede convertirse así en un objetivo de la autoridad monetaria y llevarla incluso a sobreactuar su accionar para ganar reputación. Este incentivo puede traducirse en el establecimiento de niveles demasiado bajos de la meta inflacionaria y/o exageradas medidas contractivas de política monetaria.

Si no se quiere dejar que la política antiinflacionaria recaiga sencillamente en una cuestión de fe y en la supuesta auto regulación del mercado, a la espera de que coordine las expectativas de todos los agentes que actúan con racionalidad perfecta, en economías pequeñas, abiertas y con bajos niveles de intermediación financiera, como la nuestra, la apertura irrestricta de la cuenta capital, la suba de la tasa de interés real interna para atraer capitales especulativos del exterior y dejar apreciar el valor de la moneda doméstica, parece ser más efectivo (y redituable para los dueños de los capitales financieros) para contener la inflación. 

Crecimiento reprimido

Lo relevante en este caso es, una vez más, que el sesgo hacia la apreciación cambiaria va en detrimento de la economía real, por la enfermedad holandesa, y de la estabilidad financiera, al aumentar el endeudamiento, la dependencia externa y la exposición a reversiones súbitas en los flujos de capitales. Es decir que, bajo este tipo de enfoques, el costo de una política anti inflacionaria, puede ser un crecimiento reprimido, un set de precios relativos bajo el que sólo subsiste el sector de mayor competitividad (el campo) y se vulnera el desarrollo económico y deteriora presumiblemente la distribución del ingreso. 

Pero aún, si esto no es suficiente, la merma del gasto agregado puede conseguirse vía represión del consumo interno, por ajuste de ingresos reales y/o aumento del desempleo, el recorte del gasto público, y la apertura del comercio a los bienes importados más baratos puestos a competir con los productos domésticos. Y esta si ha sido la respuesta más eficaz (el ABC del ajuste ortodoxo) llevada a cabo durante cada uno de los planes de estabilización que contó con el beneplácito del FMI bajo el esquema monetario de la inflación.

Por lo tanto, en realidad, el enfoque de MI esconde los viejos mecanismos de ajuste monetaristas que ya fueros puestos en práctica en variadas oportunidades dentro de la historia argentina, siempre con las mismas consecuencias sobre el reparto del Producto. 

Por eso decimos que, el actual proceso de ajuste no es más que otro período de desempate histórico, a favor de los grupos concentrados de poder, del establishment económico local e internacional estructurado en torno al sector financiero, para asegurar la apropiación y evasión del excedente económico, como en la última dictadura y durante la convertibilidad. No casualmente, en ambos casos, el enemigo proclamado excluyente fue la suba de precios y el antecedente directo una fuerte devaluación de la moneda seguida de caída del salario real y altas tasas de interés.

El nuevo paradigma y la misión excluyente del BCRA en pos de una inflación inferior a 5 por ciento en 2019, suenan inofensivos. Pero el objetivo real es otro, se trata de anclar la política al modelo neoliberal y mantener la injusta distribución del ingreso. 

Uno de los supuestos fundamentales de los modelos en que se basan las MI es el de determinación del Producto de largo plazo por el lado de la oferta. Bajo dicha concepción el ciclo económico de corto plazo representa desviaciones, respecto de un sendero de equilibrio a un nivel que se corresponde con una tasa “natural” de desempleo, la tasa de desempleo que mantiene constante la inflación (o NAIRU en la bibliografía). Es decir aquella que contiene los reclamos salariales en línea con la distribución del ingreso prevaleciente.

Salvo que los trabajadores se auto-limiten a perder una porción de su ingreso real, la manera de no acelerar la inflación es con un aumento de la desocupación tal que apacigüe los reclamos por aumentos de salario. Una vez más la pugna distributiva en el centro de las presiones inflacionarias. En el esquema de MI, la forma de “modelizar” esta puja es mediante la introducción del desempleo como elemento de coerción. 

¿Cuál es el nivel de esa tasa en un país como la Argentina, que viene de un proceso prolongado de fortalecimiento de la relación salarial y la formalización del trabajo? Por ahora es un misterio, ya que no deja de constituir una variable conceptual, una tasa teórica, no una medida efectivamente cuantificable de antemano.

* Centro de Investigación en Economía Política y Comunicación (CIEPYC), de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social - UNLP.