No hay nada peor –más naturalizado, menos reflexionado– que lo que está de moda. Desde hace unos años, en el terreno del documental se usa la erradicación (total y en cualquier circunstancia) de la voz en off y de toda clase de dato, indicación, puesta en contexto u orientación gráfica. Esto es producto de una reacción sanísima y de lo más necesaria frente al modelo de documental convencional, superpoblado de locuciones en off, cabezas parlantes y data al pie, que detalla el nombre y a veces la profesión del hablante. Si ese dispositivo facilista y extradiegético puede remplazarse provechosamente por herramientas más genuinamente cinematográficas (acciones en lugar de palabras, asociación e inducción en vez de descripciones verbales de sentido unívoco, lo real “en crudo”, sin ayuda de gráficas filotelevisivas), en buena hora. Pero a veces sucede que esos recursos “viejos” (la voz en off, el entrevistado hablando a cámara, algún zócalo al pie del cuadro) pueden ser útiles, convenientes y hasta necesarios. Y su erradicación total, producto de la conversión del cambio de modelo en dogma inmutable, contraproducente. Es lo que sucede con Yallah! Yallah!, documental sobre el fútbol palestino y su relación con la política, que por negarse a la utilización de algunas herramientas –como si el simple hecho de usarlas condenara a todo documental al infierno del rubro– se vuelve, por tramos, de dificultosa comprensión.
Primera coproducción entre Argentina y Palestina, Yallah! Yallah! –que fue parte de la Competencia de Derechos Humanos en el Bafici 2017– focaliza sobre un grupo de personajes vinculados al fútbol. Algunos jugadores, un director técnico, dirigentes de lo que podría llamarse “la AFA palestina”, el líder de una hinchada. Con ellos como protagonistas se va hilando el ramillete de historias, que no se presentan en sucesión sino en forma rapsódica. De desarrollo embrionario, el fútbol palestino parece ser (primera duda surgida de la falta de información) reciente. Y creciente, tal como demuestran los abundantes picaditos callejeros que se ven sobre el final del documental, dirigido por los realizadores Fernando Romanazzo y Cristian Pirovano. Hay un torneo oficial, que se juega en estadios pequeños, equivalentes a los de las categorías B o C en Argentina. Pero con menos tablón y más cemento.
Las dificultades son de todo tipo, y detrás de todas ellas surge la sombra del Estado ocupante. Jugadores detenidos sin causa judicial, problemas a veces insolubles para los que no viven en la misma localidad y están obligados a atravesar o eludir los checkpoints, ahogos financieros, hinchadas siempre pequeñas (centenares de simpatizantes nada más) cantando canciones de resistencia, los clásicos combates piedra-contra-gas-o-tiro. Pero las dificultades son también para el espectador, por la falta de data señalada. El relato, y en más de una ocasión sus protagonistas, atraviesan Gaza, Cisjordiana, Jerusalén, sin que se sepa dónde están y por lo tanto sin poder determinar siquiera si se hallan en casa o en territorio “enemigo”. En una escena al director técnico se lo ve entrenando, y no se sabe si eso sucede en una escuela de técnicos o qué. Se ignora cuántos equipos hay en la liga, así como el grado de inserción popular del fútbol en Palestina. Hay, por lo visto, jugadores extranjeros, iraquíes sobre todo, pero no se precisa cómo fueron a parar allí, cuándo ni por qué. Una lástima.