Señoría Fiscal: Mi nombre es Camila. Le cuento mi historia ya que hace un año hice la denuncia correspondiente en mi caso, no sé cuánto más va a tardar para que se haga justicia.
Dicen que al no haber penetración, no es violación ¿Qué es, entonces, lo que este monstruo me hizo?
Viví tres años de calvario, sólo yo sé lo que pasé… He pensado en matarme pero no lo hice porque miraba a mi hermanita, que en ese momento tenía 6 años, y si yo tomaba esa decisión, no iba a poder protegerla (…)
El siempre me amenazaba. Me decía que si no lo obedecía, o no me dejaba hacer lo que él quería, iba a matar a mi abuela, y que iba a castigar a mi hermana.
Siempre me sometía a actos sexuales.
Lo voy a contar por carta porque la Justicia no me da bola y no me dejan contar lo que me pasó. Yo ya no quiero tener más miedo de nadie. Así que voy a escribir paso a paso el calvario que me hacía vivir ese monstruo.
Esto empezó cuando él dijo que gustaba de mí. Yo no le había respondido.
El me empezó a buscar. La primera vez que me tocó me dijo que era su novia y que era celoso. Cuando me abrazaba me tocaba la cola. Esa vez supe que mi vida iba a cambiar para siempre.
Empezó la amenaza, que si decía algo iba a matar a mi abuela.
A las semanas, él me levantaba temprano cuando mi abuela y hermana dormían… Aprovechaba y me tocaba mucho mis partes íntimas, y ya era sin ropa.
Cuando llegaba del trabajo, tenía que estar atenta a las señas que me hacía para que él pueda tocarme.
Cuando mi abuela y mi hermana se iban a comprar él me desnudaba y me besaba todo el cuerpo. Me hacía sexo oral y que yo se lo practique a él porque me agarraba fuerte del pelo y me obligaba.
Cuando yo me bañaba entraba a verme y se hacía la paja.
(…) No dejaba que hable con mi mamá por miedo a que le diga algo. Siempre fue violento conmigo, con mi abuela, con mi hermana. A mi hermana, cuando yo me negaba porque no aguantaba tanto dolor, él la maltrataba mucho adelante mío.
Me hacía vestirme como monja, me decía que era celoso y que no me acerque a los chicos porque él era mi novio. Y que nunca diga nada porque ya sabía lo que iba a pasar.
Yo pido que por favor pague, que se haga justicia.
Entiendanme: me sacó lo más preciado para un niño, la niñez.
Muchas gracias.
PD: Tuvo que pasar lo de mi abuela para que me escuchen. Yo viví con un violador, un monstruo, no se merece libertad, puede violar a cualquier criatura.
Saludos cordiales,
Camila.
Camila tiene 16 años y es sobreviviente, como ella misma cuenta mejor que nadie, del horror del abuso sexual en la niñez. Alguien conocido, familiar, alguien que se supone que debe cuidar (y que para horror de muchxs, también cumple funciones de cuidado con las mismas personas de las que abusa), encierra a una niña en un espiral de violencia que la saca de su mundo de risas y juegos. Pero Camila crece al ritmo de Ni Una Menos. Ve que muchas se animan a hablar, y no son castigadas, o al menos se cobijan las unas a las otras. Ve que los cuerpos golpeados salen a la calle y piden el fin de la impunidad patriarcal con el puño en alto y eso le queda grabado en algún lugar. La justicia va a otro ritmo pero Camila no piensa en eso cuando, en febrero de 2017, dice a los gritos, en la comisaría 8va de Boedo, que jamás va a volver a vivir con su abuela y su pareja, Anulfo Escobar Castillo.
Están allí porque la hermana mayor de Camila, Luz, pide la emancipación de su madre para poder ir a bailar. Una situación menor que deviene en una conmoción familiar. Camila está allí acompañando a su mamá, ni siquiera es la protagonista del altercado. La policía les pide calma pero no las contiene, solo amenaza “che, no se pongan tan rebeldes que las van a mandar a un internado, o a vivir con sus abuelos” les dicen a las chicas. Para Camila el tiempo se detiene. En esa frase dicha al pasar está contenido el horror de su infancia, su secreto mejor guardado y el más doloroso: allí comienza otra historia. “Jamás voy a volver a dejar que me toque ese monstruo” dijo Camila, y las tres se fueron de la 8va.
Ahora, Elsa, la mamá de Camila, reconstruye: “Mis hijas vivían en lo de mi mamá porque yo trabajaba en Capital. Desde los 8 años de Cami hasta los 11 vivieron en Adrogué. El era una persona respetuosa, de buen carácter, que yo conocía hace años. Jamás hubiera pensado que era capaz de algo así”, dice y parece volver sobre sus palabras porque retiene miles de otros testimonios como el suyo donde el violento es un buen vecino, “tranquilo”, “amable”, “inofensivo” como se escucha tan seguido en los noticieros.
Las dos quieren hablar. Sigue Camila: “Al principio era todo normal, le decíamos “papá” porque como mi papá biológico no se hizo cargo de nosotras yo lo quería como a un papá. La verdad es que él estaba: nos llevaba al colegio, nos compraba cosas. Yo veía situaciones violentas entre mi abuela y él, siempre la trataba mal, la disminuía, vivía diciéndole “inservible”, le pegaba puñetazos en la cabeza cuando pasaba, le decía que era una vieja y que la iba a meter en un geriátrico. Pero hasta ahí yo miraba eso y no caía en que un día eso se iba a volver contra mí. Así fue”. A los pocos meses que las chicas vivían con su abuela y Escobar Castillo, él empezó a tocarla. Camila lo ayudaba con un trabajo de albañilería y él la llamaba aparte para jugar a “los novios”. “Enseguida empezó con el toqueteo y él me decía que no era nada. Me hacía todo lo que cuento en la carta y me decía que si yo hablaba iba a matar a mi abuela y se iba a meter con mi hermanita. Mientras tanto, yo la veía a mi mamá muy cada tanto, y cuando ella venía a visitarnos él no me dejaba nunca a solas con ella. Después empezó a prohibir el contacto, inventaba que nos íbamos a pasear para que yo no la vea y le cuente. No sé si yo le hubiera contado porque me daba miedo realmente, pero mi mamá es una persona grandota y sé que ella lo hubiera encarado. Pero no sé si lo hubiera hecho, es una duda que tengo y que siempre me va a acompañar. La verdad es que nadie sospechaba nada” dice Camila, firme, segura, sin titubear. Su mamá sabe la historia de memoria. Una noche, Camila estaba durmiendo en su cama y Escobar Castillo la atacó sexualmente. Ese no fue un día más. “Me quedé paralizada, quería bajarme de la cama cucheta y no podía, empecé a gritar que no podía moverme. El vino corriendo, y como yo no sentía el cuerpo, me llevó corriendo a la guardia del hospital Lucio Meléndez. Ahí me atendió una doctora, no dejó que entre él, solo mi abuela. Me preguntó si había tenido relaciones sexuales y yo dije que no: ¡tenía 11 años y él me había violado! Estaba demacrada, y ahí mismo, del estrés, me vino el periodo por primera vez. Para evitar problemas, mi abuela llamó a mi mamá y le dijo que nos venga a buscar”.
Elsa buscó un lugar para vivir con sus tres hijas. No entendía lo que pasaba pero olió algo malo y se las llevó en una semana. Vivían en un monoambiente en Capital, donde Elsa trabajaba, pero para Camila lo único que importaba era estar lejos de quien le había hecho tanto daño. “Sabía que mi abuela seguía sufriendo pero mi cabeza estallaba. No podía hacerme cargo de tantas cosas” dice con una claridad que estremece. Cuando Elsa le decía de visitar a la abuela, Camila ponía cualquier excusa para no ir a la casa de Adrogué. Pasaron los años y llegó febrero del año pasado con ese gesto de rebeldía de la hermana mayor de Camila que desató el huracán.
Sin embargo, y aún habiendo hecho la denuncia inmediata, la justicia jamás llamó a declarar a Camila, incluso con la información de que Blanca estaba en riesgo. La pareja se separó y el tipo desapareció por un tiempo. Siempre volvía y discutían. A Camila eso ya no le importaba, sentía un alivio; tenía, y sigue teniendo, la esperanza de que la citen a contar lo que vivió. Pasó todo el año pasado y la sensación de que algo podía pasarles les pesaba a todas, pero lo pasaron, concientes de que era mejor hablar que callar, “sobre todo porque este tipo estaba suelto y podía violar a cualquiera”. El 9 de abril, Escobar Castillo fue a la casa que compartía con su ex pareja, le tiró nafta y alcohol y le prendió fuego, a ella y a la casa. Quería borrar pruebas. Quería, como tantos femicidas pirómanos, castigar con saña aquello que había jurado vengar si se develaba. Blanca entró a la Clínica Del Buen Pastor de Lomas del Mirador con el 60 por ciento del cuerpo quemado. Va a llevar esas marcas, las implacables marcas de las quemaduras, por el resto de su vida con ella. Agonizó durante un mes pero fue mejorando y la semana pasada le sacaron el respirador. “Está boleada, muy medicada, pero sabe lo que pasó, quiere que él siga preso” dice Elsa, emocionada. Quiere que su mamá se recupere y quiere que la justicia no les dé la espalda.
Matías Bernal, su abogado, sigue las dos causas, la de tentativa de femicidio y la de abuso sexual. “Si bien el tipo está preso por el delito contra Blanca, la UFI 9 de Abusos Sexuales de Lomas de Zamora jamás llamó a declarar a nadie de esta familia. Me queda claro que es porque tienen bajos recursos. La Dra. María Delia Recalde, Mariano Leguiza Capristo y María Elizabeth Borneo son los tres fiscales que han tenido acceso a la carta que escribió Camila con una indiferencia que me asusta. Vivimos en el país del Ni Una Menos pero las chicas pobres que denuncian abusos sexuales siguen sufriendo la impunidad de un sistema patriarcal y machista hasta la médula. Y este caso debería ser un emblema: ¿Qué pasa cuando un violento amenaza? A veces cumple. Blanca tiene 65 años, y nunca va a volver a ser la misma porque eso es lo que pasa cuando te prenden fuego. Las secuelas son de por vida. El relato de Camila es terrible. Da detalles escalofriantes. El tipo la cambiaba y la manoseaba. Cuando me lo contaron ella y su mamá lloraban y me llamó mucho la atención el nivel de detalle, la lucidez con la que ella podía narrar ese horror, habiéndolo vivido varios años antes, siendo tan chica. No es fácil escuchar eso de una persona totalmente indefensa”.
Camila dice que se siente fuerte para declarar. La pelota está en la cancha de la justicia. Hay una mujer internada y una adolescente que puede contar en primera persona y señalando el culpable, lo que vivió, para que no vuelva a pasar, para que nadie tenga que callarse nunca más. “No sé si ya es tarde o no. Yo tengo esperanzas y con mi mamá no vamos a bajar los brazos hasta que nos escuchen”.