La escritora francesa esquiva –que concede pocas entrevistas por una mezcla de timidez y espanto a la exposición- es una ciudadana insumisa, votante del líder de la izquierda radical Jean-Luc Mélenchon y defensora a ultranza del italiano Cesare Battisti, militante del grupo Proletarios Armados por el Comunismo (PAC), que ahora vive en Brasil y quien ella visitó varias veces y lo ayudó a convertirse en escritor. Fred Vargas, seudónimo literario de Frédérique Audoin-Rouzeau (París, 1957), es la séptima mujer en 37 años en ganar el Premio Princesa de Asturias de las Letras. La creadora de la serie de novelas negras protagonizadas por el comisario Jean-Baptiste Adamsberg, “combina la intriga, la acción y la reflexión con un ritmo que recuerda la musicalidad característica de la buena prosa en francés”, planteó el presidente del jurado, el director de la Real Academia Española (RAE), Darío Villanueva. A juicio del jurado, que estuvo integrado por escritores como el mexicano Juan Villoro y el cubano Leonardo Padura, Vargas entiende la sociedad “como un misterioso y complejo ecosistema” y su obra narrativa se destaca por la originalidad de sus tramas, la ironía con la que describe a sus personajes, la profunda carga cultural y la desbordante imaginación, “que abre al lector horizontes literarios inéditos”.
“El vaivén del tiempo, la revelación del Mal se conjugan en una sólida arquitectura literaria, con un fondo inquietante que, para goce del lector, siempre se resuelve como un desafío a la lógica”, agregó Villanueva sobre la obra de la premiada, una arqueozoóloga y medievalista –una de las grandes expertas mundiales en la peste negra en la Edad Media-, que se hizo famosa gracias a las historias del comisario Adamsberg, un personaje que podría inscribirse en los grandes policías-detectives de la tradición parisina: de Maigret de Georges Simenon al Nestor Burma de Léo Malet. La saga Adamsberg comenzó con El hombre de los círculos azules (1996) y continuó con El hombre del revés (1999), Huye rápido, vete lejos (2001), Fluye el Sena (2002), Bajo los vientos de Neptuno (2004), La tercera virgen (2006), Un lugar incierto (2008), El ejército furioso (2011), Tiempos de hielo (2015) y Cuando sale la reclusa (2017). Su obra es publicada por Siruela en cuidadas versiones de la traductora Anne-Hélène Suárez Girard. La otra serie de Vargas, “Los tres Evangelistas”, protagonizada por tres historiadores treintañeros, Marc, Mathias y Lucien, incluye títulos como Que se levanten los muertos (1995), Más allá a la derecha (1996) y Sin hogar ni lugar (1997).
Vargas, hija del escritor surrealista Philippe Audoin (1924-1985), amigo de André Bretón, estudió Arqueozoología e Historia. En 1988 comenzó a trabajar en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) de París como arqueozoóloga. “La arqueozoología es un oficio científico muy austero”, declaró la escritora en una entrevista publicada por Le Figaro Magazine, el año pasado. “En una excavación, examinamos decenas de miles de restos de huesos, los observamos para descubrir si se trata de restos de rana o de rata, una tibia o un fémur. Luego hay que establecer estadísticas, trazar cuadros comparativos. Vamos, que no nos divertimos todos los días. Durante mucho tiempo pensé que mis novelas negras no tenían nada que ver con mi profesión, escribir era como hacer novillos. Pero acabé por darme cuenta de que en la arqueología abrimos la tierra, donde toda la historia está escrita, pero está muda: hay que sacarla, traducirla, estudiarla, en otras palabras, resolverla. Y una novela policial también esconde una historia que debemos desentrañar. El historiador y el inspector buscan pistas y los dos arrancan una investigación con indicios inicialmente incomprensibles”.
Cuando Vargas intentó publicar sus primeros libros, varios fueron rechazados. “Las editoriales no los querían, me decían que no encajaban en el molde de lo que se ha dado en llamar novela negra. ¡Y es que yo no escribo novela negra sino novela de enigmas!”, aclaraba la escritora francesa, admiradora de Agatha Christie. “El arte es un medicamento. Nos ayuda a vivir. Entre todos los animales, el hombre es el único que se ha inventado la creación artística. La necesitamos para escapar de la realidad y poder volver a ella y mirarla a los ojos”, explicó la ganadora del Princesa de Asturias de las Letras, que decidió firmar sus obras como Fred Vargas imitando a su hermana gemela Joëlle, una pintora conocida como Jo Vargas. Los dos seudónimos hacen referencia al personaje de María Vargas, interpretado por Ava Gardner en la película La condesa descalza. La escritora que dice que tiene un ego del tamaño de una lenteja alzó su voz para defender a Cesare Battisti, militante del PAC condenado a cadena perpetua en Italia. Junto con otros intelectuales franceses como Bernard-Henri Lévy, considera que no hay pruebas contra Battisti –acusado del asesinato de cuatro personas- y que todo el caso es un montaje. Battisti logró escapar de la cárcel italiana en 1981 y se refugió en la Francia del socialista François Mitterrand, quien no permitió que lo extraditaran, y donde se convirtió en un escritor de éxito de novela negra. En 2004, cuando el entonces presidente Jacques Chirac estaba dispuesto a entregarlo a Italia, Battisti escapó a Brasil, donde actualmente vive. “Todo el juicio descansa en el testimonio de un arrepentido, un personaje que, a base de denunciar a otros, ha obtenido la libertad”, recordó Vargas, quien ha escrito un libro sobre el caso en francés, que todavía no ha sido traducido al español: La vérité sur Cesare Battisti (2004).
Aunque es una escritora con fuertes convicciones políticas, en sus novelas no hay referencias explícitas a la política. “Si los hombres hacemos arte no es para repetir la vida, para hacer un doble de la vida. Y eso ya era así cuando vivíamos en cavernas. Creamos a partir de lo real pero lo desfiguramos, lo exageramos, lo miniaturizamos o le damos un carácter grotesco. Eso nos permite ver la realidad bajo otro prisma y comprender mejor y aceptar. Pero para que la creación artística funcione, para que tenga las virtudes terapéuticas que yo le atribuyo, hace falta que no esté demasiado alejada de lo real –advierte la escritora francesa-. Si es una abstracción, si no hay permeabilidad entre arte y vida, entonces el trasplante no funciona, se produce un rechazo”.