“Esto está pasando de castaño a oscuro”.  Esta frase popular tranquilamente se le podría adjudicar al director neocelandés David Farrier en el momento en que comenzaba la investigación para Tickled, el documental  que fue furor en la edición del festival de Sundance del año pasado. La película, que ahora puede verse por Netflix, trae consigo, además, una serie de escándalos que trascendieron la pantalla y altercados que tuvieron lugar en muchas de sus exhibiciones. Y todo comenzó con unas cosquillas.

Al principio se trató de un video que circulaba por la web, en donde se podía ver a un joven atractivo, vestido con ropa deportiva, atado a una cama. De pronto otros tres jóvenes, se le subían encima y comenzaban a hacerle cosquillas: bajo los brazos, en los pies y en la panza. Cuando el periodista David Farrier lo vio, enseguida supo que encajaba perfectamente con el segmento de noticias raras que realizaba para el noticiero donde trabajaba, en un canal de televisión de Auckland, Nueva Zelanda.

Comenzó a indagar y descubrió que detrás de los videos estaba la productora Jane O’Brien Media: reclutaba jóvenes de entre 18 y 25 años para participar de la “Competencia de resistencia de cosquillas” a cambio de muy buena plata. Lo primero que Farrier pensó fue que se trataba de un nuevo y extraño deporte, y decidió ponerse en contacto con la empresa  para una entrevista. Y ahí se desató el infierno.

Al poco tiempo recibió un mail de parte de la productora donde lo insultaban diciendo que no querían que su producto se viese relacionado con un “periodista marica” (entre otros términos violentos y homofóbicos). Farrier es abiertamente gay, y esto no hizo sino encender una luz de alerta en su cabeza: “Parecía ridículo, ya que nada podría ser más evidentemente homoerótico que los videos de unos jóvenes en un colchón obligados a soportar cosquillas por todas partes por otros jóvenes atractivos. La violencia de la respuesta,  además, me intrigó y seguí excavando”, cuenta. Y comenzaron los problemas: dos supuestos representantes de la productora viajaron a Auckland para poner fin abruptamente al trabajo de Farrier amenazando con demandas millonarias. Incluso la familia de Dylan Reeve, codirector de la película, recibió amenazas via mail.  

Y esto fue lo que los decidió. Comenzaron una campaña de financiación en la plataforma Kickstarter (que incluyó una donación importante del actor inglés Stephen Fry), y se puso en marcha la realización de este documental,  una carrera alocada, en medio de amenazas y litigios millonarios, donde los dos realizadores protagonistas tratan de completar la película y al mismo tiempo intentar averiguar por qué es tan problemático, peligroso y finalmente misterioso este asunto de los videos y las cosquillas. 

La estructura de documental en primera persona de Tickled por suerte no se basa en el divismo de los directores como protagonistas, sino en su lugar de víctimas de una situación que no buscaron y que tiene, además, un ritmo de policial bizarro que lo vuelve apasionante. Un segmento muy largo, que presenta a los primeros videos de “cosquillas” —ya con fines claramente eróticos— es también una historia de los comienzos de Internet, cuando todo parecía más cercano y conocido. Pero esa historia germinal ya devela el poder del anonimato y la crueldad que la red puede esconder. Y este es el tema principal de la película; lo fácil que es dañar la vida de las personas controlándolas con dinero y demandas, exponiendo sus vidas en la web, sin que exista un freno aparente  (o por lo menos accesible a todos) para hacer frente a los acosos.

El lado oscuro de toda esta historia comienza en Estados Unidos. Los jóvenes que participaban de los videos, cuando no querían volver a hacerlo, eran extorsionados, los videos difundidos en YouTube, incluso los extorsionadores llamaban a sus trabajos y esgrimían, por ejemplo, falsas acusaciones de pedofilia. Pesado. Pero al parecer era el modus operandi de la empresa. Amenazas, abuso, hostigamiento on-line, difamación a los ex colaboradores. Tickled también muestra la realidad de los jóvenes norteamericanos sin esperanzas, que realizan cualquier cosa para simplemente poder sobrevivir, chicos que se aburren en gimnasios, que viven en ciudades en decadencia como Detroit, que necesitan esta “changa” como cualquier otra.

La odisea de los realizadores llega a un hombre y un nombre: David D’Amato, el heredero de una enorme fortuna amasada por su padre, ex director de uno de los bufetes de abogados más importantes de Wall Street.  D’Amato, el hombre detrás de la productora y la extorsiones, negó las acusaciones y también comenzó con más amenazas que siempre implicaban millones de dólares. D’Amato, su bravuconería y su impunidad es casi una metáfora obvia del poder del dinero: en este caso un hombre que gastó fortunas para su propio placer fetichista y que gastó y gastará aún más para asegurarse de que nadie amenace su “imperio”.  

Tickled pone en evidencia que las cosquillas son una excusa: el fetiche es el poder. D’Amato es un super bully amparado en el anonimato y con abogados al alcance de la mano. El hostigamiento sin consecuencias es el verdadero goce. En este sentido, Tickled sigue los pasos de films como Catfish (2010), o He aquí las ensoñaciones del mundo conectado, el impresionante documental dirigido por Werner Herzog en 2016, películas que tienen como tema Internet y la capacidad del daño del ser humano que se potencia en una era hiper-conectada. La web aún no es tema de demasiados documentales: Tickled demuestra que es un mundo que requiere más atención, más cine.

El escándalo continuó después del estreno de Tickled: D’Amato demandó a los directores por 40 millones de dólares, acusándolos de difamación. Kevin Clarke,  productor de Jane O’Brien Media, negó conocer a D´Amato y además creó una página web, dedicada a desmentir la película, en donde presenta a un tal Louis Peluso como dueño “real” de la productora. Ahí muchos de los entrevistados para el documental se desdicen alegando que sus testimonios fueron pagados por Farrier. Además, muchas de las proyecciones en cine del documental  fueron interrumpidas: se descubrió a investigadores privados entre el público, con cámaras escondidas en tazas de café. Tickled comenzó como una historia graciosa y absurda, hasta el punto de que todo lo que ocurre parece que fuera mentira. Pero no lo es. Y la mezcla de humor negro con policial negro lo convierte en un documental apasionante sobre las taras de la vida moderna.