Qué cosa, qué tristeza, qué daño irreparable, que le haya brotado un desaparecido a la democracia. Y ya casi no hay esperanzas. Porque si Cristina no dijo una palabra, esta gente menos. Menos que una palabra. Es decir, nada.
Y López era un militante y un obrero. Una conjunción poderosa. Tenía unas convicciones fuertes. Basta verlo en su testimonio contra su torturador, Etchecolatz, para saber que este hombre sabía lo que quería, sabía por qué luchaba. Cuando dice: “¡Etcehcolatz!”, y lo dice fuerte, para que lo escuchen todos, que nadie dude que ni alegue sordera, ahí sentimos la firmeza de sus convicciones.
¿Tenía que pagar tanto? Porque desapareció dos veces. Si hay un tango que dice: “Dónde estaba Dios cuando te fuiste”, bien podemos decir que Dios no estaba cuando se selló la terrible suerte de este albañil valiente, que puso los ladrillos de su propia historia, que habría debido pagar menos, pero cuya historia sigue abierta, porque lo seguimos y lo seguiremos esperando.