Se suele asociar los años ‘70 a la pasión. La pasión política, el idealismo vitalista y al palo, la militancia como una adrenalina de la voluntad. Y, en alguna medida, aceptar estas asociaciones atempera un poco la conexión del imaginario setentista con otros dos aspectos de la vida: cierta razonabilidad en la vida cotidiana, cierta capacidad pragmática de moverse en la superficie normal de las cosas y –nada menor– una noción del amor que no descarte aspectos más románticos, telenovelescos e inclusive, un desemboque matrimonial. En fín: cada época tiene su imaginario, su estructura de sentimientos, su moraleja. Con el tiempo, estas cuestiones se cristalizan. Y con más tiempo todavía, surgen versiones que logran romper o cuestionar esas cristalizaciones, clichés y lugares comunes. En este sentido, Amores bajo fuego de la periodista Gisela Marziotta juega entre esos bordes de cristal y tiempos líquidos, reconstruye cinco historias de amor y de parejas –y de amantes y esposos– que si por un lado amplían esa marca de pasión de época (de lo estrictamente militante a la vida cotidiana, de lo político a lo micropolítico),no reniegan de eso que condensa su subtítulo: romances apasionados en tiempos violentos. No es lo mismo vivir un gran amor entre, pongamos, 1972 y 1977, que entre 1982 y 1988, o en los años ‘90. Son historias “setentistas”. Pero cuando se llega a la última, se entiende también el peso de la subjetividad en todo esto: cada historia de amor lo es a su manera. La singularidad no es totalmente comida por el mandato de época, provenga este de una familia conservadora, de una orga revolucionaria o de un cruce de todo un poco.
La apertura es en cierta forma engañosa: la historia entre el cura obrero Jerónimo Podestá –Obispo de Avellaneda cuando conoce a su gran amor– y Clelia Luro, una mujer vinculada a la iglesia pero no religiosa, es la menos y la más emblemática de los tiempos que retrata Amores bajo fuego. Arranca en 1966, llega hasta el siglo 21 pero representa como ninguna el tópico de la entrega total y absoluta a una causa que trasciende e incluye a la militancia en función de mejorar la sociedad. Podestá y Clelia Luro constituyen en principio y para siempre una “pareja mística”. En esos vaivenes de un deseo mistificado, un goce retardado, una Voluntad de hierro y una entrega sin límites al otro y a través del otro a Dios (“tus manos, Jerónimo, amo tus manos que consagran y bendicen”, escribe Clelia en una carta) se condensa gran parte del sentido de esa época. A la vez, un sacerdote del Tercer Mundo no podría representar acabadamente ese cruce de pasión extrema entre amor y revolución. Este núcleo aparece representado, nítido y duro, en la quinta historia de amor, la de Vicky Walsh y Emiliano Costa, narrada por Marziotta con precisión a partir de una entrevista con Costa, el sobreviviente de la pareja. Pero para retomar esa idea de que lo más representativo no quita lo más singular, este amor borde no deja de tener sus anillos de oro para el compromiso, registro civil y la feliz espera, recién casados, de un bebé, una niña que como se sabe, sería rescatada de la muerte en medio del funesto operativo que le costó la vida a Vicky.
Pero en la terrible historia de amor de Vicky y Emiliano también se nota la desesperada búsqueda de normalizar un poco la vida cotidiana, de ponerle un freno a la intensidad. En ese vínculo parece empezar a respirarse un aire de cuestionamiento a las duras condiciones de la vida al servicio de la revolución, de la necesidad de tener un espacio propio, cuestionamiento que la realidad arrolladora cortó de cuajo.
Entre estos dos momentos “top”, se deslizan las historias más serenas, más sentimentales y en algunos aspectos más desoladoras. Están desarrolladas con las mismas técnicas que combinan crónica, reconstrucciones autobiográficas y uso de fuentes directas, las vidas de Alicia Alfonsín y Damián Cabandié, Delia Barrera y Ferrando y Hugo Scutari, y Leonor Canelles y Alberto Nadra, esta última historia ya entrada en el clima de la apertura democrática, años quizás de clausura definitiva de los ‘70, cambio de época.
Con eje en su Club Social y Deportivo Colegiales, la historia de amor de Alicia y Damián (los padres de Juan Cabandié) se despliega con toda su intensidad/ normalidad barrial, con las tensiones familiares extremas por la militancia de los chicos, chicos bien serios, casi jóvenes viejos dicho cariñosamente en la excelente reconstrucción del actual presidente del club, Carlos Funes, que los conoció a fondo. Una historia que no desentonaría con una telenovela de Migré de los 70 que podía incluir su toque social. La edad en que ambos son secuestrados para permanecer desaparecidos –16 años Alicia, 19 años Damián-le da una dimensión insondable al dolor de esta tragedia.
La historia de Delia y Hugo es una canción sobre la ausencia: dos jóvenes de clase media que se conocen en 1972 cuando todavía ninguno de los dos tiene militancia. Más adelante él ingresa en la Juventud de Trabajadores Peronistas, la rama sindical de Montoneros. Historia breve de una pareja que se constituye en cinco años hasta que en 1977 son secuestrados; él desaparece, ella sobrevivirá; compartieron la misma celda pero él jamás volvió del lugar a donde fue trasladado. “A la noche, cuando se hacían los traslados, escucho movimiento. Cuando Hugo pasó junto a la puerta de mi celda, tosió. Yo hice lo mismo pero no me aguanté y le pedí al represor de turno que me dejara darle un abrazo, pero me dijeron que no. Así fue como nos despedimos. Con una tos fingida”, señala Delia en entrevista para este libro. Y finalmente, la relación entre Leonor Canelles y Alberto Nadra, los dos hijos de dirigentes potentes: ella de Jorge Canelles, uno de los referentes del Cordobaza y amigo íntimo de Agustín Tosco; él del histórico dirigente del Partido Comunista Fernando Nadra. Narrada a partir del testimonio de Alberto (autor del interesante libro autobiográfico Secretos en rojo: un militante entre dos siglos) es el contrapunto entre culturas militantes diferentes, dos mundos, si se quiere, que no son antagónicos pero que segregaron modos de vivir la política, el amor y la lucha muy diferenciados. En ese roce, en esa diferencia, se construyó este amor de más de treinta años.
Cada historia desemboca en una entrevista que le da contexto –pasado y presente– a los dramas amorosos que acabamos de leer: así también desfilan por estas páginas Rubén Dri, Estela de Carlotto, Daniel Rafecas, Daniel Campione, abogado que militó en el Partido Comunista hasta 1985 y del periodista Oscar Martínez Zemboraín. Desde el prólogo, Víctor Heredia agrega una conmovedora historia de amor, la de su hermana Cristina y Nicolás.
Además de poner en escena una época y su estructura sentimental –marcada por la clandestinidad– Amores bajo fuego permite empezar a cuestionar el molde rígido que vendría a dar por hecho que las cuestiones micropolíticas fueron absolutamente ajenas a los años ‘70. Y comprobar que no existe ni existirá una política al márgen de cuerpos y almas.