Las dimensiones más profundas del horror se fueron abriendo ante sus ojos. Tejieron una ruta invisible que la llevó por el mundo persiguiendo los dispositivos humanos que les daban causa, origen. Registró con detalle cada uno de sus engranajes: nombres, fechas, documentos. Desentrañó sus conexiones y las hilvanó con el testimonio de las víctimas hasta entonces condenadas al silencio. A través de sus libros y documentales, la periodista francesa Marie-Monique Robin describió el origen del tráfico de órganos entre Europa y América, los métodos de tortura utilizados por el ejército estadounidense en Medio Oriente, las enfermedades crónicas nacidas en el centro de una industria alimenticia envenenada, el entrenamiento de las Fuerzas Armadas Argentinas para utilizar el terror y el sinfín de cuerpos expuestos al glifosato, signados por el cáncer y las malformaciones congénitas. Pero también se propuso viajar en la dirección opuesta, retratando los caminos alternativos abiertos por la agroecología y la posibilidad de frenar el horror desatado por el propio ser humano. Su último libro, El glifosato en el banquillo (De La Campana), parte en esa dirección para narrar las experiencias que permitieron a la sociedad civil convocar a un tribunal en La Haya cuyos jueces, basándose en los principios directores sobre las empresas y los derechos establecidos por la Organización de las Naciones Unidas concluyeron que Monsanto no cumplía con sus obligaciones internacionales y recomendaron que se reconociera el delito de ecocidio para juzgar a la corporación por ese crimen.
En octubre de 2016, con Marie-Monique Robin como referente mundial –junto a la filósofa hindú Vandana Shiva, ganadora del Premio Nobel Alternativo–, el Tribunal Internacional contra Monsanto reunió cientos de casos-testigo e investigaciones científicas de todas partes del mundo, expuestos frente a un equipo de jueces internacionales que emuló los mecanismos de la Corte Penal Internacional de La Haya y que estableció la culpabilidad de la corporación por “causar daño severo y destruir el medioambiente alterando de forma significativa y duradera los bienes comunes del ecosistema, de los cuales ciertos grupos humanos dependen”. Un año y medio después, Robin recrea dentro de El glifosato en el banquillo, como testigo y partícipe, el desarrollo y las incidencias de ese juicio popular que tuvo como objetivo establecer las bases para que los funcionarios de Monsanto sean juzgados penalmente.
Nacida en 1960 en el seno de una familia de agricultores de Gourgé, un pueblo rural del oeste de Francia, Marie-Monique Robin viajó durante su juventud para formarse como periodista en Alemania, en la Universidad del Sarre. “En aquella época mis padres estaban muy ligados a Amnistía Internacional. Tenían un amigo católico, agricultor y sindicalista que en los setenta se fue a Misiones, Argentina, y fue detenido por la dictadura. Entonces comenzaron una campaña para saber qué pasaba”, recuerda Robin, que habla en un castellano fluido, apenas rozado por la cadencia francesa.
En esa confluencia entre periodismo, derechos humanos y agricultura fue forjando la mirada con la que le dio vida a un trabajo colosal que logró desplegar en los cinco continentes. Más de cincuenta libros y documentales –financiados en su mayoría a través de cadenas televisivas como ARTE y también en parte por proyectos de crowdfunding e instituciones como la Embajada de Francia en Argentina– que le valieron premios como el Albert Londres -equivalente francés del Pulitzer, el Rachel Carson Price y la Legión de Honor, una distinción que le fue entregada en 2013 por el Ministerio de Ecología de Francia, durante la presidencia de François Hollande. “Al principio pensé en rechazarla, porque no estaba de acuerdo con su política”, reconoce Robin. “Pero pedí que me la entregaran en una comunidad cercana a Nantes, que estaba en conflicto por unas tierras que iban a ser vendidas para que se fabrique allí un aeropuerto. Lo vi como una manera de continuar lo que había hecho desde el periodismo. Creo que el periodismo sirve para dar información bien verificada y que eso luego permita que los ciudadanos se organicen. En ese lugar había un gran símbolo de resistencia”.
Las más de cien mil copias vendidas en Francia de El mundo según Monsanto -traducido a 22 idiomas-, a la par del documental que se replicaba en todo el mundo, la habían colocado en el centro de una discusión global que su gobierno no podía ignorar. A través de las páginas de ese libro, Robin desenmascaraba las operaciones mediante las cuales la corporación había escondido documentos internos en los que se aseguraba que el glifosato que contenían sus productos podía resultar cancerígeno para quienes estuviesen en contacto con él. A la par, mostraba un recorrido casi enciclopédico repleto de datos y testimonios que iban acompañados por los estudios científicos falseados por Monsanto para “sanear” sus herbicidas frente a la comunidad mundial.
¿Cuál fue la respuesta de Monsanto frente a la publicación de tu libro?
–Monsanto buscó y revisó el libro con abogados y no pudieron encontrar nada, todo está documentado, se puede verificar. Nunca me hicieron un juicio. El libro y el documental tuvieron tanto impacto que eso también me protegió. Lo presenté en los Congresos de Canadá, Japón, Paraguay. Fue pirateado de manera increíble incluso en países africanos. En Córdoba conocí a las madres y amas de casa que hacían de a trescientas copias del documental.
Los viajes de Marie-Monique Robin a la Argentina se habían vuelto constantes desde mucho antes de la publicación de El mundo según Monsanto, con el que recorrió decenas de pueblos y ciudades donde se replicaban las denuncias por fumigaciones con glifosato. En 2003, la salida de Escuadrones de la muerte: La escuela francesa (De la Campana) –prologado en la edición argentina por Horacio Verbitsky, que lo define como una “proeza periodística”– implicó que Robin se volviese una de las testigos en varios de los juicios de lesa-humanidad abiertos luego de la última dictadura militar.
Poco tiempo después de la aparición de El mundo según Monsanto, Marie-Monique-Robin comenzó a trabajar en una nueva investigación, movilizada por un interrogante que se desprendía de ese libro: “¿Monsanto constituye una excepción en la historia industrial o, por el contrario, su comportamiento criminal es característico de la mayoría de los fabricantes de productos químicos?”. La búsqueda de una respuesta terminó llevándola a reconstruir la ruta mundial de la producción de alimentos y el rompecabezas en el que se encastran sus efectos más devastadores: las enfermedades degenerativas, la esterilidad y el cáncer. El veneno nuestro de cada día: La responsabilidad de la industria química en la epidemia de enfermedades crónicas (2010, De La Campana) –publicado casi en simultáneo con un documental, al igual que casi todos sus trabajos– significó una escalada en el nivel de sus denuncias.
“Todos los alimentos producidos de manera industrial hoy llegan a nuestros platos cargados de veneno y pesticidas. Las empresas dicen que no se puede hacer de otra manera, que si no, no podríamos alimentar a todo el mundo. Pero los que dicen esto se olvidan que tampoco alimentamos al mundo con pesticidas. Hoy existen mil millones de personas que sufren hambre en el mundo, así que estamos hablando de un gran fracaso. Tanto dinero invertido en este modelo para que después de cuarenta años de locura química, una de cada siete personas muera de hambre”.