Una historia que transcurre durante la Invasiones Inglesas es solamente una parte de lo que puede mencionarse del sexto film de Néstor Montalbano. Vale recordar que el cineasta integró la camada que vino a renovar la forma de hacer humor en la Argentina, junto a Diego Capusotto, Alfredo Casero, Fabio Alberti, Favio Posca y otros. Dirigió en televisión De la cabeza (1992) y luego Cha Cha Cha (1992-1997) y en 1999 Todo por dos pesos. El nuevo largometraje del director de Soy tu aventura (2003), Pájaros volando (2010) y Por un puñado de pelos (2013), entre otros, es el más ambicioso: No llores por mí, Inglaterra –que se estrenará el próximo jueves– es también su film más logrado en términos técnicos. “En 2003 terminé Soy tu aventura, nos estábamos despidiendo con Capusotto y me vino una imagen que le dije: ‘Yo a vos te quisiera ver en una película con una levita y unas calzas blancas que te ajusten los huevos’. Me quedó esa imagen y cuando me encuentro con esos vacíos en los que pienso qué hacer posteriormente, no dudé en transmitirle a mi coguionista, Guillermo Hough, la frase ‘las Invasiones Inglesas’. Y así le fuimos dando forma. Primero era de boxeo y después fue de fútbol”, cuenta Montalbano en la entrevista con PáginaI12, de la que también participa uno de los protagonistas, Gonzalo Heredia. 

El núcleo de la nueva película de Montalbano parte del momento en que los ingleses invaden en 1806. El militar británico William Beresford (Mike Amigorena) ve que en la población criolla hay más resistencia de la que esperaba. El invasor se da cuenta de que sus refuerzos tardarán en llegar tres meses (esto fue real) y entonces busca la manera de distraer a la gente. Se le ocurre hacer una reunión en la Plaza del Cabildo y les cuenta a los criollos que los ingleses juegan al fútbol. Estos comienzan a prestarle atención, pero no entienden nada acerca de qué es una pelota ni de qué se trata ese juego de once contra once. Los ingleses les dicen: “Esto es un juego. Hasta, incluso, se puede putear”. Reúnen a la gente y arengan a las masas de la tierra rioplatense: “¡Puteen! ¡Hijos de puuuu! Sáquense toda la bronca”.

Interpretado por Gonzalo Heredia, Manolete es un empresario que se dedica a generar eventos en plena época colonial. Hace entretenimientos para el público y cuando va ese día a la Plaza del Cabildo y ve el reglamento del fútbol dice: “Acá hay un negocio”. Es el hombre que realmente se da cuenta de que, para que un partido de fútbol tenga emoción, tiene que conseguir dos grupos antagónicos. Y convence a los del barrio Embocadura, que viven en el bajo fondo, para jugar contra los de La Rivera, que pertenecen a la alta sociedad de la época. A Beresford el asunto le viene como anillo al dedo: ve que su idea está funcionando, que la gente empieza a distraerse con eso, y convoca a Manolete a una reunión privada para que esto prospere y que luego vayan a una confrontación futbolera los dos bandos: Inglaterra vs Argentina.

Montalbano presentó el proyecto de guion en la institución inglesa Euroscript. “Eso me ayudó mucho. Me dieron una crítica en inglés bien constructiva del guion con sus pro y sus contra, donde ellos veían que en la rivalidad que tenemos por los conflictos, al fútbol lo miraban con mucha simpatía y decían: ‘Acá tienen un potencial muy grande de una película, pero les va a costar mucho dinero y pueden perder mucho’”, recuerda el cineasta. “Uno de los consejos era que me fijara qué actores iba a poner, pero también me purificaron el delineamiento de la historia dándome consejos. En el primer libro, puse a próceres como Belgrano jugando al fútbol y ellos no podían entenderlo. Me decían: ‘Es una lástima. Purifique la historia, saque ese protagonismo de su propia historia y hágala más trascendente, más universal’. Eso inspiró a que le pusiera mucha garra”, agrega el director.

El cineasta no pensó primero en Capusotto, sino que el actor y cómico “llegó al nivel de todos”. “Es más, en principio no sé si estaba. Y, en un momento, empecé a ver que el personaje Sampedrito (que va a ser el director técnico) estaba muy ligado a un personaje que él podía hacer. Sampedrito tiene un nervio que fue basado en el hincha, también: con ese temperamento, que lo tiene a Sampaoli como ejemplo de ser nervioso, le pusimos un poco del cerebro de Bielsa y ahí salió un cóctel. Faltaba algo. Diego me decía: ‘¿Dónde me agarro del personaje?’. Y salió con el tema de los dientitos. Es que si Diego no tiene una característica, no ve al personaje. Y salió entre los dos: ‘¿Si le ponemos unos dientitos?’”, relata jocosamente el cineasta.

–¿Cómo fue el trabajo de reconstrucción de época?

Néstor Montalbano: –Entre las pretensiones que teníamos, dijimos: “Si a esta película la hacemos pobre, teniendo en cuenta que los decorados están tan limitados por la intervención de lo moderno, si no tenemos un buen vestuario, va a ser una estudiantina”. Ahí, todos le pusimos mucha garra. Por eso salimos a buscar el vestuario afuera, porque acá no había, como trajes sinceros de la época. Y en cuanto al decorado, dijimos: “En Buenos Aires no lo tenemos, hay que ir a Colonia (Uruguay). Es patrimonio de la Unesco y el lugar está bien conservado. Si bien era colonia portuguesa, igual nos acercamos y pusimos todas las fichas en sacar los exteriores y los interiores en Uruguay. Y acá quedamos más con lo que es de estudio. Los uruguayos fueron muy generosos. Hasta nos dieron el Cabildo.

–¿Fue un rodaje complicado?

Gonzalo Heredia: –No fue un rodaje complicado sino intenso. Fue novedoso porque es un género que no conocía. Nunca había construido un personaje en una película de este género. Fue muy intenso por la producción. Tuvo una gran producción, en la que aprendí mucho y trabajé mucho también. En ese sentido, fue muy gratificante. Todavía no vi la película, pero la construcción que tiene del desembarco de los ingleses y el fútbol me pareció genial. En el rodaje me di cuenta de la magnitud que tenía antes que en el papel.

N.M.: –Tuvimos intensidad porque la película en sí es muy intensa. El primer día él me quiso cagar a trompadas y tenía razón (risas). Yo estaba muy loco (risas).

–Como Werner Herzog con Klaus Kinski...

N. M.: –Claro, pero con Gonzalo no nos conocíamos y fue gracioso porque tuvimos una agarrada intensa, pero ya se veía la pasión que le íbamos a poner. Y me puso en vereda el amigo, cosa por la que le estoy agradecido. 

G. H.:–Lo bueno es que fue el primer día. Empezamos por la escena donde el personaje explicaba y vendía lo que era el fútbol, lo que era el deporte en sí. Lo mostraba en un metegol muy precario. Era una escena que mi personaje hablaba mucho, y tenía una energía y una verborragia que yo no manejaba. Aparte, era un género que no conocía. Y también porque el actor tiene esto de la presión del ser el elegido. Varias veces le pregunté a Néstor por qué carajo había pensado en mí para ser parte de la película.

N. M.:–Y pongamos el contexto de que el día que te fui a ver había nacido tu hija.

G.H.:–Me vino a ver al sanatorio y Alfonsina había nacido el día anterior. Yo tenía la cabeza en otra cosa y le dije: “Mirá, la verdad es que no tengo ambición artística, no tengo ganas de ganar ningún premio ni ser reconocido por la crítica. Lo único que quiero es pasarla bien”. Y él me dijo: “Acá, la vas a pasar bien”. Me dio el guion, lo leí y creo que a la pagina 20, le dije a mi mujer: “Mirá, esto es un delirio, la verdad es que me dan muchas ganas hacerla”. Nos contactamos con Néstor. Empezamos a hablar del personaje y sucedió. Primero, me daba mucha intriga saber por qué el quería que yo estuviera ahí. Y después vi cómo laburaba él con Diego y qué carajo querían de mí. Tenía esa expectativa de verme metido en el medio, a ver qué pasaba. Y de verdad nos divertimos mucho.

–¿Cómo trabajaron la construcción del personaje?

G. H.: –Es el personaje más terrenal de todos porque están todos subrayados, muy estereotipados en algún punto. Los personajes son muy extremos. Como el mío es el narrador o el que lleva la cámara, el que cuenta la historia, tratamos de que fuera lo más terrenal. Además, es como el primer típico argentino chanta.

–¿El más porteño?

G. H.: –Sí, el que crea, construye o ve negocios donde los otros no ven. En ese sentido, Néstor me planteó pararme en ese lugar. Por momentos, me resultaba bastante difícil porque al cruzarse con los otros personajes yo me teñía de esos personajes bizarros, de ese tono, de ese registro. Entonces, todo el tiempo tenía que bajarlo. La primera semana fue bastante dificultosa, hasta encontrar el tono para mí. Después que se aceitó eso, fluyó.

–¿Cómo fue el trabajo de recreación de las batallas?

N. M.: –Gracias a una agrupación que se llama Acarhi, que hacen recreaciones de la época de las Invasiones Inglesas. Me instruyeron cómo era la batalla en aquella época. Por otro lado, ellos actuaron y eso facilitó mucho. Y las coreografías muy precisas, que tienen que ver con espadeos y de acción pura, se las debemos a Fernando Lúpiz, “El Zorro” (otro de los actores de la película), que instruyó a Gonzalo y a Mike Amigorena, que tuvieron unas cuantas escenas.

G. H.: –Lo que me sorprendió de Néstor es que dirige a los extras. Muy pocos directores lo hacen. Y no sólo los dirige sino que es más importante lo que pasa detrás de la escena principal que lo que está sucediendo en primer plano. Eso me sorprendió. Y justamente es lo que crea la verosimilitud de todo, porque cuando ves a dos tipos que se están hablando y de fondo ves que pasan como si estuvieran comprando en el supermercado, es raro. Y acá era muy necesario que fuera todo real, verosímil: el desembarco de los ingleses, el partido de fútbol, lo que pasaba atrás. 

–Si bien tiene humor, ¿es una película de aventuras?

N. M.: –Sí, totalmente. Es una película de aventuras graciosa. No es de gags. Muchas veces, cuando decís “comedia”, los demás esperan otra cosa. Creo que se disfruta desde otro lugar. No porque sea amarga; al contrario, la película es divertida, graciosa, entretenida. Algunos chistes han funcionado, pero no están puestos como para que salgas riéndote a la panzada gorda. 

–Entre otros temas, ¿el film habla del surgimiento de la pasión por el fútbol?

N. M.: –Sí, de eso habla. Y de cómo una pasión despierta una identidad porque, a partir de esa pasión, están los modismos y todo lo que genera como lucha de pertenencia. Ya existe algo por lo que uno lucha: por esa pertenencia. Graciosamente, esa pasión es apócrifa porque los ingleses tienen que ver en este caso y hasta nos enseñan a putear cuando se hace el ensayo de fútbol en la Plaza. 

–Beresford les habla a los criollos sobre el fútbol para ganar tiempo hasta que lleguen más tropas inglesas. ¿Comparten la idea de que el fútbol es un elemento distractivo de la política?

G. H.: –Cuando leí el libro y, a medida que íbamos rodando, yo estaba totalmente convencido. La semilla es eso. Después, está todo maquillado alrededor, pero puntualmente es cómo un gran imperio los enceguece con un deporte que despierta pasión de multitudes y demás. Es toda una construcción para que después, por detrás, se implementen leyes y todo lo demás, pero para mí la película es eso.

–En ese sentido es muy actual...

N. M.: –Bueno, nos hemos basado en los hechos actuales para traspolarlo al 1806. Eso es lo gracioso. Lo gracioso es que uno siente identificación por lo que está ocurriendo en 1806 con cosas de hoy.  

–¿Por qué el fútbol forma parte de la identidad de un pueblo de manera tan fuerte?

N. M.: –Primero, yo tengo la teoría de que es el único deporte donde el espectador juega: “¡Dale!¡Pasásela!”. Estás adentro, no estás afuera. Estás jugando vos también. Eso es para mí lo que masifica el fútbol. Particularmente, nosotros también, ante tantas debilidades políticas que tenemos y como construcción de país, hemos encontrado que a través del fútbol podemos ganar una batalla. Eso es lo que Manolete le plantea al gobernador Pascual Ruiz Huidobro: “Pare la guerra, les podemos ganar al fútbol”. Entonces, es una manera de relativizar nuestras virtudes y nuestros defectos. Y creo también en esa bandera. 

–¿Qué opinan del fanatismo?

G. H.:–Creo que Manolete juega con fuego, como si la pasión se pudiera controlar o se pudiera meter en una caja, guardarla y después desplegarla cuando se quiera. Pero, como figura en la película, se va de las manos. Todo lo que es totalmente pasional, por momentos se desborda. Es algo incontrolable. Hoy somos un país donde el hincha visitante no puede ir a la cancha. Entonces, la pasión es como jugar con fuego, no se puede controlar. Y menos en una sociedad como la nuestra.