Los que crean que la corrida del dólar y la entrada en el FMI van a acabar con Macri se equivocan. El hombre tiene solidez para rato aún. Esa solidez le viene de los que lo eligieron: la clase media mediera y la profesional. Es tal la liviandad de los tiempos que nadie quiere arriesgarse a nada. Ni siquiera es posible imaginar a María Eugenia Vidal como Plan A para el 2019. El Plan A del Pro sigue y seguirá siendo Macri. Los poderes que lo respaldan lo seguirán haciendo. Además, es una vieja manía que se instaló con Menem: “Ya se cae. Ya se cae.” Falta mucho para eso.
La clase media le concede a Macri las bondades del desgaste. A otro le habría ido peor. ¿Qué el FMI lo va a tumbar, a desprestigiar, a cerrarle el camino para su reelección? No, el votante Macri no tiene nada contra el FMI. Se acostumbró. Todos, en algún momento, recurren a él. Se entró al FMI en 1955. Lo anunció el Ministro de Hacienda Eugenio Blanco en una conferencia en la Facultad de Derecho. La Revolución Libertadora trajo al país al FMI y a los paracaidistas franceses la Doctrina de la Seguridad Nacional. Con ellos –y con sólo algunas alternancias– permanecieron controlando el país durante tanto tiempo que es arduo calcularlo. Todavía siguen en el poder. Es el antiperonismo, los enemigos jurados del populismo nacional. Macri los hereda.
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La revolución de Uriburu fracasa porque los ingleses no quieren tratar con fascistas. Justo llega al Gobierno con elecciones y permanece ahí durante largo tiempo. Macri tiene que ver con los dos. De Uriburu toma la vocación represiva y de los conservadores la apertura hacia los mercados externos y los Pactos económicos desmesurados. El Roca-Runciman de los 30 prefigura a Macri y el FMI. Rivadavia, con la Baring Brothers, inaugura estos pactos. Cierto es que Macri quiere a Rivadavia al punto de adjudicarle le repatriación de San Martín. No dudemos que lo quiere por la Baring, que es su imagen de cómo se debe conducir un país.
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Entre tanto siguen las protestas. Son muchos, muchísimos los que no están de acuerdo con el Gobierno. Pero la mayoría de los votantes sigue sin encontrarlos atrayentes. Todos los caminos de la oposición continúan llevando a Cristina. Y Cristina sigue convocando el odio del 2015 y el 2017. Ni siquiera su deliberado bajo perfil logra hacerla más amada por quienes no la aman en absoluto. Es curioso que un candidato tenga que mantener un perfil bajo para sumar votos. Eso pasa con Cristina.
El Gobierno responde con su neoliberalismo salvaje. Ajuste y más ajuste. Por raro que también parezca los planes de ajuste del Gobierno ofrecen la imagen de un plan económico. El Gobierno lo tiene, piensan los votantes Pro, y funciona en medio mundo, sólo habrá que esperar. La oposición no tiene plan económico, sólo ofrece más sopa.
Parecen no advertir que el que ha ofrecido más y más sopa es el Gobierno. Que ofrece lo que ofreció Menem. Y tampoco es casual que Cavallo haya aparecido por estos terrenos. Sin embargo, el Gobierno ha logrado imponer una imagen de dinamismo, los progres lo respetan, y lo hacen en privado, a la hora de hacer balances totalizadores. El Pro no ha perdido su imagen neomoderna o posmo o sencillamente pro, como se quiera. Tiene aún el beneficio de la duda. Muchos aguardan esperanzados. Esa pregunta de José Natanson en Le Monde Diplomatique aún sigue vigente: “¿Y si funciona?” Sin duda funciona la pregunta. Cosa que no ocurre con la oposición. La pregunta “¿Y si funciona Cristina?” tiene menos verosimilitud. Nadie espera que ofrezca algo nuevo. No tiene, como el Pro, el beneficio de la duda. Sólo, se dice, ofrecerá más sopa.
Cualquier gobierno con tarifazos, dólar desbocado, muertos por la espalda, problemas educativos, se tendría que ir casi en seguida. Pero el votante Macri no le ve todavía posibilidad de reemplazo a su héroe. Si el mundo elige en todos lados a tipos como Macri, nosotros también tenemos que hacerlo, parece ser su razonamiento último. Así, Macri se mantiene en el Gobierno por la tendencia mundial de gobernabilidad y por la debilidad conceptual de la oposición. De este modo, gobierna por lo que hacen o no hacen los otros. Por sus tendencias y sus errores. No es un piso muy firme.