a la familia de Lalo, el pescador
Lejos y cerca
la lluvia cae
en la melancolía más sana de la tarde.
Hacia el sur
el Puente empuja su bosquejo en la espesa bruma
y grises innumerables
atravesando la humedad verde/gris que estuvo en el principio.
Este atardecer interminable parece clausurar la noche,
voces perdidas se mixturan/nacen/viven,
el olor del río, la suave canción de la brisa moviendo las hojas,
el parloteo de las gotas cayendo en la costa,
un sabor a tiempo indecible,
mis pasos no se escuchan en la canción del barro.
¿Lo que no se ve no existe? ¿La canción no se toca?
El barro es el blues del Paraná,
bailo en el barro de la costa,
me acarician las voces de mis abuelos pescadores,
mis abuelos pescadores que encontraron brotes/refugios del infinito en las islas,
continuando sin saber el blues de los pueblos originarios.
Ahora
hay una línea más transparente y delicada,
sí,
allá hacia el sur, entre el Puntazo y la ciudad,
detrás del espectro/fantasma del Puente
hay una franja más clara en la melodía del gris/azul.
Es el agua cayendo en el agua
como ese sentimiento/verdad que algunos no terminan de entender:
el Remanso Valerio es un barrio de pescadores.
Todo es velado
por los intereses del Dios Mercado
y los arquitectos depredadores del equilibrio/justicia:
Nunca hay música en la Bolsa de Corrientes y Córdoba.
Hay una escisión que no existe:
el barro de la costa, el cielo,
el agua en correntada, las arenas y los peces,
los árboles bajando la barranca,
el barrio del Remanso, el río y las islas,
y esa gota anónima que me salpica.
El Paraná y nosotros
somos
en la misma vastedad.
La vastedad cotidiana
haciéndose canción en las manos del pescador.