Devaluar la moneda doméstica es esencialmente un hecho distributivo que incrementa la brecha de ingresos y patrimonio entre los que trabajan y venden al mercado interno, respecto de exportadores, acreedores financieros y grande empresas que ahorran en dólares. En un país desendeudado es también una medida que puede incentivar la producción de bienes exportables y sustitutivos de importaciones, que se vuelven más competitivos internacionalmente. En estos casos los gobiernos deberían sopesar su efecto distributivo, que perjudica a las mayorías más vulnerables que ganan en pesos; junto con el productivo, que puede tener efectos beneficiosos en el empleo y las cuentas externas.
En un país endeudado como el nuestro la situación cambia, la devaluación la fuerza el mercado con corridas cambiarias para revalorizar sus acreencias y realizar ganancias ante una posible crisis fiscal o financiera. En este caso, el resultado distributivo es más severo y beneficia fundamentalmente al acreedor financiero, el productivo es secundario y el principal efecto es el denominado “hoja de balance”. Este último afecta negativamente la solvencia financiera de todos aquellos que están endeudados en dólares pero perciben sus ingresos en pesos, como pueden ser el Estado, los bancos y las familias. Por ejemplo, en la crisis de 2002, el efecto hoja de balance hizo quebrar a los bancos que fueron posteriormente salvados por el gobierno con la pesificación asimétrica.
En la actualidad, las entidades financieras no tienen grandes depósitos en dólares, lo que les permite protegerse del efecto hoja de balance en caso de corrida bancaria. Sin embargo, el Estado nacional combinó en 2017 un déficit fiscal de 6,1 por ciento del PBI, más una deuda en moneda extranjera de 192.000 millones de dólares. Esto se traduce en un pago de intereses por la deuda externa del gobierno nacional para este año de 7.724 millones de dólares, según datos del Ministerio de Hacienda. Dicho monto, que equivalía a 143.660 millones de pesos al 31 de diciembre de 2017, con un dólar a 18,6 pesos, ahora se convirtió en 193.100 millones de pesos, producto del dólar a 25 pesos. Esto significa un aumento de casi 50.000 millones de pesos en el pago de interés en el presupuesto público. Lo que, en términos recaudatorios, implica que este rubro pasa a comprometer un 3 por ciento más de la recaudación corriente del Estado Nacional.
¿Cómo pasamos del problema fiscal a la crisis fiscal? A partir de tres grandes decisiones: bajar o eliminar impuestos a los sectores exportadores; lo que deja al Estado sin poder recaudatorio en dólares; financiar el déficit fiscal con endeudamiento externo y desregular el mercado financiero. Con este esquema, el gobierno se endeudó en dólares en el exterior a través del Ministerio de Economía, para luego vender las divisas al Banco Central (BCRA) a cambio de pesos para cubrir un déficit financiero que crece con los intereses de la deuda. El círculo se cierra cuando el BCRA se endeuda para recuperar los mismos pesos que había entregado previamente. Esta bicicleta financiera cuesta, luego de la crisis cambiaria, un 1,5 por ciento más para el endeudamiento en dólares y una tasa de 40 por ciento en pesos (Lebacs) para evitar la huida a la divisa norteamericana, lo que acelerar el deterioro de las cuentas públicas.
En definitiva, la devaluación, con su efecto hoja de balance negativo mostró la dinámica insostenible de la deuda pública argentina. En un mes el peso de los intereses en el presupuesto aumentó 37.000 millones de pesos y el BCRA perdió casi de 7.000 millones de dólares. La crisis aceleró la llegada del FMI para reforzar las prioridades: pagar los intereses de la deuda ajustando partidas del resto del gasto público y con privatizaciones. Milton Friedman decía, respecto de la táctica del ajuste neoliberal, que la crisis era el momento en que aquello que parecía políticamente inviable puede ser percibido como inevitable. Algo que finalmente dependerá de la reacción social y política local frente al poder financiero global.
* Economista. Investigador del Conicet. Profesor UNLP.