Primero, la gobernadora bonaerense dijo que pensaba fiscalizar el proceso inflacionario controlando empresarios. Jugada obviamente preparada, para solventar la imagen sensible de Mariu, le siguió el pelotón mediático gubernamental con el anuncio de que Casa Rosada piensa hacer otro tanto.
Segundo, el Gobierno dejó correr la versión de que reimplantaría retenciones al agro y disminuiría el ritmo de rebajárselas a los sojeros. Lo hizo el propio Nicolás Dujovne, hasta que Sociedad Rural y aledaños pusieron el grito en el cielo y aquí no ha pasado nada.
Tercero, también son los medios oficialistas quienes dispararon, en las últimas horas, la probabilidad de que las Fuerzas Armadas vuelvan a intervenir en servicios de seguridad. “¿No será que el Gobierno está pensado en una mega recesión que implica reprimir más duramente?” (Carlos Pagni, no precisamente en La Izquierda Diario sino en La Nación).
El Gobierno halló la cuadratura del círculo y descubrió que la inflación se relaciona con los formadores de precios.
Lo de “el campo” –sea que en verdad contemplaron medidas en el área, o fuere que sólo quisieron medir rebeliones intestinas– revela alto grado de desesperación financiera.
Y si ya evalúan, a confesión de parte, que los militares intervengan en la represión (como si, además, fuese tan fácil que esos uniformados acepten así como así volver a ejercer esas funciones), casi cartón lleno.
Semejante clima memora que los recursos disponibles van agotándose, si es por confiar a rajatabla en aliados, recursos publicitarios e inventos de pesadas herencias que hasta acá mantienen el barco.
Entre las artimañas y según recuerda un dicho universalizable, hay temas que son de tapa y tapas que sirven para tapar.
La impresionante convocatoria al Obelisco, que el viernes llenó a bote desde la 9 de Julio hasta Belgrano, resultó ser un acto de políticos y actores K. Fue mucho más atractivo que el Colón cumplió 110 años presentando Aída.
El miércoles, a 30 años de la Marcha Blanca que sacudió al país en reclamo de la paritaria nacional docente, una multitud con más de 200 mil maestros volvió a manifestarse en Plaza de Mayo para exigir lo mismo. En marzo pasado hubo una similar y la única contestación oficial fue el silencio. Igual que entonces, el hecho resultó ignorado casi por completo en los medios de alcance nacional y aun en los regionales que responden a idéntica hegemonía discursiva.
En modo análogo, la protesta de los trabajadores del subte recibió un castigo mediático atroz. Ni siquiera cabe entrar con profundidad en las trampas informativas que colocaron las autoridades y su coro de amanuenses, capaces de falsear el veredicto de la Corte Suprema acerca de la representatividad gremial. Ningún tramo de ese fallo dice que los metrodelegados no puedan sentarse a negociar. Sólo señala que la firma de eventuales acuerdos carecería de estricta validez legal, hasta que instancias judiciales inferiores resuelvan la cuestión de fondo. Nada de la sentencia estipula que los trabajadores agrupados por fuera de la UTA no tengan derecho a huelga, ni a agremiarse de manera independiente, ni que en caso alguno deba prevalecer que no debe afectarse un servicio público. ¿El Gobierno y sus loritos se abstuvieron de leer el fallo? Sí o no, es peor: tampoco les importa. Su único interés es sintonizar con las franjas de clase media que priorizan la puteada contra los laburantes por sobre deducciones políticas elementales.
Solamente por centrarse en la coyuntura estructural, hay un gobierno que en veinte días quemó diez mil millones de dólares para sostener especulación cambiaria. Que termina de rodillas en el FMI para que le banque la parada de calmar a los mercados. Que reafirma unas tasas de interés inéditas en el mundo, para evitar una inflación ya desbordada respecto de las metas oficiales y mucho más grande que la dejada por el kirchnerismo. Un gobierno inepto de los más ricos que ahora les pide más ajuste a los más pobres y a su propio núcleo duro de votantes. Pero el problema es un boletero que trabaja seis horas bajo tierra y gana 40 mil pesos.
De vuelta a las analogías, también acontece que los gremios docentes toman a los pibes de rehenes con sus paros reiterativos e inútiles y con sus marchas de igual dirección porque, de todas formas, el Gobierno no escucha. Eso, en el “mejor” de los casos. En el más grave se trata de que a los maestros también hay que ajustarlos porque trabajan pocas horas. El manual del necio perfecto.
Ojalá fuera increíble, porque significaría que es la primera vez que acontece un pensamiento tilingo de ese tipo en condiciones de competir con la gente razonable. Ocurre que ya sucedió chiquicientas veces, y de memoria reciente. ¿Es el Gobierno que lo impulsa? Sí, pero no podría promoverse lo que no anida en grandes capas populares. No habría aparato mediático que fuese apto para adormecer conciencias hasta tales extremos, si no hubiere un caldo de cultivo social con suficiente tamaño como para sustentarlo.
¿Repetitivo? Sí, también. Igual que la historia.
Sin embargo, los argentinos de las muchas minorías intensas demuestran que esa foto de desconciencia política está lejos de ser la única. Si no fuera por ellas, todo hubiera sido más difícil de lo que es desde finales de 2015. De facto, cuando la derecha de la derecha le cuestiona al Gobierno su patíbulo “gradualista”, el macrismo se defiende arguyendo que no hubo, ni habrá, espacio político y callejero para intentar un ajuste terminal. Hablar de sociedad adormecida es un concepto totalizadoramente frívolo. No existe “una” sociedad, sino componentes diversos que la constituyen en formas asimilables y diferenciadoras a la vez. Valga el ejemplo de la Ciudad de Buenos Aires, que históricamente concentra un grueso de voto gorila, incluso en las etapas de auge del peronismo y de las fuerzas progresistas y según se ratificó en sus últimas elecciones distritales. Tan cierto es eso como que, empero, resulta el lugar donde más se concentra y activa la resistencia a Macri. La que se difunde, por tratarse del foco donde atiende Dios, y la efectivamente comprobada. Son las dos cosas. Simplotes, abstenerse.
Mientras tanto, el Gobierno sigue rumbo a su inevitable choque triple. Contra los sectores medios ya embroncados, arrepentidos de allegarle el voto en dos oportunidades consecutivas. Contra el escenario local que en su establishment se divide entre los partidarios de la devaluación y los de la dolarización que extinga la moneda local (básicamente, los unos ligados al complejo agroexportador y a los bienes transables con el exterior; los otros, bancos y empresas privatizadas de servicios públicos). Por último o en principio, como se quiera, choque contra una escena internacional en la que ya tomaron nota de un Gobierno que es tan de timberos genéticos como de gente políticamente lerda, o impedida, para arreciar cuanto se necesite en la batalla versus quienes menos tienen.
El interrogante sigue consistiendo en el cuándo de la conjunción de los choques y en la capacidad opositora para querer, saber y poder sacarse de encima esta pesadilla que gobierna. Lo demás, genéricamente descripto, está tan claro como aquello de la diferencia entre explicar la realidad y disponerse a modificarla.
Hace un par de semanas, esta columna se preguntaba si acaso sería “inimaginable que Macri produjera un gesto tribunero –al menos eso– consistente en frenar el ritmo de rebaja retentiva a las exportaciones sojeras, o en reimponer restricciones a la fuga de capitales. Sí. No existe. Pero no como posibilidad técnica que allegara recursos al Estado en medio de la crisis internacional que Mauri, Toto, Nico y compañía descubrieron de repente. No existe políticamente, porque no pueden afectar a la clase en nombre de la que gobiernan”.
Eso decíamos y el brevísimo lapso transcurrido subraya la afirmación, no por tener bola de cristal alguna, nadie, sino porque dos más dos son cuatro.
Quien desee que dé tres, permanecerá confiando en el Gobierno, en que los ricos no roban y en la mano que nos dará un Fondo Monetario que ya no es el mismo.