Nueve mil seiscientos kilómetros separan a la capital de Japón de la inglesa. Y entre la decena de millones de habitantes que hay en esas dos metrópolis hay dos mujeres lidiando con su adultez. Aya y la pulgosa. Que sean de ficción es apenas un detalle porque tanto en Tokyo Girl como en Fleabag dan con un perfil actual de urbanitas seriales, damas que atraviesan su día a día a los tumbos, en solitario y con más de un conflicto sin resolver. Podrían ser amigas pero prefieren confesar sus desavenencias a la cámara. Ambas series, con episodios de poco más de media hora, y con sólo una temporada, pueden ser vistas en Amazon Prime Video.
Tokyo Girl sigue el viaje de una mujer desde sus veintipocos hasta que cumple cuarenta. Aya (Asami Mizukawa) comienza como una chica de los suburbios que sueña con escaparse del pobre horizonte que le propone su lugar natal. “Ojalá hubiera nacido en París o Nueva York, pero Tokio no es una mala opción”; “adiós vida suburbana este pueblo debería hundirse como lo hizo el Titánic”, expresa con exactas dosis de intimidad y maldad sobre Akita. El periplo de Aya incluye sueños de it girl, vivir en un barrio rico, un novio anatómicamente ideal y una existencia digna de revista de moda. Lo singular es que la propuesta analiza esa medianía y superficialidad sin estrujar a su personaje principal. Deja que la misma Aya vaya aprendiendo a partir de sus propios porrazos. Es el existencialismo de una chica que va creciendo en la ciudad con mayor congestionamiento urbano de la tierra. El retrato de Tokio se aleja del pintorequismo de locura y neón aunque no reniega de esas postales. En su timing y esquematismo narrativo, la propuesta se aleja del frenesí y las vueltas de tuerca popmodernas. Lo mismo puede decirse de sus actuaciones, una mezcla de minimalismo o sobrecarga propia de la comedia oriental. Por momentos contemplativa, a veces descarnada, con trazos melancólicos o con un humor tontorrón como el que se respiraba en la gran Midnight Tokyo Stories (Netflix).
“Tengo la rara sensación de que soy avara, pervertida, egoísta, apática, cínica, depravada, una mujer moralmente en bancarrota que ni siquiera se puede llamar feminista”, se confiesa la protagonista de Fleabag (Phoebe Waller-Bridge) en un momento del primer episodio. La entrega es una descripción sombría y honesta de la sexualidad femenina y que convirtió a la intérprete, guionista y productora en una estrella internacional. Nada funciona en el presente desgarbado de esta treintañera londinense. Desbordada por la relación con su familia, con un negocio en picada (la gente va a su bar solo a cargar el celular), entre idas y vueltas con su ex, teniendo coito (variado, fortuito y humillante), e incapaz de hacer el luto por la muerte de su mejor amiga. Todo está dispuesto para el llanto pero el histrionismo, los mohines y sus opiniones la convierten en una versión extrema, burlesca y abandónica de Girls. Si su hermana intenta abrazarla ella le responde con un cachetazo, no tiene ningún problema en robarle una estatuilla de oro a su padre o masturbarse con un discurso de Obama mientras su pareja duerme. “Amo a esta chica”, dijo loa actriz sobre su alter ego. “Ella comete errores y puede ser indiferente y cruel con los demás. Pero para mí, mientras siga siendo graciosa puedo lidiar con ello”.
En estas dos ficciones la vida es examinada bajo lupas –en apariencia– opuestas. En la serie nipona, el drama de una mujer que cumple sus metas –dejando otras en el camino– deja aflorar un humor inocente. En la otra, una comedia a tono con la histórica mordacidad brit no oculta las tragedias de la persona que está todo el tiempo en pantalla. En ambas, por otra parte, los monólogos internos y el recurso de romper la cuarta pared cumplen un rol central. En el caso de Tokyo Girl, los que le hablan al espectador son personajes secundarios que van soltando sus apreciaciones sobre la modernidad en una gran ciudad y las decisiones de Aya. Son inserts de tono afable en línea con las recordadas entrevistas a las parejas de Cuando Harry conoció a Sally (Rob Reiner; 1989). Por su parte, en Fleabag dirigirse a la cámara es el último recurso de su protagonista, una confesión sin tapujos de lo mal que está el mundo. Es decir, el suyo. En 2019, la sincericida más celebrada de Londres volverá para una segunda temporada.