Un viejo tema de Gardel, Razzano y Lombardi, grabado en el sello Odeón hace unos 80 años y cantado por Don Carlos con acompañamiento de guitarras y en ritmo de “gato patriótico”, anunciaba que “el Sol del 25 viene asomando”. 

Y este 25 asomó nomás, y asomaron otra vez en el horizonte las perspectivas de recuperación. Que no serán fáciles, desde ya. Pero al menos se vivió una jornada de esperanza, con un saludable clamor multitudinario de libertad y contra la censura, por los derechos humanos y los derechos civiles y los derechos laborales. 

Solamente algunos cipayos y neocolonizados decían en tuiter y otras redes, con humor involuntario, que esa multitud eran “acarreados”. Claro que más patética fue la negación de TN y los “grandes diarios”, que miraron para otro lado y desinformaron rigurosamente a sus cautivos. Peccata minuta, ya se sabe que están ocupados en servir a los poderes no sólo extranacionales, sino contranacionales. 

Pero una más atenta lectura de la extraordinaria movilización al obelisco porteño, y sus correlatos en muchas ciudades del interior, lleva forzosamente a recordar que ellos jamás se serenan ante las manifestaciones populares de fe, de esperanza y de lucha. Todo lo contrario, las alertas a ellos sí les funcionan, y ésa es una enseñanza que en el campo nacional y popular deberían aprender de una buena vez las dirigencias, en general habituadas a creer que las conquistas sociales, políticas y económicas son para siempre.

En las 48 horas siguientes al obeliscazo, prácticamente todos los heraldos del gobierno (sobre todo los más inteligentes) desde sus respectivas columnas ningunearon de un plumazo la realidad y se dedicaron a aconsejar al maltrecho “mejor equipo” que encabeza el cada vez más deslucido Sr. Macri, que, en síntesis, debe tener cuidado, emprolijar el espanto y profundizar aún más el golpe reaccionario que vienen ejecutando desde que alcanzaron el poder por una luz de votos.

Eduardo Fidanza, uno de los más lúcidos asesores de Cambiemos y habitual columnista de La Nación, escribió anteayer sábado un texto duro y brillante, valido para entender la lógica (por llamarlo de algún modo) de la oligarquía gobernante. Admitió “la ambiciosa verdad de Cambiemos, vapuleada por unos especuladores a los que ingenuamente creyó satisfechos con la timba que les propuso” y trató a su gobierno de “candoroso”, con picantes citas de Pierre Bourdieu. Y escribió: “Un gobierno golpeado como el que encabeza Macri debe revisar sus cegueras y afinar la lucidez, si busca recuperar terreno. Es una operación que requiere desgarrar adherencias, revisar la genética elitista y abrirse a la sociedad”. Y aconsejó: “Las batallas que vienen difícilmente se ganarán con llamados a reducir el déficit y pagar tarifas siderales, si del otro lado la angustia del ajuste se condensa en ‘la patria está en peligro’, un significante tramposo pero multitudinario”.

Por su lado, Eduardo van der Kooy en Clarín editorializó ayer con menciones a “atravesar el desierto”, “la economía hace agua” y “el despertar opositor”, si bien falseó “el regreso de la agitación callejera”, que es precisamente lo que no hay pero ellos usan para no hablar de la brutalidad policial y la violencia del régimen.

Por su lado, desde La Nación Joaquín Morales Solá, columnista estrella y por lejos el más influyente, escribió intentando disimular su alarma: “Peña pudo observar un cambio brutal en la escenografía parlamentaria. Antes, el kirchnerismo era una jaula de desquiciados mientras el resto de la Cámara se dividía entre oficialistas y peronistas razonables. Ahora esas diferencias ya no existen: todo el peronismo se abalanzó sobre él. Massistas y peronistas racionales (los que responden a los gobernadores) tuvieron una actitud casi idéntica a la del kirchnerismo. Se impuso en la conclusión final la impronta del cristinismo, porque ningún otro sector político tiene más densidad política que la corriente que lidera la expresidenta”. Luego derivó a exagerados optimismos y, como acostumbra, llenó de elogios al senador Pichetto.

Lo anterior obliga a advertir que algo está cambiando, y en forma acelerada. Pero entonces, antes que fáciles entusiasmos corresponden severas advertencias. Porque es sabido que si los contentos empiezan a tener miedo se van a poner no sólo muy nerviosos, sino, y es más grave, peligrosos. Miren Brasil: lean la última, sobrecogedora nota de Eric Nepomuceno en la que de hecho está anticipando la posibilidad del retorno de una dictadura militar.

Sin dudas que aquí eso hoy suena a exageración, todavía, pero a estos tipos el miedo puede generarles desesperación por desbarrancarse políticamente, porque eso equivaldría a perder sus negocios y ganancias fabulosas, que es todo lo que les importa. Eso es lo que los torna peligrosísimos, y por eso su Plan B ha sido -es evidente y esta columna lo alertó más de una vez- armarse hasta los dientes de la mano de una fanática ex montonera, y por eso ahora andan urdiendo el regreso de las Fuerzas Armadas a “intervenir en la seguridad”.

Está claro, cada vez más, que la Patria está en peligro. Y además es sabido, cualquiera lo sabe, que, en África, los gorilas cuando sienten temor es cuando son más peligrosos y violentos. De los locales hay una larguísima bibliografía.