Desde Brasilia
“Lula es el único que puede para este golpe”. En un San Pablo frío y prácticamente sin transportes por el bloqueo de los camioneros el PT lanzó ayer a la noche la candidatura presidencial de Luiz Inácio Lula da Silva. Adriano Diogo, dirigente petista y ex preso político, puso de relieve la importancia de formalizar la postulación al cumplirse siete días de iniciada la medida de fuerza de los transportistas que paró al país.
“Temer movilizó a las tropas militares en lugar de dialogar con los camioneros, la situación es gravísima, puede haber un golpe dentro del golpe, el único que tiene capacidad de redemocratizar el país es Lula, pero tienen que dejarlo ser candidato y tiene que haber elecciones”.
El ex mandatario cumplió 50 días preso en la sureña Curitiba donde purga una pena firmada por el juez Sergio Moro, luego ratificada por los camaristas del Tribunal Regional Federal 4.
Decenas de militantes le cantaron “buen día presidente” ayer desde las carpas montadas por petistas, campesinos sin tierra y sindicalistas a 150 metros de la Superintendencia de la Policía Federal en Curitiba.
La ausencia de pruebas sobre la supuesta corrupción de Lula no le hizo temblar la mano a Moro para firmar una sentencia polémica. El juez de primera instancia llegó a ser el brasileño más popular en el ápice de la causa Lava Jato, hace dos años, cuando bajaba la aceptación de Lula.
El apoyo de la opinión pública (o publicada) a favor de Moro se nutrió de la excitación colectiva que acompañó a la asonada concluida con la caída de Dilma Rousseff y sentó a Michel Temer en el Palacio del Planalto.
Con el correr de los meses comenzó a develarse la liviandad de las acusaciones del juez tantas veces premiado en Estados Unidos, país al que viajó tres veces este año. Así como la corrupción del gobierno de facto -que había prometido moralizar la nación- y la naturaleza impiadosa del ajuste que dejó casi 14 millones de desocupados y aumentó el gasoil un 50 por ciento entre julio y mayo, período en el cual los salarios crecieron nada.
Desde su celda de 15 metros cuadrados en la Superintendencia policial, Lula apadrinó el inicio de la campaña como precandidato en los comicios del 7 de octubre. Lanzarse a la pelea presidencial fue una decisión osada porque todo indica que la justicia (o mejor, quienes la administran como si fuera un partido), probablemente no lo dejará en libertad antes de las elecciones. Tendrá que hacer la campaña en cautiverio.
Aún así fue un movimiento de piezas realista, surgido de un cálculo político meticuloso. Siendo precandidato, el prisionero de Curitiba se afirma como un actor político gravitante, en torno de quien orbitan los demás aspirantes.
Lula tiene el 31 por ciento de intenciones de voto contra el entre 15 y 17 por ciento del precandidato y capitán retirado del Ejército, Jair Bolsonaro, y el 10 por ciento de la ambientalista Marina Silva de acuerdo con una encuesta publicada hace quince días por la Confederación Nacional del Transporte. Otra consulta de divulgada la semana pasada por la agencia Ipsos mostró al petista con el 45 por ciento de aprobación, superando por cinco puntos al juez Moro, que sigue siendo el personaje de derecha que mejor mide. Y no sólo eso, el rechazo de Lula se situó en 52 por ciento, que es alto, pero se redujo 5 puntos desde la consulta anterior.
El rechazo de Moro creció al 50 por ciento y el de Michel Temer al 92.
Ayer la nominación de Lula como precandidato fue motivo de actos en San Pablo, Brasilia y otras capitales al borde del colapso por el desabastecimiento que causan los bloqueos.
“Brasil, Argentina, Alemania, todo el mundo sabe que, si se vota, Lula gana”, coreó un grupo de militantes frente al Banco Central, en Brasilia.
Sería frívolo anticipar cuál será el impacto electoral del estremecimiento causado por la medida de fuerza que comenzó como un lockout patronal y fue mutando hacia un reclamo en el que participan decenas de miles de camioneros cuentrapopistas, que viven de su trabajo. Es sensato, eso sí, suponer que el desastre económico que alimenta la protesta puede aumentar las intenciones de voto de Lula. Y quizá también las de Bolsonaro.