Cinco y media. Suena el despertador. Se levanta sin ganas, apoya los pies en el mosaico y se estremece. No encuentra una pantufla. Piensa: quedó abajo de la cama o se la llevó el perro. Lo putea por lo bajo y en ese momento empieza a sentir olor a pis, del perro. Decide ir al baño sin pantuflas. Vuelve a putear. Hace frío. Abre la canilla y el chorro de agua es un hilo. El agua salta con golpes, le cuesta atravesar la cañería por el frío. Empieza a bañarse y decide solo enjabonarse los genitales y las axilas. El resto será en otro momento. Hace frío. Hiela.
Prende la hornalla, prepara el mate. Se arrepiente y tira café instantáneo en una taza. Mira el reloj. Está atrasado. Toma el café y se viste. Se levanta la solapa del traje gris y sale. Camina saltando las cuadras hasta el colectivo. Espera quince minutos hasta que llega. Sube, no tiene asiento. Está acostumbrado. Veinticuatro minutos de viaje. Salta del colectivo y camina hasta la parada del subte. Baja la escalera golpeando con sus codos a los otros. Espera. No hace frío. Hay tufo de subterráneo. Sube al vagón. No respira. No soporta. No se mueve. No hace frío. Baja. Camina hasta el edifico. Entra. Saluda al que estuvo de guardia. El tipo lo mira y no lo mira. Él tiene ganas de putearlo. Se calla.
Te afectó la kriptonita. Si no fuera así estarías aplastando al tipo con una mano. Apretando su cuello hasta que te pida perdón por todos estos años en que te ha maltratado con su mirada. Pero estás debilitado. Tenés que esperar a que el efecto se te pase. Mirás el libro de entradas y no hay novedades. El tipo ni te habla, vos tampoco pero agachás la cabeza. Te sentís con culpa y no sabés porqué. Es la kriptonita. Empiezan a llegar los empleados. Firman. Todos tienen cara de dormidos. Y llega ella. No tiene cara de dormida. Está maquillada, impecable. Oliendo bien, suave, sólo un dejo. Te sonríe, y vos apenas. Firma y empieza a caminar hacia el ascensor. La mirás de atrás. Perfecta. De pronto levantás vuelo y te pegás a su espalda. Seguís oliendo su perfume, su pelo limpio, su piel. Te das cuenta de que tu capa está agujereada y estás cayendo en picada hasta casi romperte los dientes contra el mármol. El efecto de la kriptonita pasó, pero ahora es la capa. Has tratado, pero ya es imposible repararla. Vuelve a romperse cada vez. Tendrás que esperar varias horas para volver a verla, cuando salga sonriendo junto al jefe, a la hora del almuerzo. Vos no almorzarás. Unas galletitas y algunos mates. Con eso alcanza. Si no está la kriptonita cerca no sentís debilidad.
Tarda tres horas en volver. Hay paro de subtes. Los colectivos no alcanzan. Volvió el frío. Vuelve a subirse el cuello del saco. No lo protege. No da resultado. Los chicos y su mujer ya comieron. Quedó para él un plato de fideos. Cuando los calienta en la olla, se rompen. Queda una masa con gusto a tomate de lata. La mujer lo llama desde el dormitorio. Le pide que le haga un masaje en el cuello. Lo trata con cariño. Le sonríe. Él se desviste. Se acerca a la cama. Se sienta. La mira y no la ve. Sabe que tiene la kriptonita cerca.