Una madre que busca a un hijo gemelo que le robaron al nacer. El gemelo, que hoy vive en Suiza, vuelve a Argentina a buscar a su hermano que nunca ha podido olvidar. Una mujer que sigue las pistas por pueblos del interior de la Argentina tratando de encontrar a su madre. Una joven que encuentra y denuncia a la partera que la vendió al nacer. Una activista independiente que necesita conocer su identidad de origen cueste lo que cueste. A través de estos cuatro casos, el documental Secreto a voces, de Misael Bustos, explora una misma temática: el tráfico y la apropiación de bebés en la Argentina. El film se estrenará el jueves de esta semana en el Espacio Incaa Gaumont.
La diferencia que logra Bustos es que no se detiene en la apropiación de bebés en la dictadura sino en diferentes etapas del país en democracia. El director de El fin del Potemkin llegó a este tema escabroso por casualidad: “Hace cinco años que empezó este proyecto. Estaba trabajando con una serie sobre afroargentinos y una persona, que era protagonista de lo que yo estaba investigando, me comentó que era apropiada”, cuenta Bustos en diálogo con PáginaI12. Lo primero que pensó el documentalista fue en “los años del terrorismo de Estado, que tanto lucharon Abuelas y Madres, heroínas totales”, reconoce. Sin embargo, el “link” no le cerraba porque la persona que le había comentado el caso tenía 60 años. “Fue la persona que me permitió interiorizarme sobre todo esto y me dio una punta de aclaración. Me entró la duda y empecé a investigar”, recuerda Bustos.
–¿Cuánto ayudó la lucha de Abuelas de Plaza de Mayo sobre la recuperación de la identidad de los nietos apropiados en la dictadura para que se conozca el tráfico y la apropiación de bebés en democracia?
–Todavía el tema de la apropiación de bebés en democracia está totalmente invisibilizado.
–¿A qué lo atribuye?
–Obviamente, al Estado. Nunca prestó el interés que debería prestar sobre este drama tremendo: el tráfico de bebés y la sustitución de identidad, que es lo que trata la película. Creo que, de alguna forma, sí están emparentados, y espero que algún día la lucha se solidifique y se amplíe, porque son muchísimos más. Hoy, las ONG están hablando de un número tremendo. Y no hay números de parte del Estado porque no se ocupa del drama.
–¿Cuántos apropiados hay en la Argentina?
–Las ONG están hablando de los apropiados de todos los tiempos hasta el día de hoy que sigue ocurriendo: 3 millones de personas. Es una locura. Llegamos a esta realidad porque el tráfico de bebés y de niños, después del tráfico de drogas y de armas, ocupa el tercer lugar en una tragedia económica que ocurre en el mundo. Y se llega por la inacción del Estado.
–¿Cómo llegó a elegir los cuatro casos que forman la estructura del documental?
–Durante la etapa de investigación trabajé con un amigo periodista, Diego Braude. Entrevistamos a muchísimas personas durante cuatro años y medio. Sentía que no podía llegar a hacer un largometraje con un solo personaje porque era demasiado amplio el drama y llegamos a un arco que cubría cuatro historias que solidifican la coyuntura. Todos son casos actuales que tienen su génesis en épocas anteriores, pero que se activan en la actualidad.
–¿La apropiación es una cadena de complicidades?
–Sí, el tema es que como el Estado está acéfalo y no activa ninguna política, hay una cadena de hospitales, una cadena de registros civiles, una cadena de abogados. Los pibes que son vendidos al exterior o para el interior; cuando no son por la cadena natural de la adopción, son apropiados. Todos. No hay adopción ilegal. No existe. Es una palabra que se dice mucho, pero que no existe. O está la adopción legal o la apropiación, la sustitución de identidad.
–¿La Argentina está a la cabeza de este delito en la región o cómo está en relación a los otros países del continente?
–Sucede en muchos países de Latinoamérica. En otros países de otras regiones, como en India y China, hay una problemática muy grave. En el continente africano también. La verdad es que es una tragedia en todo el mundo que es muy difícil de combatir, pero en algún momento, algún Estado tiene que darse cuenta de que hay que hacerlo.
–Quienes intervienen en el tráfico de bebés, ¿apuntan a la clase baja, al sector de mayor pobreza?
–Seguramente, porque lamentablemente el sector pobre es el más expuesto, el menos defendido, el que no tiene herramientas para que no se aprovechen de eso. Como el Estado no tiene políticas en defensa de madres que no pueden sustentar a su hijo por equis coyuntura, ahí ya hay una problemática. El Estado tiene que hacerse cargo de ese problema, tiene que intentar que esa mujer no lo dé o que no se lo saquen para la venta. Hay un porcentaje de casos de clase alta que he entrevistado porque la familia no quería que la hija de 15 años diera a luz. Entonces, la entregaban a la partera y ésta hacía su trabajo por otro lado. Pero creo que, en la mayoría de los casos, la gente que está mal económicamente es la que está más expuesta.
–¿Cómo se entiende en este tipo de casos la figura del apropiador?
–No se hace eje en ese aspecto en la película porque no me parece bien juzgar lugares donde uno no está. Por algún lugar, es víctima; por otro lugar, he conocido casos de victimarios, como justamente el de Silvina en la película: ella descubre que su padre ginecólogo es traficante. Después de la investigación comprendí algo muy sintético: mucha gente dice que los sistemas de adopción no funcionan. Pero ése no es el punto. El punto es que hay demasiada demanda ante la poca oferta. Hay mucha gente que no puede tener bebés y si vas a los lugares para adoptar a los niños, ¿cuántos recién nacidos hay? Muy pocos. Todo el mundo quiere recién nacidos. Ese es el tema. Por eso, una persona se ve obligada a cometer un ilícito. Y lo que es peor es que le anula la identidad a un pibe.
–Y al no cumplirse la demanda de una manera legal, aparece el delito...
–Ese es el gran problema. Si la mafia, estos sectores encuentran el camino de usufructuar esto, sabe que hay una demanda enorme y que la oferta no satisface la demanda, obviamente va cobrar, como lo hace hoy, 50 mil euros o 60 mil dólares a un bebé rubio y de ojos celestes. Por otro lado, a mí me encanta el documental. Y éste se me transformó en una causa. Si hoy no le das voz a la gente que necesita exponer su problemática, para mí, como documentalista, no tiene mucho sentido el documental. Yo trabajo sobre ese punto. Y trabajamos sobre una tragedia.