Si bien uno intenta descreer o poner en cuestión las teorías conspirativas que abordan las relaciones de dominación desde una sola arista y de manera totalizadora, en este caso todas las piezas encajan. El escándalo que une a la red social Facebook con la firma británica Cambridge Analytica evidenció con un caso concreto como actúa el desarrollo y la articulación de los saberes relacionados al poder neoliberal, en este caso la neurociencia (para abordar los incentivos motivacionales que depara el uso de las redes sociales), la psicopolítica (para la elaboración de modos de sometimiento menos invasivos y menos detectables o smart según el filósofo Byung-Chul Han autor del libro “Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder”) y, por último, la comunicación.
Los resultados en los casos revelados son innegables: por un lado, más de 17 millones de británicos tomaron la decisión de abandonar la Unión Europea y por el otro casi 63 millones de norteamericanos llevaron a Donald Trump a la presidencia.
No hay mayor novedad en la utilización de estrategias de segmentación, análisis e intento de influenciar los comportamientos electorales ya que desde mediados del siglo pasado son corrientes las investigaciones en este sentido. Los más notorio es el nivel de fidelidad, refinamiento y alcance que les otorga a estos estudios el funcionamiento de las nuevas tecnologías, en general, y más particularmente las apps sociales, las cuales aportan una verdadera cartografía sobre los usos y consumos de cada persona en disputas político-electorales muy cerradas. La cuenta de Facebook la tenemos relacionada a un mail, el WhatsApp a un número de celular y las aplicaciones de Google nos piden acceso constante al GPS para saber todo el tiempo dónde estamos. Entrecruzar con altos grados de certeza esa información tiene un valor trascendental y puesta en manos de una empresa analista de datos a gran escala produce resultados intervencionistas poco deseables.
En el ámbito de la comunicación debemos pensar en la implicancia de estos hechos: cómo intervienen ciertos actores en el ecosistema comunicacional para lograr ventajas en el flujo informativo y evaluar la incidencia de estas prácticas en el funcionamiento de las tecnologías digitales, que apela inherentemente a la utilización de estos datos tanto en su programación como en su esquema de negocios. Vemos que el tema es más complejo que un error de seguridad de Facebook y no se soluciona con un simple pedido de disculpas de Mark Zuckerberg en el Congreso de los EE.UU.
El problema es de matriz y el dilema, ético.
Si bien es importante el problema de las fakenews y es indispensable una discusión sobre la dimensión social y cultural de los algoritmos, nos encontramos ante una necesidad mayor, que es la de reclamar la creación de criterios democráticos y multilaterales de gobernanza de internet para evitar la operación de poderes que rompen con el equilibrio de la circulación de la información.
Juan Pablo Darioli: Licenciado en Periodismo (UNR).