La conmoción y la cólera de los años revolucionarios en Lotta Continua –una organización de la extrema izquierda italiana cuya premisa era “ponerlo todo patas arriba”– lo han convertido en un hombre afortunado, un narrador y poeta comprometido que sabe que “un escritor es como un zapatero, lo que tiene que hacer es buenos zapatos”. El latín fue el primer adiestramiento para las lenguas sucesivas que fue incorporando de manera autodidacta: ruso, swahili, yiddish y hebreo antiguo, del que ha traducido el Éxodo, el Eclesiastés y los libros de Ruth y Jonás al italiano. Cuando la militancia terminó, el joven napolitano que se encaminaba hacia la madurez trabajó como obrero en la industria metalúrgica, fue albañil y condujo un camión de abastecimiento para paliar el sufrimiento de las víctimas serbias bombardeadas por la OTAN. Nada de lo humano le es ajeno. En el azul intenso de la mirada de Erri de Luca parece desplegarse la vía líquida del mar Mediterráneo, como si llevara en sus ojos la atmósfera y los colores de Nápoles, la ciudad donde nació. “El napolitano sabe azotar. En ningún otro idioma siento la úlcera de un insulto. Quien me lanza uno en italiano es como el que tira una piedra a la sombra en vez de al cuerpo”, afirma en la bellísima novela Los peces no cierran los ojos (Seix Barral). El escritor napolitano, autor de Aquí no, ahora no, Tres caballos, Montedidio, El crimen del soldado y La palabra contraria, entre otros títulos, se presentará mañana a las 18 en el auditorio de la Fundación OSDE (Alem 1067).
“Me deslizo desde hace mucho tiempo sobre las escrituras sagradas sin arranque de fe –explica el narrador de Los peces no cierren los ojos–. En la lectura paladeo el alfabeto antiguo, mi conocimiento tiene lugar en la boca. El hebreo antiguo gira como un bocado entre lengua, saliva, dientes y velo del paladar. Abierto a todo despertar, es un resto de maná, adquiere el gusto deseado en cada momento, como le ocurre a los besos”. La calidez y humildad de De Luca (Nápoles, 1950) sorprende. Cuando habla, con la calma del que mide la temperatura de las palabras en italiano, mira a los ojos de su interlocutora y no duda en corregirse a sí mismo para huir de la grandilocuencia cuando prefiere definirse, en la entrevista con PáginaI12, como “un admirador de Borges” a secas. El escritor italiano acaba de publicar su última novela, La natura expuesta –que llegará a las librerías del país en los próximos meses a través de Seix Barral–, sobre un escultor en busca de la belleza que deberá explorar la doble naturaleza –divina y humana– de Jesús de Nazaret.
–En Los peces no cierran los ojos, el narrador recuerda que tenía problemas con la matemática y dice: “Veía a los demás correr con los números y a mí quieto en la línea de salida. El descubrimiento de la inferioridad sirve para decidir sobre uno mismo”. ¿Con la literatura le pasó algo similar?
–El sentimiento de inferioridad es el que tengo cuando estoy en la montaña. Me di cuenta de lo chiquito que soy frente a ese ambiente gigante. No soy un invitado, soy un intruso. Este sentimiento de inferioridad me ayuda también en la literatura. Cuando escribo una historia, sé que la historia no se deja escribir por mí; no está quieta esperando que yo la escriba, sino que la historia me sugiere otros recuerdos, otras divagaciones y digresiones. La historia se mueve y yo me doy cuenta de que tengo que retener solo una pequeña parte. Lo que más me gusta de la escritura es que la historia se mueve y que sólo la gobierno cuando logro tener de ella un pequeño resto. El escritor tiene que ser más pequeño que la historia que está contando.
–Y tiene que aceptar la idea de la pérdida, de que hay cosas que va a perder, ¿no?
–Sí. La pérdida forma parte de la economía de la vida.
–Usted recuerda que en los relatos de su mamá, de su abuela, de su tía tuvo grandes almacenes de historias. “Sus voces han formado mi sintaxis, mis frases escritas no son más largas que el aliento que se precisa para pronunciarlas”, escribió en Los peces... ¿Cómo se conjuga en su escritura la oralidad de ese almacén de historias y la cultura libresca?
–La cultura del libro la absorbo a través de mis lecturas. Tengo escritas menos páginas de las que leí. La cultura es lo que leo. Lo que escribo tiene que ver con lo que hago para mantenerme acompañado por la historia. La oralidad está presente porque hay un “yo” narrador que cuenta la historia como desde el interior. Siento la voz que cuenta la historia; entonces la escritura es la transformación de esas voces que siento. Lo que vale no es solo lo que cuenta, sino el tono de voz que denota lo que la persona siente y expresa a través de ese tono.
–“Yo creo en lo que veo escrito. Hablando se dicen un montón de mentiras”, afirma el niño de Los peces... ¿De dónde le viene esa fe por lo escrito?
–Nací en una casa llena de libros que eran de mi papá. Los libros me dieron la posibilidad de conocer el mundo. A través de los libros tuve un conocimiento mucho más importante del que podía tener otro chico de 10 años. Los peces no cierran los ojos es la historia de un chico que siente que su cabeza creció más que su cuerpo y entonces está forzando a ese cuerpo para que crezca. Las palabras son importantísimas porque a través de ellas el chico creció más que su cuerpo.
–A los 10 años incorporó el sentimiento de justicia gracias a una niña napolitana que es como la pequeña heroína de la novela. ¿Ese sentimiento de justicia después lo llevaría hacia la militancia política?
–Sí, la justicia es antes que nada un sentimiento. Es el primer sentimiento que nace independiente del chico, porque la primera objeción que hace un chico a los adultos es decir: “no es justo”. No dice “no es bueno”, “no es malo”. Dice “no es justo”. Los errores no se pueden reparar –esa es la postura del niño–, y no hay ninguna sanción o pena administrativa que pueda reparar un error cometido. La nena en la historia plantea que cada error tiene que ser castigado. Ninguno de los dos prevalece sobre el otro. Ninguno de los dos tiene razón. Lo que te lleva a reaccionar es el sentimiento de justicia herida. La ventaja que tuvo mi generación es que fue la primera generación revolucionaria a nivel masivo que tuvo argumentos fuertes para poder contrastar los atropellos del poder político.
–¿Qué pasó con esa generación?
–Mi generación hizo todo lo que pudo hacer y empleó sus energías públicas hasta consumirlas. Se trata de una generación que pagó la más larga deuda penal, fue la generación más encarcelada en la historia italiana.
–“He conocido el odio contra mi generación insurgente y revolucionaria”, afirma en Los peces... ¿Por qué fue una generación odiada?
–Mi generación era intratable, ingobernable, y no podía ser reducida a las personas y a los intereses privados. Todo el personal del Estado italiano de los años 60 y 70 venía del período de la dictadura fascista, y pasó a la nueva administración de la República. Los jueces, los policías, los agentes estatales, eran enemigos de mi generación. Por eso nos odiaban.
–A cincuenta años del Mayo del ’68, ¿qué legado dejó esta generación revolucionaria?
–Las generaciones no dejan herencia. Lo que tomé de la generación anterior lo tomé porque yo quise, no es que me lo dejaron como legado. Lo único que dejan las generaciones son deudas.
–¿La deuda es que se quería cambiar el mundo y el mundo no cambió?
–Creo que el mundo cambió y mucho: los imperios neocoloniales cayeron por las independencias de muchos países que lograban liberarse de las tiranías, en Asia, en Africa, en América latina.
–Pero el capitalismo triunfó...
–Lo que no quita que esa generación haya obtenido grandes resultados, estuvo al lado de las mejores transformaciones del mundo de aquel entonces. No creo que otra generación haya tenido tanta fortuna política como la nuestra.
–¿Cómo fue su militancia política en Lotta Continua?
–Toda mi juventud, entre los años 70 y hasta el otoño del año 80, milité en una organización revolucionaria de izquierda, que era pública, no era clandestina, con sedes abiertas en toda Italia, y hasta tenía un diario que se distribuía en los kioscos de todo el país. Cuando la organización terminó, empecé a trabajar como obrero. No podía sustraerme a la militancia política, era lo que tenía que hacer. Mi generación, que era revolucionaria, me llamó a participar y obedecí. Ser revolucionario era una elección pública obligatoria, no fue una elección privada.
–Aunque ahora no milite, ¿el compromiso continúa por otros medios?
–Sí, la diferencia es que ahora estoy solo. Antes pertenecía a una comunidad y era un militante político. Ahora actúo como ciudadano.
–Usted ha cuestionado el tratamiento que reciben los refugiados en Italia y en toda Europa. Muchos militantes políticos suelen recordar que “ningún ser humano es clandestino”. ¿Cómo cree que se puede resolver esta situación?
–La palabra clandestino no existe, no está ni siquiera en La Biblia; es una palabra falsa. Clandestino es una palabra reciente que indica que alguien sube a un medio de transporte sin pagar boleto. En cambio, los refugiados pagaron todos sus boletos y pagaron los peores boletos, porque nunca nadie viajó tan mal como viajan ellos. No puedo aceptar que el Mediterráneo, el Mare Nostrum, se haya convertido en un cementerio. ¿Usted me pregunta cómo se resuelve? Se resuelve todos los días cuando las personas que llegan son absorbidas económicamente. Cuando una zona no los absorbe, se desplazan hacia otra; no se quedan marchitándose en un lugar. En Italia tenemos entre tres y cuatro millones de nuevos residentes. Ellos no fueron invitados, solo vinieron y dieron lugar a una nueva economía.
–Pero en general hay un rechazo importante hacia los refugiados. Europa está cada vez más xenófoba...
–Hay una política de rechazo, pero no se puede hacer nada contra esos flujos. Todo lo que se diga es propaganda. Estados Unidos y México tienen una línea bien definida; había un muro que existía antes de (Donald) Trump, y sin embargo Estados Unidos tiene mayoría hispánica y no anglosajona. Las fronteras no logran detener los flujos migratorios. Los muros sirven para pequeñas porciones de territorio, como por ejemplo el Estado Vaticano.
–Cuando estuvo en 2006, estuvo con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, ¿cómo fue ese encuentro?
–Tenía la necesidad de encontrarme con las Madres y las Abuelas, visité el Parque de la Memoria y la ex ESMA. Fue mi peregrinaje por la generación revolucionaria argentina, que era coetánea con mi generación. Conocí muchos revolucionarios argentinos que se exiliaron en Italia y fueron hospedados por la organización en la que milité. Para mí, la historia de la Argentina tiene una relación muy estrecha con mi historia como militante. Además soy un gran admirador de Borges como lector. Grande no; un admirador a secas, porque no quiero agrandarme. Borges es un grande y yo soy simplemente un admirador.
–¿Cómo se cambia el mundo hoy? ¿Dónde están las resistencias, las esperanzas?
–El mundo cambia continuamente sin que se haga demasiado. Son las nuevas generaciones las que lo renuevan. Les toca a ustedes hacer y convivir con los cambios. Yo ya tuve mi futuro. Mi futuro ya pasó, me quedan prolongaciones de presente. Son los jóvenes los responsables del futuro. Si no se suicidan, les va a tocar a ustedes cambiar el mundo.