“Las personas pasan horas cada día con ordenadores y teléfonos inteligentes, pero rara vez ven los minúsculos circuitos que los hacen funcionar. Pero sepa que si usted mira de cerca un microprocesador, verá algo increíble”, anota la periodista norteamericana Charley Locke, previo a cantar loas a uno de los últimos trabajos del artista alemán Christoph Morlinghaus: Computerwelt, serie de minuciosas macrofotografías que capturan chips de cerca. Tan pero tan de cerca que, en vez de chips, lucen como… tomas aéreas de enigmáticas e intrincadas ciudades. “Parecen paisajes urbanísticos en tres dimensiones; uno puede perderse en esas presuntas metrópolis”, concuerda el germano que, habiendo comprado online variopintas y minúsculas unidades de diversos fabricantes (de Intel a Cyrix, por caso), procedió a gatillarlas con extremo cuidado en su estudio de Miami. Debiendo pulsar hasta tres minutos el botón de disparo de su lustrosa cámara Sinar P2, cuidando además que factores externos no afectasen un proceso donde cualquier ínfimo movimiento devendría imagen borrosa. “Cada vez que un camión pasaba por la calle o alguien del edificio prendía el aire acondicionado, tenía que comenzar de cero”, confiesa el señor que dedicó hasta una semana a cada preciosista fotografía de objetos no más grandes que un grano de arroz (pero enormemente más atrayentes). Y que, acaso flechado por lo bonitillo de los pequeñísimos adminículos, y consciente del impacto ambiental de los desechos electrónicos, hoy propone que “la gente se aferre a sus teléfonos, tabletas y computadoras un poco más”. Y por default, a sus complejísimos microprocesadores.