La noción de apropiación cultural está siendo un tema candente, tanto en Argentina como el resto del mundo desde hace algunos años, pero estas últimas semanas nos toca más de cerca. El debate realizado por artistas, críticos de arte y defensores de los derechos de las minorías han señalado con el dedo índice a muchas estrellas y a otras más estrelladas. Desde a Beyoncé y sus mega videos clip vestida como diosa hindú, pasando por Pixar utilizando la celebración del día de los muertos mexicano al punto con intenciones de patentarla, o mucho más acá, la cancelación de un concierto en París de la artista local de reggaetón lésbico Chocolate Remix por el uso de ritmos afrocaribeños, son algunas de las prácticas que entran en la bolsa de apropiación cultural. Pero stop. Antes de marcar con una cruz, entendamos mejor el concepto. Luego cada una podrá descifrar qué tipos de contaminaciones entre grupos desiguales son deplorables y cuáles no.
La literatura sobre apropiación cultural es bastante escasa y prácticamente anglófona. El término se acuña a comienzo de los ´90 dentro de la antropología estadounidense y ha sido fuertemente utilizado para describir distintos procesos que sufren afronortemaricanxs. Más recientemente, generación millennial, lo comienza a utilizar en los contextos activistas hispanoparlantes. Según el canadiense James Youg, en su artículo “La ética de la apropiación cultural”, existen muchas modalidades de apropiacionismo (material, simbólica, de algunos elementos estilísticos o de temática) pero todas involucran una cuestión básica: personas toman algo de una cultura que no es la suya. ¿Y qué problema hay con eso? ¿acaso nos hemos vuelto unas habitantes de burbujas puras y beatas? ¿aspiramos a un apartheid cultural? Pues no. Pero tomar aspectos foráneos puede significar el puntapié para que distintas iniquidades sociales, heredadas por los procesos coloniales, imperialistas y esclavistas, se expresen en su máxima potencia. Por ejemplo, ¿diríamos que es justo que los llamados “wigger”, personas blancas que imitan las costumbres, moda, peinado, lenguaje y gestos del hip hop afronortemericano que no padecen el racismo estructural, la persecución policial o desempleo puedan rápidamente entrar al mercado discográfico y beneficiarse con su identidad apropiada? La etnóloga Monique Jeudy Ballini explica el punto de las demandas: “pueblos autóctonos o grupos minoritarios denuncian a quienes se atribuyen elementos extranjeros a su cultura, sin haber tenido que pagar su costo social e histórico.”
Uno de los problemas que suscita el apropiacionismo cultural es su regulación en un contexto globalizado. ¿Quién podría exigirle a una persona qué ropa o cómo debería ser su práctica artística en un sistemade constante flujo de información? El caso es que, más allá de que muchos pueblos indígenas del mundo entero están peleando por una legislación trasnacional de protección de sus elementos tradicionales, la cultura sigue sin copyright y Gucci vendiendo piezas de bijouterie Maya a millones de dólares.
A su vez, algunos cuestionamientos señalan los daños y perjuicios intrínsecos que supone que la hegemonía blanca extraiga, imite, deforme, banalice o ridiculice a pueblos vulnerabilizados, incluso el cinismo que contiene el hecho que sea esa misma hegemonía la que relegó a esos los pueblos y convirtió en minorizados. El bardo aumenta cuando preguntamos quién es el legítimo defensor de una cultura minoritaria colectiva, o qué criterio seguir cuando dos personas atravesadas por distintas opresiones y privilegios confrontan.
Como contrapartida, algunas defienden apropiaciones por su valor estético, difusión y masividad. ¿Por qué? El salto a la fama de algunas prácticas tradicionales o contraculturales puede significar alianzas, trabajo, identificaciones e incluso empoderamiento insospechados. Un niño mexicano migrado a Europa le cuenta a su mami la peli del día de los muertos con los ojos extasiados, una travesti trabaja dando clases del Vogue apropiado por Madonna del under marica, peluquerías africanas trenzan pelos claros de alemanas y colombianos sin papeles dan clases de salsa en un parque. Así, lo paradójico de la captura capitalista es que algunas personas puedan vivir de aquello que otrora estaba vedado.
El kit de la cuestión parece más la mera existencia de grupos subalternizados y grupos hegemónicos que se imponen sin permiso. Entonces, quizá se trate de perforar esas lógicas de arrasamiento dominante que con ignorancia se jactan de sus descubrimientos como Colón y se enriquecen sin nombrar y dar espacio a las personas en peligro. Honrar a los ancestros, a los que dieron la vida para defender su cultura y agradecer la posibilidad de estar allí, es más que un drama sobre el apropiacionismo cultural, un compromiso ético y político.