Comedias populares y/o populacheras hay en todos lados. Francia no es la excepción, aunque el recorte parcial de esa cinematografía que llega hasta estas costas suele hacer pensar lo contrario. El caso de Dios los cría y ellos... (ampuloso e inconcluso título local para el mucho más simple Coexister, “coexistir”) es paradigmático en más de un sentido: premisa o concepto de alto impacto, reparto de comediantes reconocidos por el gran público en su país de origen, una historia que echa mano a varias incorrecciones políticas para resguardarse finalmente en un mensaje de armonía universal y familiar bastante conservador. Un equilibrio que, en este caso, está ligado al ecumenismo interreligioso, esa práctica constantemente mentada a nivel teórico pero pocas veces efectiva en términos prácticos. En realidad, la coexistencia aquí no pasa de ser una posibilidad concreta en términos creativos y, fundamentalmente, comerciales: Moncef, un productor musical sin brillo (Fabrice Eboué, director, guionista y coprotagonista del show) descubre que la mala estrella reciente puede hacerle perder su empleo, a menos que logre sacar un as de la manga.
Por esas cosas del guión, el ancho de espadas llega bajo la forma de un acto imposible, aunque lógico en términos humorísticos: el trío de música popular “Coexister”, integrado por un sacerdote católico, un rabino y un imam. Que el segundo de ellos haya abandonado su posición luego de una circuncisión definitivamente malograda (y bastante sangrienta) y el tercero sólo sea un líder religioso bajo la luz de los reflectores es lo de menos. O lo de más: las cualidades cómicas, bajo la forma del gag, vienen recubiertas en el envoltorio de la descripción primaria seguida del choque con las circunstancias. Por caso, el guía espiritual musulmán, interpretado por el comediante francés de origen argelino Ramzy Bedia, no puede evitar caer en el consumo inmoderado de alcohol, entre otras prácticas concupiscentes, mientras que el cura de parroquia (Guillaume de Tonquédec, en un rol poco frecuente) no logra esquivar todas las tentaciones terrenales, más allá de las constantes referencias a los cuarenta días de Jesús en el desierto. Convenientemente arquetípico, el ex rabino sólo logra calmar su ansiedad existencial aspirando chorritos de agua del Mar Muerto, reconvertidos en otra clase de sustancia por obra y gracia de un productor desesperado.
Lejos de reflejar un ascendente ligado al vodevil tradicional, la estructura y el tono general de Dios los cría y ellos... refiere directamente a cierta comedia estadounidense contemporánea. De hecho, algunos de los momentos más graciosos de la película adoptan la forma del gag físico o verbal más elemental, pero efectivo, cierta gracia ligada a una u otra forma de la grosería o la ofensa: el remate de un chiste sobre la cantidad de estrellas de un hotel demuestra que todo puede ser objeto de humor y sólo el contexto o la (mala) intención generan el agravio. El resto es comienzo, nudo y desenlace de manual, una notable escasez de matices, revelaciones y descubrimientos de último momento. Las composiciones del trío no parecen tener mucho gancho comercial y sólo la fuerza de voluntad del guionista puede ser capaz de transformarlas en éxitos de venta masiva.