El estreno mundial de Una hermana fue en un apartado paralelo del Festival de Venecia de 2016. Sin embargo, hubo pocas referencias sobre ella en los medios argentinos, en parte porque la atención mayoritaria recayó en el sorprendente éxito de El ciudadano ilustre, con premio a Mejor Actor para Oscar Martínez incluido, pero también porque la propia película hace muy poco por facilitarle el trabajo al espectador. Tan poco hace, que por momentos parece darle la espalda, librándolo a su propia suerte para unir e interpretar los puntos que componen el entramado narrativo. En ese sentido, el debut en la realización de Sofía Brockenshire y Verena Kuri (canadiense y alemana, respectivamente, con estudios en común en la FUC) apuesta por la incomodidad y la falta de respuestas, dos pecados imperdonables en un contexto donde el modelo de cine predigerido y con bajada de línea que abraza el film de Mariano Cohn y Gastón Duprat es considerado sinónimo de calidad.
Opera prima que por su solidez narrativa y seguridad formal no lo parece, Una hermana parte de una premisa clara, directa y reconocible que desarrolla de modo sugestivo e inquietante, apelando a la sensorialidad de las imágenes y los sonidos. Todo comienza con el incendio durante una madrugada de un viejo Peugeot 505 a la vera de un río de la zona de Lobos, en la provincia de Buenos Aires. Con las primeras luces del día llega la dueña para revisarlo, pero la policía se lo impide excusándose que debe esperar al fiscal de turno, cuyo horario de arribo es incierto. Ella, desesperada, pide que por favor la dejen acercarse porque su hija no volvió a dormir y podría estar entre los hierros chamuscados. Es un choque directo contra los vericuetos de una burocracia que no sabe de sentido común. El primero de varios, puesto que de aquí en adelante el entramado jurídico se transforma en un bastión inexpugnable, sólido como una roca.
La madre, finalmente, comprueba que no hay rastros de la hija. El desgaste emocional y la falta de fuerzas obligan a la hermana menor, Alba (Sofía Palomino), a cargarse sobre las espaldas la responsabilidad de la búsqueda. Y ella lo hará con una tenacidad digna de las mujeres fuertes del cine de los hermanos Dardenne. Como en Rosetta, Dos días, una noche y La chica sin nombre, ella se dará una y otra vez la cabeza contra la barrera infranqueable de un sistema en contra, encarnado en el rechazo y maltrato crónicos de los funcionarios de la fiscalía. Tampoco ayuda que los vecinos digan muy poco aun cuando parecen saber bastante, en particular la jefa de la hermana desaparecida (Eugenia Alonso), que entrega un silencio tan sepulcral como potencialmente cómplice. ¿Qué sabe ella? ¿Por qué su punto de vista funciona como contrapunto del de Alba, volviendo a su búsqueda una narración paralela? ¿Ella tiene, efectivamente, la llave que abre el cofre de lo ocurrido? Todas respuestas que entregaría un policial diríase clásico. Todas respuestas que aquí brillan por su ausencia.
Otro elemento característico del cine de los Dardenne es el uso de las coordenadas de un mundo en crisis como elementos fundantes de cada decisión de la heroína. Brokenshire y Kuri replican esa idea a lo largo de un camino que puntea las tensiones sociales y la violencia estatal y hacia las mujeres sin subrayarlas, usándolas además como obstáculos concretos –aunque invisibles– en el camino de Alba antes que como disparadores discursivos. Porque Una hermana es una película concentrada en acciones, tiempo y espacio precisos, un rompecabezas que retacea piezas con inteligencia para atender a las sensaciones de quien lo arma. De allí que las directoras hablaran, en una entrevista al portal Otroscines, de “anti–suspense”: aquí no hay culpables revelados en alguna vuelta de guión tardía; tampoco grandes organizaciones con jefes malvados y sicarios descorazonados; sí un aire de desamparo y falta de contención, de menosprecio e impotencia ante una ausencia que nadie, ni siquiera la película, logra explicar.