La final de la NBA entre Golden State Warriors y Cleveland Cavaliers era la más esperada por los aficionados y los especialistas a principios de temporada, pero finalmente llegó por vías alejadas a la lógica. Si en la pretemporada de septiembre se encuestaba por la posible final de la liga norteamericana de básquetbol, difícilmente el resultado hubiese diferido del que la realidad trajo ocho meses después: como las tres temporadas pasadas, los Warriors dirimirán a partir de hoy el título ante los Cavaliers. Los campeones de 2015 y 2017 ante los monarcas de 2016.
Y como las tres veces anteriores, dos juegos en Oakland darán inicio a una serie a siete partidos que vuelve a tener a los Warriors como claros favoritos. Sólo la estelar presencia de LeBron James es capaz de generar cierta duda, con el antecedente de lo sucedido en 2016, con la épica remontada después de un 3-1 en contra como mejor prueba.
Pasaron los 82 partidos de serie regular y 18 juegos de playoffs para Cleveland y 17 para Golden State para que los dos colosos vuelvan a verse las caras, como todo el mundo imaginaba. Sin embargo, los pronósticos estuvieron muy cerca de hacerse añicos en varias oportunidades, porque los favoritos de todos sufrieron más de lo que hubiesen imaginado para llegar a la final. De hecho, ambos equipos debieron apelar a un séptimo partido como visitantes para garantizarse el pasaje, e incluso debieron remontar un 3-2 en la final de sus respectivas Conferencias.
El camino de Golden State tuvo obstáculos desde la temporada regular, cuando las lesiones afectaron a sus figuras y debió jugar varios partidos sin Stephen Curry (tobillo), Klay Thompson (fractura en un dedo) y Kevin Durant (costilla), incluso varios de ellos con ausencias simultáneas.
Por eso, no pudo pelear de igual a igual por el uno de la fase regular ante Houston Rockets, aunque consiguió revertirlo en la emocionante serie que se definió el lunes pasado. Allí, dos veces estuvo contra las cuerdas, con una desventaja de 17 puntos en el cuarto inicial del sexto partido en el Oracle Arena y otra de 15 tantos en el segundo período del séptimo juego en el Toyota Center.
Por virtudes propias y defectos ajenos, los campeones defensores consiguieron escapar y parecen haber salido fortalecidos para la final que comenzará hoy. Si lo de los Warriors fue difícil, lo de Cleveland directamente rozó lo milagroso, de la mano de un LeBron James todopoderoso.
En enero, después de recibir 148 puntos de parte de Oklahoma City Thunder, el propio James mostraba su escepticismo. “La verdad es que no tengo ni idea de lo que va a pasar con nuestro equipo”, dijo el astro de los Cavaliers. “Nunca en mi vida me habían metido 148 puntos, creo que ni siquiera en los videojuegos”, añadió tras aquella derrota bisagra.
Pocos días después, antes de la fecha límite de recambios, los Cavaliers modificaron medio plantel en tres operaciones que involucraron a diez jugadores. “Ibamos a una muerte lenta y no queríamos ser parte de eso”, explicó en ese momento Koby Altman, gerente general del equipo.
No mejoró demasiado el equipo hasta el final de la serie regular, y el cuarto puesto en la Conferencia Este no auguraba un futuro muy alentador. No obstante, un LeBron colosal le permitió superar una difícil serie ante Indiana, que llegó a estar en ventaja 2-1 y un juego por delante en casa.
Ante Toronto Raptors, otra vez The King mostró todo su poder para que Cleveland barriera la serie ante el mejor equipo del Este. Y el astro volvió a brillar ante Boston, de nuevo con desventaja de localía, para el 4-3 que le dio el pasaje a la final. “Definitivamente fue un trabajo de equipo”, dijo la superestrella, que jugó su partido consecutivo número 100 de la temporada. “Hice un cambio de pensamiento en mi cabeza y me propuse pasar con mis chicos a la final y lo logré.”
Las múltiples armas ofensivas de Golden State y el desgaste al que se viene sometiendo James, con 47 minutos en el campo en sus últimos dos partidos, parecen ser suficientes argumentos para que los Warriors luzcan como favoritos para sumar el tercer anillo en cuatro años. Sin embargo, la lógica no ha sido el denominador común de la temporada de la NBA, por más que la final sea la que todos imaginaban.