Andábamos por los frenéticos e irresponsables 17 años. No mucho más. Los suficientes como para sentirnos inmortales. Sin embargo, de noche, muy tarde, la voz desesperada de mi amigo, confirmó lo que habíamos estado intentando eludir durante toda la tarde encerrados en su habitación fumando y tomando cualquier cosa con alcohol, como el anís, que había entre las botellas de su padre.
Yo no sabía de qué manera calmarlo. Decía que Lorena estaba asustada y tenía miedo. Decía que tenía miedo de que ella cambiara de opinión. Decía que él ya había hablado con su tío y no se lo dirían a la familia de ella. Decía que ella le había preguntado qué hacemos si da positivo y que él se había enojado con ella al principio. Pero se iba a solucionar. Mi tío, dijo. Conoce a alguien. Fumaba y tenía la mirada desencajada entre los posters de su grupo de rock preferido: Los Ramones. Y de un salto los arrancó como se quiere desarraigar una culpa clavada adentro tuyo.
Ahora lo que necesitaba era juntar el dinero para que ella abortara. Me dijo que ya había agotado prácticamente todas las posibilidades cercanas pero que todavía le faltaba un resto importante. No me acuerdo ya cuánto era, pero, sin duda, me excedía esa cantidad. Dije que iba a intentar juntar todo lo que pudiera. Mañana, dije. Lo escuché quebrarse en el teléfono y así corto. Al día siguiente le vendí mi Atari a un vecino que hacía meses me había hecho una propuesta de canje. Y mis ahorros, que eran un regalo de Navidad de mis abuelas (“No sabía qué regalarte, mejor dinero, te comprás lo que quieras, querido”). No cubría el resto, pero lo acercaba. En esa época mi viejo y yo ya no hablábamos mucho y, sin embargo, al notarme extraño durante el mediodía me preguntó que pasaba. Le conté todo. Él escuchó atento y luego me dijo algo que me quedó grabado con su tono de voz durante todos estos años.
-Hay cosas que una mujer no va a perdonarte nunca. Que deba abortar es una de esas cosas. No te lo va a perdonar jamás. A vos.
Tuvo que pasar mucho tiempo para que ese “a vos” cobrara su verdadera dimensión. ¿Un instante construido y compartido por dos se volcaría de lleno en la existencia de uno solo? Entre la angustia y el miedo. Ella en su cuerpo y él afuera buscando desesperadamente una solución que los separaría para siempre aunque después siguieran juntos.
Quisiera ser capaz de volver a aquel mediodía y preguntar lo que no pude con mis 17 años.
Ni siquiera después, cuando supe cómo terminó la historia de mis dos compañeros de escuela.
*Periodista y escritor. Autor de los libros Cuando te vi caer, Fiel, Mañana solo habrá pasado y Todos los niños mienten, de próxima edición.