Eduardo Galeano definiría a Matías Ola como sentipensante. ¿Quiénes son esas personas? Aquellos que sienten y que piensan a la vez; que se expresan con el corazón y que no divorcian a la cabeza del cuerpo ni a la emoción de la razón.
Aunque se encuentre en Tigre, lejos del mar, ahora mismo Matías Ola se siente parte del paisaje. Camina y parece perderse en la vegetación. Su mirada hace foco en árboles de eucaliptos que lo devuelven de manera inesperada a su Tucumán natal. “Cuando era chico sufría de asma. Fueron 21 años de mi vida y ahora que miro esos árboles me invaden los recuerdos. Es ver a mis papás cuando ponían agua hirviendo en una olla con hojas de eucalipto para que yo respire ahí cubierto con una toalla en la cabeza para que se concentre el vapor”, comenta Matías en una charla íntima con Enganche.
- ¿Te acordás cómo fue ese primer contacto con el agua?
-Tuve acercamientos cuando era chico, pero jamás como nadador. No sabía que la natación iba a ser mi herramienta para curarme el asma. Yo usaba todos los aerosoles y los medicamentos para estar bien de salud. Incluso la enfermedad me alejaba del deporte todo el tiempo. Aprobaba educación física con certificado médico porque no podía ni correr.
- ¿Quién fue esa persona que te recomendó la natación?
-Yo mismo. No hubo nadie más. Me dije a mí mismo que tenía que enfrentarlo. Todos los días mientras iba a la facultad, cuando estudiaba Ingeniería, pasaba por el club Central Córdoba. Un día junté coraje, entré y pregunté para empezar a nadar. Solo sabía flotar, pero enseguida me metieron en el equipo de natación. Ahí aprendí los estilos y todo se dio muy pero muy rápido.
- ¿Creés que hubiese cambiado algo si empezabas antes?
-Según mis entrenadores podría haber sido un buen nadador y tener mejor futuro a nivel internacional. El primer día que me tiré a la pileta me di cuenta en seguida que tenía condiciones. Aprendí rápido a nadar y por eso empecé a competir de inmediato en sudamericanos. Entonces me recomendaron mudarme a Buenos Aires y durante dos años viví en el Cenard. Empecé a sentirme un atleta y así transcurrieron mis primeros años como deportista. Siempre tuve un límite por haber arrancado tan tarde y fui consciente de ese límite. Encontré en la natación de aguas abiertas y en las travesías individuales cómo desafiarme todos los días: cruzar canales, atravesar estrechos, nadar en el Perito Moreno, en Jordania, en Egipto…
-¿La natación te sanó y te puso en un lugar en el mundo?
-La natación me curó del asma. Mi cuerpo empezó a cambiar. Durante 21 años de mi vida estuve sin practicar ningún deporte. Siempre fui muy delgado, no tenía desarrollo físico. La natación me formó y modeló de otra manera mi cuerpo. Me dio mucha confianza, más autoestima. Me enamoré de la natación porque me dio todo como persona. Mi vida gira alrededor de este deporte. Todos mis proyectos, mis viajes, incluso mi forma de hacer turismo y de relacionarme con los demás es a través de la natación.
-¿Qué es lo que te atrae de convivir con el riesgo y exigir tu cuerpo al límite?
-No veo mi deporte como de riesgo. Sí entiendo que pasan cosas, como lo que me pasó en Hawái cuando me encontré con dos tiburones mientras nadaba. Veo el riesgo en el momento, pero no me preocupo por el riesgo. No le doy importancia al peligro que pueda encontrar en mis travesías porque eso me generaría una preocupación que puede distraerme de mis objetivos. Sé que tengo que nadar y por lo menos me siento seguro porque no estoy solo. Quizás naturalizo todo. Entiendo que la gente se ponga loca cuando comento estas cosas. Me preguntan si tengo miedo, y yo no siento miedo ni al nadar con olas de hasta cuatro metros. Me genera mucha adrenalina y me gusta. Pero no creo ser un adicto a la adrenalina. Busco esto como una forma de superarme a mí mismo y entiendo que mi carrera como nadador de aguas abiertas es muy corta.
- ¿Qué pasa cuando no lográs terminar alguna travesía?
-Cuando uno abandona una carrera siempre la sensación es frustrante por no haber podido lograr algo para lo que me había preparado durante mucho tiempo. Muchas veces sucede por circunstancias externas que te impone la naturaleza. Por tormentas, por corrientes, por cambios de climas, por picaduras de medusas. El peor riesgo que existe es abandonar. Me pasó el año pasado en Hawái después de 20 horas luchando contra las medusas. Muchas veces por hipotermia también. Lo importante es que no estoy solo y hay un soporte emocional que construí con mi entrenador, Pablo Testa, y todo el equipo que me acompaña. Este año regreso a Hawái a intentarlo de nuevo. El fracaso te ayuda a tener el doble del éxito.
-Pilar Geijo nos contó que las decisiones más importantes de su vida fueron en el agua. A vos, ¿qué te pasa cuando avanzás brazada a brazada en el medio del océano?
-Pienso como Pilar, porque todos los proyectos y las ideas las tengo cuando voy nadando. Entreno de tres a cinco horas por día. Si te ponés a pensar en lo que significa estar ese tiempo nadando y mirando una línea negra, tenés que razonar un poco todo. Y yo siempre intento razonar. En el caso de una travesía, lo disfruto mucho más. Son 20 horas de nado y tengo que ir gestionando con mi equipo la alimentación, cuándo reponer líquidos e, incluso, cuando resulta peligroso seguir. Soy un nadador de aventura, no de competencia. Estamos el mar y yo. La competencia es conmigo mismo.
-Estamos formados para vivir en comunidad, ¿te afecta tantas horas en soledad durante las travesías?
-No me afecta porque es un objetivo que anhelo cumplir. Sé a lo que me voy a enfrentar. Por ejemplo, ahora viajo a Japón una semana y sé que un día voy a nadar muchísimas horas. Estoy preparado, conozco todo lo que me voy a encontrar.
-¿Qué le dirías a alguien que está atravesando inconvenientes por el asma y tiene miedo de realizar algún deporte?
-A mí me funcionó la natación. Entiendo que no todos tienen la misma experiencia con el agua y con la enfermedad. Yo nunca más tuve asma y si vos me ponés a nadar, te nado todas las horas que quieras. Lo mismo si me ponés a correr. Todo lo que no pude disfrutar del deporte, lo estoy logrando ahora a mis 33 años. No tuve la etapa donde el deporte era fundamental en mi adolescencia. El deporte era sinónimo de un ataque de asma. Por eso tengo mucho entusiasmo por seguir entrenando y por seguir mejorando.
-¿Qué valores te dio la natación que hoy los llevás a tu vida de todos los días?
-Primero la disciplina, no lo dudo. También el respeto, el valor de un mentor, como un entrenador en mi caso. El sacrificio, el esfuerzo, el dolor, la importancia de las relaciones humanas. Aprendí lo importante que es conectarse con otras personas, con otras historias. Con mi proyecto “Unir el Mundo” quiero poder desarrollar un centro de natación en Tucumán al que tengan facilidades todos los chicos de la provincia. Todo esto le dio relevancia a mi vida. Nado porque hay un mensaje que llevo a todos lados. Eso me motiva mucho más, me amplia el panorama.
-¿Qué te dice tu familia?
-No pueden creer cómo comenzó todo. Mis padres y mis hermanos tienen admiración, pero también mucha preocupación cuando estoy de noche metido en el medio del mar. Ellos viven en Tucumán. Mi lugar en el mundo es Buenos Aires, pero depende de los proyectos que tengo es el lugar donde estoy. Trato de quedarme en Europa porque me facilita más todo y por eso ahora estoy en Londres. Pero me gusta volver a Argentina.
Matías está decidido a conquistar los siete océanos, que vendría a ser la versión en natación en aguas abiertas de las siete cumbres. En la montaña implica hacer cima en cada una de los picos más altos de cada continente. Trasladado a las aguas abiertas es cruzar a nado siete estrechos y canales alrededor del mundo sin traje de neopreno.
-Río Hudson en Manhattan, el Mediterráneo, Canal de la Mancha, Canal de Beagle, Egipto, Jordania… ¿qué otra geografía te queda explorar en la natación?
-En mi cabeza tengo los siete océanos. Pienso que me llevará dos años lograrlo. Son aguas muy frías a las que me expongo durante más de 10 horas de nado. Cuando me detengo a pensar en las postales que estuve nadando como Rusia, Indonesia, Finlandia, China…Ya me olvidaba, algo muy emotivo fue cuando nadé con la británica Jackie Cobellen las Islas Malvinas con el objetivo de hermanar las dos culturas y ofrecer un mensaje de paz y de armonía.
De repente, los ojos de Matías se humedecen al seguir recordando mares y más mares. Así lo describió Kahlil Gibran: “Hay algo sagrado en la sal: está en nuestras lágrimas y en el mar”.