En el corazón de la villa 21-24, Iriarte al 3500, frente a la Casa de la Cultura, que hoy funciona como casa aunque escasa de cultura, frente a la casa de Iván y el pasillo que fue violado por los prefectos en poblado y en banda el sábado pasado, frente al local de La Poderosa, y a unos metros del de la Corriente Villera, pero también frente a la panadería y a la carnicería y a la remisería y al local de Atajo, porque, repito, fue en el corazón cotidiano de la 21-24, ahí empezó a transformarse el correr habitual de la villa para abrirse espacio a la fuerza, porque el espacio lo abren a la fuerza, al grito abierto y ya instalado de La Garganta Poderosa.
Por qué a la fuerza. Porque había que ver la ostentación de prefectos, los colegas de los mismos que están por primera vez en el banquillo (ver aparte), una línea de espaldas contra la pared, cubriendo como si custodiaran la mentada Casa de la Cultura, a la que no tenían el menor interés de proteger. Por dos motivos que se deducen con facilidad. El primero, la Casa de la Cultura, por menos que funcione como tal, sigue siendo un espacio útil para vecinas y vecinos, con lo que a nadie de esa concentración se le ocurriría agredir. Segundo, la doctrina Chocobar no está para proteger y menos a un barrio vulnerable.
Los prefectos estaban ahí como ostentación de que el Estado está presente para mostrar sus ausencias.
La respuesta a la provocación, no sólo a esta línea de prefectos sino a la del sábado anterior y la del día anterior y la del día siguiente y a la de todos los días, fue la marcha que podía sintetizarse en un globo de La Poderosa con la cara de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich cruzada con un símbolo de prohibido y el reclamo ya no original sino insistente de “Fuera Bullrich”, y con la firma de La Poderosa del otro lado, y la demanda de “control popular de las fuerzas de seguridad”.
Y la concentración se iba aglutinando en la plazoleta que ya se había poblado de jóvenes antes de las 8 de la mañana, y que se fue llenando de guardapolvos blancos, porque los Maestros Villeros estaban presentes, no sólo los de la 21-24, sino también los de las villas porteñas. Estaban los de la Emem 3, la Geniso, en la 1-11-14 del Bajo Flores, que habían perdido recientemente a Mati Rodríguez a manos de un policía que le disparó por la espalda, estaban los de la villa 31, los de Lugano, los de Zavaleta. Estaba Roberto Baradel, de Suteba, y también Hugo Yasky, ex Ctera y líder de la CTA, Leo Grosso, del Movimiento Evita. También fueron llegando la Correpi, el FIT, Ni Una Menos, la Corriente Villera y la CTEP. Y La Poderosa con sus diferentes asambleas, las de Rodrigo Bueno, las de la 31, las de Lugano, la Zavaleta, en fin, todas las asambleas.
Estaba Nora Cortiñas, de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, infatigable, poniéndole el cuerpo al frío insoportable de una mañana en la que el sol, también, se fue abriendo paso a la fuerza.
Los primeros en cortar la avenida Iriarte fueron los tamboriles y banderas de La Poderosa. Hay que cortar esa avenida que recorre con su hilo una zona superpoblada, febril, intensa, atravesada por camiones y motos y remises y autos destartalados y últimos modelo. Y patrulleros. Plantarse frente a los camiones pesados y decir que no va más, que se acabaron los golpes y las torturas, porque eso es lo que gritaban mientras cortaban la avenida. Y entonces, ganados ya los metros suficientes, se coló la bandera de arrastre de la marcha y cortó definitivamente las dos manos de la avenida con el mensaje “Las villas en guardia luchando contra la impunidad”, en letras negras, y en rojo intenso “Control popular de las fuerzas de seguridad. La Poderosa”.
De la bandera de arrastre, en el centro, se tomó Norita Cortiñas, y alrededor suyo se aglutinaron todas y todos. La bandera, el corte, se armó a la altura de la puerta del local de La Poderosa, junto a la casa de Iván, que fue la que recibió los balazos de goma el sábado pasado.
Las caritas de las madres, tomadas de esa bandera, eran y son los rostros del dolor intenso que nace solo después de morir un hijo, qué morir, después de que se lo maten. Por eso el reclamo de “control popular de las fuerzas de seguridad”. Después de todo, esas mujeres saben que son el pueblo y saben también que ellos, los que les matan sus hijos, son las fuerzas de la llamada seguridad. Y en esa bandera de arrastre, tomadas con sus manos a la bandera, estaban sus rostros. Se podría hacer una cronología del dolor al ver esos rostros. Se podía leer el dolor y su tiempo en los ojos y en la gestualidad. Estaban aquellas y aquellos que apenitas habían recibido el impacto, apenitas que es ayer o hace meses, y que apenas podían levantar sus párpados del peso de la tristeza todavía manifestada en el recuerdo que no deja ver el horizonte. Aunque más no sea para ver el recuerdo más allá, en el horizonte. Y se podía ver en aquellas y aquellos que ya podían, gritar en nombre de sus hijos muertos y gritaban con fuerza y levantaban sus brazos con los puños cerrados. Y en el centro, como lugar no deseable y al mismo tiempo el preferible, Norita Cortiñas resumía el dolor puesto en la vivacidad del empeño, si no con alegría, con la capacidad que el tiempo y el arrojo de vivirlo le fue dando.
Se prendieron a esa bandera Gladys, la mamá de Marcos Antonio Núñez, tímidamente prendida, pero aferrada, a esa bandera en uno de los extremos, el más cercano a la casa de Iván. También la mamá de Nazareno Alejandro Vargas, de Merlo, asesinado el 30 de julio del año pasado, que iba aprendiendo a pasar la foto de su hijo por encima para que la bandera no tape el nombre y la fecha, y estaba la mamá de Kevin, de la Zavaleta, abrazable y abrazadora, y la mamá del Kiki Lescano con la remera de la agrupación con el nombre de su hijo, mientras el papá tomaba fotos e invitaba al próximo homenaje, y estaba la mamá de Nehuén, de La Boca, con su remera pidiendo justicia por su hijo, y el papá de Lucas Décima, mencionando el proceso judicial, y la mamá de Pablo “Paly” Alcorta, que vieran cómo levantaba su puño esa madre y gritaba “como a los nazis/ les va a pasar/ adonde vayan los iremos a buscar”. Y “no queremos policía/ no queremos represión/ queremos para los pibes/ trabajo y educación”. Y estaba Mónica, la mamá de Luciano Arruga, un estandarte necesario para estas marchas.
La marcha, en sí, se extendió hasta las diez, diez y media. Recorrió unas poquitas cuadras, la villa, hasta que Iriarte desemboca en Vélez Sarsfield. Ahí esperaban los micros que trasladaron a los militantes a Tribunales para dar su apoyo a los padres de Iván y la madre de Ezequiel, que debían declarar. Pero era lo que querían, era una marcha para mostrar adentro, además de afuera.
El cierre se dio con un escenario donde Nacho Levy, de La Poderosa, dijo que “el mensaje de ellos es para el barrio. Ellos saben que una bala que mata en el barrio paga un costo bajísimo afuera, pero adentro tiene un efecto enorme. Por eso, esta marcha la hacemos porque es un doble mensaje. Hacia adentro, para dar coraje a esas familias con miedo lógico, para que ellos nos vean y sepan que los estamos querellando, y que si tocan a uno se arma quilombo. Y para afuera, para que sepan que estamos juntos y estamos organizados”. En el escenario estaban Roque, el fotógrafo de La Garganta que había sido golpeado y detenido, Juan Pablo, su cuñado, también detenido, Jéssica, su pareja, que fue atacada por los prefectos. También estaban Pepe, el padre villero, Mariano Recalde y Sergio Maldonado. “Aunque hago el esfuerzo por no correrme del eje por Santiago, es imposible, porque el eje se abre en todo esto”, dijo. Después habló Nora Cortiñas, que recordó que “estamos acá para repudiar este avasallamiento” y dijo “me siento identificada con esas madres y esos padres que tienen un hijo asesinado”, mientras los ojos de esas madres y padres se posaban en ella esperanzados.
Después, siguió la garganta abierta de La Poderosa.