En las antípodas de los espectáculos for export, Así se baila el tango propone un encuentro intimista con el mundo de la milonga, sus códigos, sus encantos, sus pliegues. Una pareja de baile (Camila Villamil y Daniel Sansotta), una conferencista (Laura Falcoff, de impecable traje negro) y unas pocas mesas bastan para zambullirse en un universo que no deja de atraer a jóvenes y adultos en buena parte del mundo. Sentada en un ángulo del escenario, Falcoff comienza su exposición haciendo foco en el elemento central de esta danza, la base sobre la que se sostiene todo lo que viene después: algo aparentemente tan simple como caminar de a dos. Los bailarines la siguen, dibujan con sus cuerpos lo que enuncia. Villamil es bastante más alta que Sansotta, lo que genera desde lo visual una dosis humor y de realidad. En las milongas, las parejas son diversas y se ve de todo. Diferencias de altura, de edad, de contexturas físicas, de nacionalidades, de clase social, como si el tango abrazara esas diversidades y las superara.
Cuando la maestra de ceremonia se detiene en otro punto nodal, el abrazo (y sus diferentes formas) el aspecto erudito y serio de la narradora se tuerce hacia la comicidad. Abrazo cerrado, abrazo abierto, abrazo con quiebre de muñecas, maniobras femeninas para evitar ser estrujada por el compañero... Falcoff se pasea por las variantes mientras los intérpretes recrean esas maneras de entrelazar los cuerpos, que dicen mucho de las intenciones y emociones que se ponen en juego. La conferencista nunca abandona del todo su postura casi académica, revelando muchísimo de todo lo que hay para saber sobre el tango. Es un placer escucharla, descubrir lo que pueden encerrar dos cuerpos bailando una música surgida del cruce de muchos ritmos. Falcoff describe los estilos (canyengue, tango de salón de los años ‘40, tango del centro de los ‘60 cuando las milongas se llenaban y los pasos se adaptaron a un espacio más chico, tango nuevo de los ‘90 con sonidos electrónicos y pasos de baile que acompañan esa sonoridad) mientras los bailarines los desarrollan con versatilidad. Merecen mencionarse para las orquestas principales y el modo de influir en la manera de bailar y, lógicamente, no puede faltar una referencia al cabeceo, esa invitación muda y a distancia que los milongueros avezados manejan al dedillo. La sutileza y contundencia que exige ese modo particular de invitar a la pista, la actitud de la mujer, alerta para no planchar pero discreta para no ahuyentar con su ansiedad... El humor reaparece en un recorrido que planea entre la erudición, la comicidad y el amor por un arte que conquista miles de adeptos.
Además de bailar con estilo depurado, preciso y dúctil para pasar de una indicación a la otra, los bailarines delinean los personajes que pueblan las milongas. El humor crece cuando el trío aborda el tango escenario; tal vez, la versión más espectacular y for export de esta danza ciudadana nacida en las márgenes. El vestuario cambia: los brillos y las estridencias engalanan los cuerpos de la pareja, que se envuelven en una danza acrobática, sobreactuada y con un falso erotismo. Una parodia de un estilo que también tiene sus seguidores, mucho más actuado, con pasos casi desmesurados y velocidades que cortan el aliento.
La obra dura una hora y pasa volando. Es una buena oportunidad para que los turistas (de otros países y del género en sí) accedan a una mirada mucho más sintética, identitaria e intensa que la de los brillos y excentricidades de los shows a los que suelen asistir. De hecho, cuando el espectáculo termina se siente algo muy parecido a lo que provoca bailar tango: ese encuentro sutil y profundo a la vez, un estado emocional placentero y un contacto con el otro que pocas danzas generan.