“Estos días para agitar por las redes sociales me fijaba en las fotos de estos diez años y así tomé real dimensión de lo que hicimos”, comenta Karina Beorlegui cuando se le pregunta por el aniversario de Fado Tango Club, el ciclo con el hermana estos dos géneros portuarios desde hace una década. El Fado Tango Club celebrará hoy a las 21 la primera fecha de 2018 en su habitual reducto: el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 772). La ocasión, además, marcará el reencuentro entre Beorlegui y Los Primos Gabino (Juan Pablo Esmokley, Estaban Ruiz Barrea y Nacho Cabello), después de una pausa de casi cuatro años. Recrearán los temas más preciados de su repertorio, y contarán con las visitas de Pablo Bronzini en acordeón y el Cardenal Domínguez en la voz. Domínguez es uno de los históricos invitados al ciclo, por el cual pasaron gran parte de los exponentes de su generación tanguera y la escena casi completa del fado.
El ciclo –explica la cantante a PáginaI12– comenzó cuando junto con los Gabino volvieron de una gira por Europa. En Lisboa conocieron la movida emergente del fado y enloquecieron. “Nos volvimos con una guitarra portuguesa y la experiencia de haber estado en lugares que eran como El Boliche de Roberto o Sanata Bar, pero en Lisboa”, recuerda. El género portuario portugués de entonces atravesaba un proceso muy similar al que transitaba su similar porteño. “La bohemia de ese fado, que también es el de hoy, tenía muchas coincidencias con el tango, y te podías encontrar tanto a los fadistas tradicionales como a la nueva camada”, plantea. A falta de plata para montar su propia tasca (“sigue siendo mi sueño”, asegura), encontró junto a los Gabino un rincón en el CAFF. Allí, si bien tuvo que ceder cantidad de fechas por año, logró garantizar una continuidad imposible de concebir al comienzo del proyecto y, además, alojó a su proyecto hermano: el Festival Porteño de Fado y Tango, del mismo equipo organizador. “El Festival ya era una cuestión medio faraónica, de traer gente de Portugal o atajar a alguno que pasaba por Chile”, cuenta entre sorprendida y orgullosa por lo realizado.
Con los guitarristas, Beorlegui lanzó dos discos: Mañana zarpa un barco (2008) y Puntos cardinales (2012). La reunión con los Gabino, explica, los encuentra con más coincidencias que antes. Sobre todo a nivel personal. “Ya no soy una soltera de la noche y no estoy casada pero sí tengo un hijo, así que eso limita mis tiempos pero también me alía con ellos, que los tres eran padres”, señala la cantante. “Ahora tenemos en común eso, que antes no, y suma, así que nos encontramos casi cuatro años después, cada uno con un recorrido en lo suyo y creciendo en algo que está buenísimo”, observa. ¿El resultado? “Un raccontto de estos diez años con lo que más nos divierte hacer de tango y fado”, responde.
–La pregunta eterna, que ya escuchó mil veces: ¿qué tienen en común tango y fado?
–La bohemia. La poética también, eso de lo que hablan las letras. Son poéticas con mucho que ver, como un encuentro Borges-Pessoa. Ambas tienen una bohemia muy local, muy de pertenencia. La rua, el barrio. Caminando las calles de los barrios de Lisboa, uno podría encontrarse un bandoneonista tocando un tango. No ocurre, pero no estaría fuera de lugar. Esta cosa de las músicas de puerto, de un río ancho que desemboca en el mar, tienen muchas similitudes en ese sentido. Lisboa y Buenos Aires, fado y tango, nacieron en los puertos para la misma época y tienen este adn en común que es la nostalgia y la saudade.
–El tango tiene el baile social. Como la cumbia, puede tener letras tristes, pero se baila con alegría. ¿El fado?
–El fado no tiene el baile. Le faltó eso. Pero viendo documentales e historias, inicialmente uno aprende que el fado se bailaba en los tugurios del puerto de Lisboa y de todos los puertitos chiquitos que van a la desembocadura. Era casi como un pasodoble. Pero se dejó de bailar. El fado canción y la cosa del respeto al fadista solemne, el fadista que sufre, fue ganando ese respeto a la imagen de la Amalia que sufre porque su marido se fue al mar y no vuelve. Esa solemnidad que para ellos también significa “sino”, como destino inclaudicable. Eso hizo que se deje de bailar para que haya más respeto para escuchar al fadista.
–¿Fue la única causa?
–Salvo que sea una casa-show o un recital en un estadio más grande, el fado sigue siendo a pelo, desenchufado. Entonces se pedía silencio en los lugares. La diferencia es que acá estaban las grandes orquestas. El auge del tango fue ese. Allá no. Eran dos o tres guitarristas acompañando a un cantor. Ese distinto escenario musical no se bancaba que estuvieran todos bailando. De cualquier modo, aunque no se baila, así como el tango tiene a las milongas y distintas rítmicas, hay otra rama del fado más alegre. De hecho. con los Gabino hacemos “Una casa portuguesa” y otro que son bien arriba.