Dudo que haya nada que merezca especial mención de nuestra estancia en Tánger, como no sea la última noche que pasamos allí, cuando me insistieron para que tocara la guitarra en público. Nos habíamos enterado de que los Rolling Stones estaban en la ciudad y, confiando en hablar un momento con ellos, bajamos hasta El Minzah, el famoso hotel donde se hospedaban. Al verlos llegar con unas pintas extraordinarias incluso para lo normal en los Stones, entramos muy decididos en el hotel y yo pregunté si podía tocar en el bar. Después de que me dijesen que no con mucha educación, mi amigo Bob, cuyo aplomo parece inquebrantable, procedió a llamar a la suite de los Stones para preguntarles si les apetecía un poco de entretenimiento musical. Por desgracia, la propuesta fue rechazada de manera parecida y decidimos tentar la suerte en algún otro lugar. Así pues, hicimos una ronda por los locales nocturnos preguntando si me dejaban tocar un rato. Por fortuna, uno de los sitios donde me dijeron que sí resultó ser el local nocturno más exclusivo de Tánger, el Koutoubia Palace, que está decorado al estilo palaciego marroquí. Yo me sentía como pez fuera del agua, claro, pero aun así toqué durante un cuarto de hora. La acogida fue extraordinariamente buena; nos invitaron a varias rondas, lo cual siempre es agradable.

   En fin, para retomar la historia, decidimos ir al día siguiente a Marrakesh por la gran carretera de la costa occidental. Hicimos una corta visita a Rabat y a Casablanca, un par de horas en cada ciudad, y luego volvimos a la carretera

para llegar hacia el atardecer a nuestro destino. Por la mañana visitamos los monumentos de Marrakesh, diversos palacios, torres y tumbas. Pero tal vez lo más destacado sea su mercado, un espacio inmenso repleto de gente donde te encuentras músicos, prestidigitadores, adivinos, acróbatas, encantadores de serpientes, bailarines y unas cuantas rarezas más a las que no sabría qué nombre poner. Lo mejor de todo fue un grupo de tambores y bailarines árabes; sus ritmos eran lo más contagioso de lo que me haya encontrado en la vida. En cambio, los encantadores de serpientes me defraudaron; las serpientes estaban tan dormidas que apenas si podían mantener la cabeza erguida, ¡no digamos ya dejarse encantar! Pero la música era bastante divertida porque la tocaban tres vejetes muy graciosos, sentados en fila con las piernas cruzadas, meciéndose de un lado para el otro mientras soplaban con todas sus fuerzas produciendo los sonidos más extraños que se puedan imaginar. Mientras estábamos allí mirando al grupo de bailarines y tambores, nos fijamos en que al otro lado estaban nada menos que nuestros amigos los Stones, así que decidimos hacer otro intento de establecer contacto.

   Pues bien, resulta que nos los encontramos aquella noche. Estaban cenando en un pequeño restaurante y Bob, haciendo gala de aplomo una vez más, entró muy decidido y fue a decirles que yo quería tocar la guitarra para ellos. Sorprendentemente, los Stones dijeron que sí esta vez, así que me acerqué y toqué varias piezas. Al final estuvimos charlando con ellos un buen rato, y fue muy interesante conocer sus historias desde dentro.

Extracto de las cartas enviadas por Nick Drake a sus padres durante un viaje por Marruecos que realizó con sus amigos, en abril de 1967.